Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel
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Justamente por ello solemos decir - y con razón - que el mayor signo de<br />
vitalidad de una persona, independientemente de sus años, es su capacidad de<br />
amar. A quien lo abandonó la fuerza de amar, da la impresión de una llama a<br />
punto de apagarse, y es sin duda, únicamente el amor quien lo podrá alumbrar<br />
nuevamente.<br />
Muchas de estas cosas se oyen y se oyen demasiado, hay un mundo<br />
que desde la mañana a la noche le canta al amor, y parece que de tanto canto,<br />
de palabras que van al aire, que el amor se esfumara. Ello exige que nos<br />
preguntemos qué es eso del amor, y lo que lo circunda.<br />
Una buena parte de ello semeja una invención, una obsesión o una<br />
enfermedad. Es más, parece que el amor incluye todo ello, y, sin embargo,<br />
igual seguimos dispuestos a vivirlo y a entregarnos a él. ¿Qué hay entonces<br />
con él?<br />
Resulta sugerente por de pronto lo siguiente: dilucidar el amor viene a<br />
ser no solamente una vivencia filosófica, sino que - sostengo con énfasis -<br />
deviene en la vivencia filosófica misma. ¿A qué se debe esto?<br />
Pues bien, se debe a que a través de esta vivencia nos acercamos a lo<br />
que podríamos llamar la plenitud (según lo subrayan los más distintos enfoques<br />
y autores que han tratado el tema). El amor es un “anhelo de plenitud” que se<br />
explica porque provenimos de ella misma, la cual, en una primera<br />
aproximación, se nos aparece en la imagen de lo maternal, o, más<br />
precisamente, de la simbiosis feto-maternal.<br />
Esto significa que hay una ciclicidad en la vivencia amorosa, en la que<br />
toda pro-gresión que acontece cuando comenzamos a amar a alguien es al<br />
mismo tiempo una re-gresión a lo maternal. Esta, a su vez, es probable que<br />
remita a una ciclicidad de orden cósmico o divino, a saber, que provenimos de<br />
la naturaleza o de Dios, que son justamente las expresiones más descollantes<br />
de la aludida plenitud. El máximo gozo entonces se transfigura en una vuelta a<br />
ellas, o, al menos, en un acercarnos a esa frontera, que una vez que cruzamos,<br />
vale decir, que volvemos definitivamente a la naturaleza o a Dios, morimos. Por<br />
eso también la profunda y abundantísima simbología del maridaje entre amor y<br />
muerte.<br />
162.El peculiar matrimonio entre amor y muerte.<br />
Arranquemos hoy de una fórmula del amor, que, por supuesto, como toda<br />
fórmula que pudiera haber sobre un fenómeno como éste, es inevitablemente<br />
torpe:<br />
“El amor es el salir de sí mismo al encuentro con lo Otro, con lo que nos<br />
fundimos, y a raíz de lo cual, nos transformamos”.<br />
Mas, de esta fórmula hosca y bruta, en contraste con lo que de veras es<br />
el amor con su infinita sutileza, cabe destacar por de pronto el salir de sí<br />
mismo. Por supuesto se trata aquí del salir de sí mismo al encuentro con el otro<br />
– ella o él. Pero, hemos visto también que puede ser un encuentro con “Lo<br />
otro”, en la medida en que cuando hablamos de eros o amor, se trata también<br />
de la posibilidad del encuentro con Dios, los dioses o lo divino, como también<br />
puede ser el tema de arte, como en el caso del artista.<br />
Y junto con el mencionado encuentro, como dice nuestra torpe fórmula,<br />
se trata de una fusión. En otras palabras, de algún modo el encuentro se<br />
encamina en pos de una fusión. Mas, cabe agregar de inmediato que esta