Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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09.05.2013 Views

Dicho sea de paso, tengamos aquí brevemente en consideración el sentido de la así llamada exogamia (del griego εξo, ‘externo’ y γαμεω, ‘casarse’). Había que raptar mujeres de pueblos vecinos para asegurar una progenie sana, ya que el excesivo apareamiento entre parejas del mismo poblado, por lo general de baja población, a veces amurallado y relativamente aislado, conducía a deformaciones genéticas. Pero, según adelantábamos también, acontece un singular “desdoblamiento del sujeto” raptado por la imagen. Sucede que el sujeto conquistador, seductor, que se presenta como activo, es más bien pasivo, porque para seducir tiene a su vez que dejarse seducir él mismo. El sujeto seductor se convierte así - diríamos dialécticamente - en objeto seducido. Y si esto lo relacionamos parejamente con la relación hombre-mujer en términos históricos, nos podemos percatar de que el tradicional sujeto masculino conquistador y seductor se ha feminizado sorprendentemente; es él el que se manifiesta por sobre todo como seducido, y en su relativa pasividad, la espera a ella, sufre y desespera por ella. Si hablamos en términos del aludido "rapto de la imagen", resulta que el sujeto masculino moderno es más bien el raptado por ella. Dice Barthes: “Sin embargo, curiosa contradanza: en el mito antiguo, el raptor es activo, quiere secuestrar a su presa, es sujeto del rapto (cuyo objeto es una Mujer, como se sabe, siempre pasiva); en el mito moderno (el del amor-pasión), ocurre lo contrario: el raptor no quiere nada, no hace nada; está inmóvil (como una imagen), y el objeto raptado es el verdadero sujeto del rapto; el objeto de la captura deviene el sujeto del amor; y el sujeto de la conquista pasa a la categoría de objeto amado” (ib.). En este momento (el primero, el originario del "rapto de la imagen”) acontece entonces el “flechazo” que provoca una “herida”. Pero, como esa flecha se clava en las entrañas de nuestro ser, en nuestra intimidad, esta experiencia nos hace individualizarnos, nos hace al mismo tiempo “ser sujetos”. Escuchemos a Barthes: “Esta inversión singular /la del sujeto conquistador en objeto conquistado/ proviene tal vez de esto: “el “sujeto” es para nosotros (¿desde el cristianismo?) el que sufre: donde hay herida hay sujeto: die Wunde! die Wunde! /¡la herida! ¡la herida!/ dice Parsifal, convirtiéndose por ello en “él mismo”; y cuanto más abierta es la herida, en el centro del cuerpo (en el “corazón”), más sujeto deviene el sujeto: porque el sujeto es la intimidad (“La herida [...] es de una intimidad espantosa”). Tal es la herida de amor: una abertura radical (en las “raíces’ del ser), que no llega a cerrarse, y por la que el sujeto fluye, constituyéndose como sujeto en ese fluir mismo. /.../ El flechazo es una hipnosis: soy fascinado por una imagen: primero sacudido, electrizado, mudado, trastornado, “torpedeado”/.../” (p. 206). 222.La fascinación desatada por un Imaginario. Según Roland Barthes la relación de pareja comienza por un primer momento de fascinación, y si en ello hay un flechazo, ya que hemos sido atravesados por alguna flecha de Cupido, esa flecha provoca en nosotros una grieta, una herida. A través de esa grieta comenzamos ahora a “fluir” constantemente de día y de noche? Sentimos que todo lo que somos “fluye” desde esa grieta. Nuestra subjetividad comienza ahora a hacerse desde ahí: es casi como renacer. Mas, en

gran medida, la primera fascinación está suscitada por un Imaginario, algo que proyectamos, que construimos. En ello se pondría de relieve una secreta correspondencia con la naturaleza. Barthes: “En el mundo animal el desencadenante de la mecánica sexual no es un individuo pormenorizado, sino solamente una forma, un fetiche coloreado (así larga amarras lo Imaginario). En la imagen fascinante lo que me impresiona (como si fuera ya un papel sensible) no es la suma de sus detalles sino tal o cual inflexión” (p. 208). Y en correspondencia con el ámbito humano, sucede que nos impresionan aquellos “detalles” del otro que nos han conmovido particularmente en la “escena originaria”, en el primer momento de fascinación. Algo, que puede ser insignificante, o incluso una tontería, nos llega, como un efluvio, que se ajusta completamente a mi deseo, con lo cual nos desembarazamos de cánones estéticos tradicionales: “Del otro, lo que llega bruscamente a tocarme (a raptarme) es la voz, la caída de los hombros, la esbeltez de su silueta, la tibieza de la mano, el sesgo de una sonrisa, etc./.../puedo prendarme de una pose ligeramente vulgar (adoptada por provocación): hay trivialidades sutiles, móviles, que pasan rápidamente sobre el cuerpo del otro: una manera breve (pero excesiva) de separar los dedos, de abrir las piernas, de remover los carnosos labios al comer, de dedicarse a una ocupación muy prosaica, de volver idiota a su cuerpo un segundo, por continencia (lo que fascina en la “trivialidad” del otro es tal vez que, por un momento muy corto, sorprendo en él, separado del resto de su persona, como un gesto de prostitución)” (ib.). Sorprendente constatación ésta que me hace recordar un pasaje de la novela "Tonka" del austríaco Robert Musil de la primera mitad del siglo, donde describe que al estar tirado a la orilla de un río con "Tonka", lo que le atrae de ella es cierta deformidad que hay en los dedos de sus pies. Esto nos lleva a reflexionar sobre cánones estéticos tradicionales, hoy por hoy ya no más procedentes del arte, sino más bien impuestos por la moda. Y resulta que lo que siempre más vende de la moda, independientemente de ocasionales exotiqueses, es lo proporcionado, con lo cual en cierto modo se nivelan nuestros gustos. Pero, al mismo tiempo, como bien se ha dicho ello tiene que ver hoy con la belleza diet, la obsesión por cierta esbeltez a toda costa, y bien sabemos que esto no siempre ha sido así. En el tiempo del Renacimiento, según lo constatamos en la pintura de Miguel Angel o de Rafael, por ejemplo, como había problemas de hambruna, ser gordo o gorda era sinónimo de status, y las bellezas de la época eran precisamente gordas. Digamos finalmente respecto de este punto que en todo caso es precisamente este gusto por leves desproporciones (labios excesivamente finos o abultados) lo que tiende a perderse en nuestra cultura de masas comandada por la moda y la publicidad. 223.El genius loci y su relevancia en las relaciones humanas. Probablemente Martin Heidegger, como ningún pensador, nos ha hecho ver no sólo que somos en el espacio, que habitamos espacialmente, sino que al mismo tiempo está en juego la búsqueda de un espacio genuino. En cierto modo, lo que mejor refleja esto es el lugar. Se trata entonces de cómo cada uno busca sus lugares propios. Lo cierto es que cada lugar tiene su genio,

