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Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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Desde el comienzo de los análisis de Barthes, salta a la vista la relación<br />

entre nuestra vivencia amorosa y la vivencia mística. Esta semejanza se va a<br />

presentar numerosas veces, a propósito de variados matices y aspectos.<br />

Por ejemplo, el que el otro (hombre o mujer) es “todo”, así como<br />

similarmente puede serlo Dios para uno. Escuchemos a Barthes hablarnos de<br />

ello en un tono acogedor y amable, como lo hace en general en este libro:<br />

“Por una lógica singular, el sujeto amoroso percibe al otro como un<br />

Todo/.../y, al mismo tiempo, ese Todo le parece aportar un remanente, que él no<br />

puede expresar. Es todo el otro quien produce en él una visión estética: le loa su<br />

perfección, se vanagloria de haberlo elegido perfecto; imagina que el otro quiere<br />

ser amado, como él mismo querría serlo, no por tal o cual de sus cualidades/.../”<br />

(p. 27).<br />

177.El parentesco entre amor y mística según Roland Barthes.<br />

Que el otro – ella o él – se convierta para alguien enamorado en un supuesto<br />

todo, ya de por sí es una señal de cómo amor y mística están emparentados.<br />

Pero además sucede que relacionado con este “todo” está el carácter que llama<br />

Barthes de “lo atópico” (topos = lugar, por lo tanto lo atópico es lo sin-lugar). Esto<br />

se refiere al hecho de que por ser el otro “todo”, no lo puedo clasificar, rompe<br />

todas mis posibles clasificaciones y mis esquemas. Barthes al respecto:<br />

“Es átopos el otro que amo y que me fascina. No puedo clasificarlo puesto<br />

que es precisamente el Unico, la Imagen singular que ha venido milagrosamente<br />

a responder a la especificidad de mi deseo” (p. 42).<br />

Y continúa:<br />

“X...tenía por cierto “rasgos de carácter” por los cuales no era difícil de<br />

clasisificar (era “indiscreto”, “astuto”, “perezoso”, etcétera), pero en dos o tres<br />

ocasiones me había sido posible leer en sus ojos una expresión de tal inocencia<br />

(no hay otra palabra) que me obstinaba, sucediera lo que sucediese, en ponerlo,<br />

de algún modo, aparte de mí mismo, fuera de su propio carácter. En ese<br />

momento lo eximí de todo comentario. Como inocencia, la atopía resiste a la<br />

descripción, a la definición, al lenguaje, que es maya, clasificación de los<br />

Nombres (de las Faltas). Atópico, el otro hace temblar el lenguaje: no se puede<br />

hablar de él, sobre él; todo atributo es falso, doloroso, torpe, mortificante: el otro<br />

es incalificable (ese sería el verdadero sentido de átopos)” (p. 43).<br />

Efectivamente, si atendemos a nuestros enamoramientos, podremos<br />

darnos cuenta de que ella o él son para nosotros in-clasificables, escapan a<br />

nuestras esquemas y archivos mentales: y eso es justamente lo que nos fascina<br />

de ese otro.<br />

Lo místico se manifiesta también en un cierto “inmovilismo” que<br />

experimentamos en el abrazo y en el acoplamiento, ya que pareciera entonces<br />

que todo queda detenido en un momento que pretende hacerse eterno. En esto<br />

se hace presente lo maternal, sin duda como algo que inconcientemente<br />

buscamos, y es por ello que Barthes relaciona el incesto con ese abrazo.<br />

Escuchemos:<br />

“Fuera del acoplamiento/.../hay ese otro abrazo que es un enlazamiento<br />

inmóvil: estamos encantados, hechizados: estamos en el sueño, sin dormir;<br />

estamos en la voluptuosidad infantil del adormecimiento: es el momento de las<br />

historias contadas, el momento de la voz que viene a fijarme, a dejarme atónito,<br />

es el retorno a la madre (“en la calma tierna de tus brazos”, dice una poesía

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