Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel
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En el caso del ser humano podemos incluso ampliar la co-originariedad<br />
al conjunto de las concepciones del hombre de la antropología filosófica, y<br />
plantear en consecuencia que es tan originaria la determinación de la razón,<br />
como de la voluntad, la imaginación, el juego, u otras. Somos tan<br />
esencialmente racionales como somos volitivos, imaginativos o lúdicos. No hay<br />
una razón de peso o decisiva para considerar que uno de estos fenómenos<br />
tenga un grado de radicalidad o de determinación mayor que el otro. Ellos<br />
interactúan determinando en su conjunto lo que somos.<br />
Y lo mismo cabría decir si agregamos a las anteriores concepciones del<br />
hombre la de Arnold Gehlen que lo concibe como carencia, queriendo esto<br />
decir que en comparación con nuestros congéneres más cercanos – los<br />
animales – somos carentes, debido a nuestra escasa dotación instintiva: no<br />
tenemos ni de cerca la capacidad visual del águila, la celeridad del gepardo, la<br />
capacidad de soportar hambre de una garrapata, y demás, pero sobre la base<br />
de esta carencia, desarrollamos todo lo más elevado – arte, ciencia, religión,<br />
filosofía. Pues bien, también podría decirse que la carencia está en el nivel<br />
ontológico de co-originariedad. Y entonces podemos decir que somos totoracionales,<br />
toto-volitivos, toto-lúdicos o toto-carentes, pero siempre<br />
considerando que ello sucede en términos de una interacción de<br />
determinaciones co-originarias.<br />
272.Ser y sentido.<br />
La pregunta filosófica fundamental desde Parménides para adelante es la<br />
pregunta por el ser. El Eleata ya se dio cuenta que no hay una palabra más<br />
radical que ésta. La única que se le puede comparar, a mi modo de ver, es la<br />
palabra ‘Dios’, y esto nada más que en tanto palabras, considerando el ámbito<br />
que abarcan y qué radicalidad suponen. Algo es y ulteriormente podemos decir<br />
que es árbol, pez, número cinco, el recuerdo de una fiesta de navidad cuando<br />
tenía ocho años y me regalaron una bicicleta, y otros modos de ser como el de<br />
un valor como la justicia o el del ente de ficción, como el personaje de una<br />
novela, y otros. Y con Parménides preguntamos entonces: pero ¿qué es “es”?<br />
¿Qué queremos decir cuando decimos que algo es? Pues bien, este “es” para<br />
Parménides es invariable, inconmovible, inalterable, inmóvil, y ello se entiende<br />
muy bien si consideramos que el “es” mismo, en tanto que “es”, no puede<br />
variar. Y por otra parte, este “es” es eterno, ya que si hubiera comenzado,<br />
tendría que haberlo hecho desde el no-ser, y tampoco podría finalizar, porque<br />
si lo hiciera tendrían que “ser el no-ser”, después del “es”.<br />
Pero, así como en lo universal el ser, el “es” tiene tal alcance, que no<br />
deja nada fuera, y sería entonces el término más universal y esencial, en lo que<br />
atañe al ser humano también expresa él lo más radical. En efecto, no puede<br />
haber nada más radical que el hecho que somos. Pero, este nuestro ser es en<br />
el tiempo, cambia, se altera, se transforma, crece, envejece y muere, y sin<br />
embargo nuevamente, podríamos decir, que a la vez hay algo inalterable en él<br />
y que se refleja simplemente en el hecho de que somos – y ello con<br />
independencia de lo que seamos. Y entonces podemos tener la experiencia a<br />
ratos de volver sobre nuestro ser, nada más que sobre este hecho simple, pero<br />
tremendo a la vez, de que somos. Y esto lo podemos vivir con un temple<br />
elevado de gozo, de agradecimiento, pero también como carga, de manera<br />
angustiosa o incluso como pesadumbre. O también lo podemos vivir como<br />
asombro, precisamente como asombro de que seamos y que junto con ello sea