gran medida, la primera fascinación está suscitada por un Imaginario, algo que<br />

proyectamos, que construimos. En ello se pondría de relieve una secreta<br />

correspondencia con la naturaleza. Barthes:<br />

“En el mundo animal el desencadenante de la mecánica sexual no es un<br />

individuo pormenorizado, sino solamente una forma, un fetiche coloreado (así<br />

larga amarras lo Imaginario). En la imagen fascinante lo que me impresiona<br />

(como si fuera ya un papel sensible) no es la suma de sus detalles sino tal o cual<br />

inflexión” (p. 208).<br />

Y en correspondencia con el ámbito humano, sucede que nos impresionan<br />

aquellos “detalles” del otro que nos han conmovido particularmente en la “escena<br />

originaria”, en el primer momento de fascinación. Algo, que puede ser<br />

insignificante, o incluso una tontería, nos llega, como un efluvio, que se ajusta<br />

completamente a mi deseo, con lo cual nos desembarazamos de cánones<br />

estéticos tradicionales:<br />

“Del otro, lo que llega bruscamente a tocarme (a raptarme) es la voz, la<br />

caída de los hombros, la esbeltez de su silueta, la tibieza de la mano, el sesgo de<br />

una sonrisa, etc./.../puedo prendarme de una pose ligeramente vulgar (adoptada<br />

por provocación): hay trivialidades sutiles, móviles, que pasan rápidamente sobre<br />

el cuerpo del otro: una manera breve (pero excesiva) de separar los dedos, de<br />

abrir las piernas, de remover los carnosos labios al comer, de dedicarse a una<br />

ocupación muy prosaica, de volver idiota a su cuerpo un segundo, por continencia<br />

(lo que fascina en la “trivialidad” del otro es tal vez que, por un momento muy<br />

corto, sorprendo en él, separado del resto de su persona, como un gesto de<br />

prostitución)” (ib.).<br />

Sorprendente constatación ésta que me hace recordar un pasaje de la<br />

novela "Tonka" del austríaco Robert Musil de la primera mitad del siglo, donde<br />

describe que al estar tirado a la orilla de un río con "Tonka", lo que le atrae de<br />

ella es cierta deformidad que hay en los dedos de sus pies.<br />

Esto nos lleva a reflexionar sobre cánones estéticos tradicionales, hoy por<br />

hoy ya no más procedentes del arte, sino más bien impuestos por la moda. Y<br />

resulta que lo que siempre más vende de la moda, independientemente de<br />

ocasionales exotiqueses, es lo proporcionado, con lo cual en cierto modo se<br />

nivelan nuestros gustos. Pero, al mismo tiempo, como bien se ha dicho ello tiene<br />

que ver hoy con la belleza diet, la obsesión por cierta esbeltez a toda costa, y<br />

bien sabemos que esto no siempre ha sido así. En el tiempo del Renacimiento,<br />

según lo constatamos en la pintura de Miguel Angel o de Rafael, por ejemplo,<br />

como había problemas de hambruna, ser gordo o gorda era sinónimo de status, y<br />

las bellezas de la época eran precisamente gordas.<br />

Digamos finalmente respecto de este punto que en todo caso es<br />

precisamente este gusto por leves desproporciones (labios excesivamente finos o<br />

abultados) lo que tiende a perderse en nuestra cultura de masas comandada por<br />

la moda y la publicidad.<br />

223.El genius loci y su relevancia en las relaciones humanas.<br />

Probablemente Martin Heidegger, como ningún pensador, nos ha hecho ver no<br />

sólo que somos en el espacio, que habitamos espacialmente, sino que al<br />

mismo tiempo está en juego la búsqueda de un espacio genuino. En cierto<br />

modo, lo que mejor refleja esto es el lugar. Se trata entonces de cómo cada<br />

uno busca sus lugares propios. Lo cierto es que cada lugar tiene su genio,

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