Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel
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placer, y como en ello se manifiesta la esencia de lo lúdico, tal vez esto constituye la explicación más contundente de por qué son probablemente los mejores a lo largo del tiempo. El segundo término de aquella dupla paidiá-ludus es pues ‘ludus’, en latín ‘juego’, y que Caillois entiende como lo relativo a las dificultades que en cada juego hay que sortear. Por de pronto en todo juego, en particular de agon, vale decir, de competencia – trátese de juegos físicos o mentales, fútbol o ajedrez – hay dificultades que sortear a cada jugada, con cada movida. Pues bien, se trata no únicamente de que la paidiá, la alegría, el placer de jugar, acompaña al juego en el incio, sino que se mantiene a lo largo de él, y esto significa que ese placer también nos incita a sortear cada una de las dificultades que se nos presentan con el ludus. Y esto se da no sólo en los juegos de agon, de competencia, sino que en todos los demás juegos que clasifica Caillois, ya sea de mimicry, es decir, de roles, de alea, es decir, de azar, como la ruleta o la lotería, y de ilinx, de vértigo, como las acrobacias. Hay el placer de sortear las dificultades, por ejemplo, para quien, practicando uno de esos juegos de vértigo, se lanza en snow-board por la ladera de la montaña, saltando a veces 10 o hasta 50 metros, o inclusive más, al vacio, para caer en un paño de nieve, que se sabe de antemano cuán movediza puede ser, y si acaso se podría con ello provocar un alud. Hay el placer de sortear las dificultades en el juego de roles, en el que al jugar, como los niños, a ser el policía o el ladrón, ese rol tiene que convencer e impresionar, y lo mismo, por supuesto, ya el actor profesional al hacer de Rey Lear, de Fausto o Margarita. En menor grado, en todo caso, se presenta el momento del ludus, concerniente al sortear las difiultades, en el juego de alea, del azar, ya que en ello ni por muchas habilidades e inteligencia que tengamos, nos entregamos justamente a lo aleatorio. 232.Si bien lo pensamos: en verdad, jugamos porque estamos puestos en juego. Martin Heidegger no es propiamente un filósofo del juego, como lo han sido Johan Huizinga, Roger Caillois o Eugen Fink, mas en él encontramos ciertos pensamientos fundamentales acerca del juego. Ante todo, lo que cabe destacar es que su pensamiento del juego lleva el sello de su pensamiento en conjunto centrado en el ser, vale decir, es de carácter ontocéntrico. ¿Y qué quiere decir esto? Pienso que la siguiente afirmación de Heidegger responde a esta pregunta con meridiana claridad: “El hombre juega porque está puesto en juego en el juego del ser”. Mas, nuevamente habría que preguntar: ¿qué quiere decir esto? Y bien, podríamos responder ahora – y también con apoyo en Heidegger – que desde el momento en que nacemos, en cierto modo, estamos puestos en juego, y no solamente porque alguna vez hemos de morir, sino en todo momento, y por supuesto ante todo en situaciones especiales o extremas, como cuando nos enfermamos, o enfrentamos una situación en que se tomará una decisión que nos habrá de afectar y ello no depende de nosotros. Mas, en nuestro mundo, que en buena medida se ha vuelto amenazador y hostil, experimentamos al caminar por las calles, desplazarnos en auto por grandes avenidas, viajar en avión, que estamos puestos en juego y ello no solamente debido a la posibilidad de accidentes, sino de la delicuencia, del terrorismo, y otros.
Si ponemos en una trabazón la sentencia de Heidegger, que citábamos más arriba con los juegos que clasifica Roger Caillois, podemos decir ahora de modo más completo que en verdad sucede que “el hombre juega principalmente juegos de agón, es decir, de competencia, porque está puesto en juego en el juego de alea, vale decir, el juego del azar o del destino”, en otras palabras, precisamente el azar de haber nacido, de encontrarnos aquí viviendo, luchando, enfrentando lo que la existencia nos va deparando, pero ciertamente también gozando a ratos de esto o lo otro, y, sin embargo, para a fin de cuentas, morir, o, si se quiere, tener que morir. Como vemos, el juego de alea, que en parte podemos vivenciar como de azar y en parte de destino, nos hace caer en cuenta, como ningún otro, que jugamos porque estamos puestos en juego. Y sería no solamente acertado, sino bello: observar que en verdad jugamos juegos de azar, como la ruleta, u otros, porque damos expresión a nuestro estar puestos en juego. Por lo demás, cuando bien lo pensamos, cada cual, en mayor o menor grado, viene a ser una suerte de fruto del azar. Me permito contar algo personal a propósito de esto que a su vez me lo contara mi padre con sus más que ochenta años: mi tatarabuelo, el primer Holzapfel en Chile, y que llegara por estas parajes de finis terrae en 1853, fue Alcalde de Menden, cerca de Hannover en Alemania; resulta que un amigo le solicitó que fuera su aval y él aceptó; mas, ello iba aparejado con el hecho de por aquella época hacía poco se había inventado la letra de cambio, y así como muchos (entre otros, por ejemplo, Richard Wagner, el músico) este sujeto se endeudó con aquellas letras por una cifra considerable; y entonces la policía llegó a buscar a mi antepasado, el cual arrancó con su familia justo a tiempo hacia los Países Bajos. Allí, en algún puerto se le ocurrió coger el primer barco de viajes de ultramar, creyendo que lo llevaría a Estados Unidos, donde tenía la intención de radicarse. Pues bien, se equivocó y se dio la casualidad que el barco venía a Chile, y a fin de cuentas, aquí estoy yo. 233.De los juegos de destino a los juegos de azar. Entre los distintos juegos, que clasifica Roger Caillois están los juegos de alea, vale decir del azar o del destino. Por de pronto, podríamos decir que son uno u otro – juegos de azar o de destino – dependiendo como cada cual los vivencie. Pero también sucede que en la antigüedad y el medioevo aquellos juegos de alea eran más bien vividos como de destino; así, si en Bizancio habían carreras de caballo (frente al actual Palacio del Topkapi) y del resultado de esas carreras, de acuerdo a lo que cada cual apostaba, dependían los cargos que se podían obtener en el gobierno, esto era vivido como algo de destino, mas que fruto de un mero azar. Mas, si lo que interesa en la filosofía del juego no es en primer lugar que hayan variados juegos en particular – como ping-pong, carioca, tejo, u otros – sino que el hombre, así como es esencialmente racional, también es jugador. Por ello mismo se puede entender que Caillois vea también en el chamanismo un juego de alea, y habría que agregar de un alea de destino; se trata de cómo realizando ciertos rituales se invoca a fuerzas supranaturales para que llueva o deje de llover, venga la paz, o se acabe la peste. Y así también el llamado “juicio divino” practicado en el medioevo.
