Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

En razón de ello, Barthes trata muy especialmente sobre la figura del
enamorado, intentando dar con sus principales trazos: la cuestión consiste
entonces en cómo perfilar a este sujeto que llamamos ‘enamorado’.
Ciertamente que hay numerosas figuras históricas de enamorados y una
de las más sobresalientes es la del Werther de Goethe, el poeta alemán, que
inspirara a toda una generación. Por este motivo, el Werther pasa a ser en los
análisis de Barthes en su libro sobre el discurso amoroso, un fértil cultivo de
reflexión.
Y como el enamorado Werther, así como otros, acaba suicidándose por
amor, también en este acto de abandono de la vida lo imitaron muchos en la
época romántica, lo cual en algún momento hizo que el propio Goethe se
horrorizara al tomar conciencia de los estragos que provocara su maravillosa
creación.
Ahora bien, el enamorado está en una relación sui generis con el mundo y
la realidad. Como todo – el paisaje, los distintos ambientes en que se encuentra –
lo ve, lo siente, lo tiñe con su peculiar tonalidad afectiva, la realidad habitual
desde su perspectiva no es que se vuelva irreal, sino que Barthes nos dice que
más bien se “des-realiza”. En cierto modo, el enamorado vive normalmente una
“des-realidad”, en la que las cosas y las personas de su derredor no importan, ya
que árboles, mesas, lámparas, todo esta transido, traspasado por la presencia
imaginaria del otro. El siguiente pasaje nos habla de ello:
“Dónde están “las cosas”? ¿En el espacio amoroso, o en el espacio
mundano? ¿Dónde está “el pueril reverso de las cosas”? ¿Qué es lo pueril? ¿Es
“cantar el tedio, los dolores, las tristezas, las melancolías, la muerte, las tinieblas,
lo sombrío”, etc. - todo eso que, según se dice, hace el enamorado? ¿Es, por el
contrario, hablar, parlotear, cotorrear, espulgar al mundo, sus violencias, sus
conflictos, sus apuestas, su generalidad - todo eso que hacen los otros?” (p.
102).
194.¿Qué tipo de sujeto es ése que llamamos “el enamorado” según Roland
Barthes?.
A Roland Barthes le preocupa la figura de ese sujeto singular que es el
enamorado. Por de pronto lo caracterizaría a éste una relación peculiar con la
realidad. Lo real a él, según Barthes, se le des-realizaría, ya que todo su
derredor está teñido con la coloratura de su temple, su estado anímico y
afectivo. Una mesa, por ejemplo, no sería simplemente eso – una mesa – sino
algo que emerge desde la alegría, y entonces se ve luminosa, o se hunde en la
tristeza, y entonces la mesa palidece y se vuelve sombría.
Mas, por otra parte, como un nuevo aspecto de esta “des-realidad” que
vive el enamorado, hay para él una incertidumbre de los signos. Cualquier cosa
que diga la persona amada resulta incierta, se pierde en una multivocidad de
sentidos. Esta incertidumbre sígnica de la que habla uno de los más
destacados semióticos del siglo XX, como es precisamente Roland Barthes, es
ejemplificada a través de esa suerte de torturador de la casa que es el teléfono
(o, como sería hoy en día el celular). Barthes:
“Si el otro, accidental o descuidadamente, me da el número de teléfono de
un lugar donde puedo encontrarlo a tales horas, enloquezco de inmediato: ¿debo
o no telefonearle? (No serviría de nada decirme que puedo telefonearle – tal es
el sentido objetivo, razonable, del mensaje –, puesto que precisamente por ese