Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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09.05.2013 Views

el mundo, sean los otros, el paisaje y demás. Con ello bordeamos el terreno de la pregunta y el problema, ya que tanto nos preguntamos entonces por nuestro ser y el ser de la plenitud, como que también lo problematizamos. Rara vez ocurre esto, rara vez hay esta experiencia, pero la filosofía nos invita a tenerla. Al fin y al cabo, somos en el tiempo, vamos de camino a la muerte que a cada cual le llegará, y entonces enhorabuena que se despierte por de pronto a ratos, y tal vez posteriormente de modo persistente, el asombro ante el sólo hecho de que haya ser y de que seamos nosotros, cuando observamos en nuestro derredor que tantos que nos eran cercanos, ya han dejado de ser – ¿o tal vez siguen siendo de otra manera y con otra conciencia de sí mismos? 273.Conciencia como apertura y orientación. Ante todo cabe decir que, según lo han visto distintos filósofos, especialmente partiendo por Nietzsche, la conciencia surge como un fenómeno de introversión, interiorización o internalización. Y, como todo proviene del universo, podemos decir que si somos conscientes es porque el propio universo se expresa de esta forma a través nuestro. Es el universo pues el que se internaliza y se siente, contempla, piensa y hasta se sueña a través nuestro y de todas la posibilidades de la conciencia. En rigor, somos hijos del ser o universo. Si estamos concientes, es porque el universo está consciente a través nuestro. Si estamos vivos es porque la vida permite que lo estemos y se ha desarrollado de tal modo que alguna vez hayamos nacido y otra vez tengamos que morir. Pero, el problema es que nos olvidamos de ello y creemos en una ciega autonomía del sujeto moderno. El ser del hombre es esencialmente ser parcial, ser nada más que parte de una inmensidad, que lo sobrepasa infinitamente. Fichte sostuvo “si yo pienso, ello piensa por mí”, poniendo con ello en cuestión el cogito, el “yo pienso” cartesiano, y con ello da lugar a la generación de un nuevo movimiento filosófico, conocido como “idealismo alemán”. Podría decirse que hay razones en pro y en contra en relación a que el término para la conciencia sea uno solo en castellano y en las lenguas romances, y es que la conciencia es apertura y orientación a la vez. Ello no quiere decir que lo sean al mismo tiempo, sino simplemente que la conciencia es doble: Por una parte, apertura, en cuanto a través de todo lo que ella se vale: el sentir, recordar, imaginar se abre a los fenómenos. Ello sucede en un primer momento a través de una exquisita, compleja y variada receptividad de la conciencia, en lo que se manifiestan incluso grados que van desde una elevada conciencia hasta el inconsciente. Tengamos en consideración que también a través del sueño entran en la conciencia contenidos e imágenes del inconsciente. En un segundo momento la conciencia es activa y procesa y elabora todo aquello que ha captado en su receptividad. Por otra parte, la conciencia es orientación, en cuanto a que precisamente a partir de esta apertura, ojalá lo más amplia posible, nos damos una orientación, que especialmente nos señala qué debemos hacer, qué decisiones tomar. Volviendo a la conciencia como apertura, la conciencia propiamente se abre al fenómeno cuando se entrega a él, cuando lo deja ser, lo deja manifestarse, empapándose, embebiéndose, abrevándose de él. Ello es lo

propio de la contemplación y es ante todo ella la que amplía los márgenes de la conciencia, abriéndose a la posibilidad de que lo Otro se apodere de mí. Esto se da en experiencias como las del amar, crear, jugar, creer, sentir, imaginar, recordar, soñar, pero también, como especialmente lo ha planteado Heidegger, en el pensar. El pensar tiene ante todo el aspecto contemplativo de esa entrega, de un entregarse a pensar y que los pensamientos naveguen por sí mismos y te lleven donde te lleven. Este aspecto es pasivo, mas hay por supuesto también un lado activo de proyección y de construcción del pensar, del sentir y, como ya decíamos, de todo lo demás. Únicamente así, en atención a la claridad que obtenemos en esta apertura, que incluso recibe contenidos del inconsciente, podemos orientarnos de manera recta en la existencia. 274.¿Libertad humana? El filósofo Eugen Fink pone en duda nuestra libertad, lo cual no necesariamente significa que la niegue, sino que más bien la restringue. En cierto modo, nos creemos libres de modo excesivo e injustificado, y que no se corrobora en los hechos. Por una parte, está, como cuestión externa, nuestra dependencia de necesidades naturales, pero luego tambien, como cuestión interna, lo que concierne al auto-dominio, a controlar nuestras pasiones. Veamos cómo desarrolla esto el filósofo de la Universidad de Friburgo: “En cierto sentido el hombre es absolutamente un “esclavo”. No es un ente autosatisfecho, carece de la autarkeia. La libertad – entendida a la antigua – es menos la soberanía de las decisiones volitivas que el ser autosuficiente. Quien no depende de nada, quien no requiere de nadie, quien se satisface completamente: sólo él es verdaderamente libre. Patentemente no puede decirse esto lisa y llanamente del hombre. Antes bien, vale de Dios. Pero también el dios griego, como se refiere a él el mito, está bajo la moira, tiene por otra parte muchas “necesidades”; si bien obtiene el alimento sin esfuerzo, no tiene que “trabajar” para sobrevivir; su trabajo es más bien juego, esparcimiento como las habilidades de Atenea o Hefesto. Quizás se muestra en esta actividad aligerada y libre de esfuerzo de los dioses griegos un rasgo esencial del trabajo, que no surge de la menesterosidad. Para nosotros es por de pronto más sorprendente el carácter esencial opuesto del trabajo: estar ligado a la penuria humana. El hombre se entiende como un ser viviente indigente, carente, necesitado, como un esclavo de la naturaleza. No hay nada repudiable en esta esclavitud de la naturaleza (naturalia non sunt turpia); constituye un destino humano universal el ser dependiente, no poder valerse completamente de sí mismo. A un hombre lo llamamos “libre”, cuando sobre el fondo de su dependencia natural, que es irrevocable, conserva una cierta y limitada independencia, cuando no cae en la dependencia de congéneres, en la dependencia de instintos y de pasiones ciegas, cuando conserva y sostiene su “sí-mismo”. La libertad del hombre no es pensable de tal modo que excluye toda subyugación bajo necesidades naturales, ella se puede constituir con sentido recién sobre el terreno de la ligazón natural. Si a ratos se juzga esta “limitación” como menoscabo, se funda ello en la extendida minusvaloración occidental de lo sensorial. El hombre como ser espiritual esta constreñido y “mancillado” por el cuerpo y sus menesterosidades; se sueña con una existencia inmaculada espiritual, en el éter puro del espíritu; se niega – en todo caso de manera pusilánime – el cuerpo como cárcel del alma, no pudiendo sin