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Si ponemos en una trabazón la sentencia de Heidegger, que citábamos<br />
más arriba con los juegos que clasifica Roger Caillois, podemos decir ahora de<br />
modo más completo que en verdad sucede que “el hombre juega<br />
principalmente juegos de agón, es decir, de competencia, porque está puesto<br />
en juego en el juego de alea, vale decir, el juego del azar o del destino”, en<br />
otras palabras, precisamente el azar de haber nacido, de encontrarnos aquí<br />
viviendo, luchando, enfrentando lo que la existencia nos va deparando, pero<br />
ciertamente también gozando a ratos de esto o lo otro, y, sin embargo, para a<br />
fin de cuentas, morir, o, si se quiere, tener que morir.<br />
Como vemos, el juego de alea, que en parte podemos vivenciar como de<br />
azar y en parte de destino, nos hace caer en cuenta, como ningún otro, que<br />
jugamos porque estamos puestos en juego. Y sería no solamente acertado,<br />
sino bello: observar que en verdad jugamos juegos de azar, como la ruleta, u<br />
otros, porque damos expresión a nuestro estar puestos en juego.<br />
Por lo demás, cuando bien lo pensamos, cada cual, en mayor o menor<br />
grado, viene a ser una suerte de fruto del azar. Me permito contar algo personal<br />
a propósito de esto que a su vez me lo contara mi padre con sus más que<br />
ochenta años: mi tatarabuelo, el primer Holzapfel en Chile, y que llegara por<br />
estas parajes de finis terrae en 1853, fue Alcalde de Menden, cerca de<br />
Hannover en Alemania; resulta que un amigo le solicitó que fuera su aval y él<br />
aceptó; mas, ello iba aparejado con el hecho de por aquella época hacía poco<br />
se había inventado la letra de cambio, y así como muchos (entre otros, por<br />
ejemplo, Richard Wagner, el músico) este sujeto se endeudó con aquellas<br />
letras por una cifra considerable; y entonces la policía llegó a buscar a mi<br />
antepasado, el cual arrancó con su familia justo a tiempo hacia los Países<br />
Bajos. Allí, en algún puerto se le ocurrió coger el primer barco de viajes de<br />
ultramar, creyendo que lo llevaría a Estados Unidos, donde tenía la intención<br />
de radicarse. Pues bien, se equivocó y se dio la casualidad que el barco venía<br />
a Chile, y a fin de cuentas, aquí estoy yo.<br />
233.De los juegos de destino a los juegos de azar.<br />
Entre los distintos juegos, que clasifica Roger Caillois están los juegos de alea,<br />
vale decir del azar o del destino. Por de pronto, podríamos decir que son uno u<br />
otro – juegos de azar o de destino – dependiendo como cada cual los vivencie.<br />
Pero también sucede que en la antigüedad y el medioevo aquellos juegos de<br />
alea eran más bien vividos como de destino; así, si en Bizancio habían carreras<br />
de caballo (frente al actual Palacio del Topkapi) y del resultado de esas<br />
carreras, de acuerdo a lo que cada cual apostaba, dependían los cargos que se<br />
podían obtener en el gobierno, esto era vivido como algo de destino, mas que<br />
fruto de un mero azar.<br />
Mas, si lo que interesa en la filosofía del juego no es en primer lugar que<br />
hayan variados juegos en particular – como ping-pong, carioca, tejo, u otros –<br />
sino que el hombre, así como es esencialmente racional, también es jugador.<br />
Por ello mismo se puede entender que Caillois vea también en el chamanismo<br />
un juego de alea, y habría que agregar de un alea de destino; se trata de cómo<br />
realizando ciertos rituales se invoca a fuerzas supranaturales para que llueva o<br />
deje de llover, venga la paz, o se acabe la peste. Y así también el llamado<br />
“juicio divino” practicado en el medioevo.