propio de la contemplación y es ante todo ella la que amplía los márgenes de la<br />

conciencia, abriéndose a la posibilidad de que lo Otro se apodere de mí. Esto<br />

se da en experiencias como las del amar, crear, jugar, creer, sentir, imaginar,<br />

recordar, soñar, pero también, como especialmente lo ha planteado Heidegger,<br />

en el pensar. El pensar tiene ante todo el aspecto contemplativo de esa<br />

entrega, de un entregarse a pensar y que los <strong>pensamientos</strong> naveguen por sí<br />

mismos y te lleven donde te lleven. Este aspecto es pasivo, mas hay por<br />

supuesto también un lado activo de proyección y de construcción del pensar,<br />

del sentir y, como ya decíamos, de todo lo demás. Únicamente así, en<br />

atención a la claridad que obtenemos en esta apertura, que incluso recibe<br />

contenidos del inconsciente, podemos orientarnos de manera recta en la<br />

existencia.<br />

274.¿Libertad humana?<br />

El filósofo Eugen Fink pone en duda nuestra libertad, lo cual no<br />

necesariamente significa que la niegue, sino que más bien la restringue. En<br />

cierto modo, nos creemos libres de modo excesivo e injustificado, y que no se<br />

corrobora en los hechos. Por una parte, está, como cuestión externa, nuestra<br />

dependencia de necesidades naturales, pero luego tambien, como cuestión<br />

interna, lo que concierne al auto-dominio, a controlar nuestras pasiones.<br />

Veamos cómo desarrolla esto el filósofo de la Universidad de Friburgo:<br />

“En cierto sentido el hombre es absolutamente un “esclavo”. No es un<br />

ente autosatisfecho, carece de la autarkeia. La libertad – entendida a la antigua<br />

– es menos la soberanía de las decisiones volitivas que el ser autosuficiente.<br />

Quien no depende de nada, quien no requiere de nadie, quien se satisface<br />

completamente: sólo él es verdaderamente libre. Patentemente no puede<br />

decirse esto lisa y llanamente del hombre. Antes bien, vale de Dios. Pero<br />

también el dios griego, como se refiere a él el mito, está bajo la moira, tiene por<br />

otra parte muchas “necesidades”; si bien obtiene el alimento sin esfuerzo, no<br />

tiene que “trabajar” para sobrevivir; su trabajo es más bien juego, esparcimiento<br />

como las habilidades de Atenea o Hefesto. Quizás se muestra en esta actividad<br />

aligerada y libre de esfuerzo de los dioses griegos un rasgo esencial del<br />

trabajo, que no surge de la menesterosidad. Para nosotros es por de pronto<br />

más sorprendente el carácter esencial opuesto del trabajo: estar ligado a la<br />

penuria humana. El hombre se entiende como un ser viviente indigente,<br />

carente, necesitado, como un esclavo de la naturaleza. No hay nada repudiable<br />

en esta esclavitud de la naturaleza (naturalia non sunt turpia); constituye un<br />

destino humano universal el ser dependiente, no poder valerse completamente<br />

de sí mismo. A un hombre lo llamamos “libre”, cuando sobre el fondo de su<br />

dependencia natural, que es irrevocable, conserva una cierta y limitada<br />

independencia, cuando no cae en la dependencia de congéneres, en la<br />

dependencia de instintos y de pasiones ciegas, cuando conserva y sostiene su<br />

“sí-mismo”. La libertad del hombre no es pensable de tal modo que excluye<br />

toda subyugación bajo necesidades naturales, ella se puede constituir con<br />

sentido recién sobre el terreno de la ligazón natural. Si a ratos se juzga esta<br />

“limitación” como menoscabo, se funda ello en la extendida minusvaloración<br />

occidental de lo sensorial. El hombre como ser espiritual esta constreñido y<br />

“mancillado” por el cuerpo y sus menesterosidades; se sueña con una<br />

existencia inmaculada espiritual, en el éter puro del espíritu; se niega – en todo<br />

caso de manera pusilánime – el cuerpo como cárcel del alma, no pudiendo sin

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