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Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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Pero, por otra parte, si el poder no interactúa con los otros, quiere decir<br />

ello que estos últimos no “pueden” nada, carecen de fuerza.<br />

Si el saber no acompaña a los demás, se genera, por ejemplo, un poder<br />

político que, como lo plantea Sócrates en República I, equivale a una nave con<br />

un piloto ignorante que nos puede llevar al naufragio. Asimismo, sin el saber<br />

sólo puede haber juego sin reglas y creación sin canon estético. Y, si cierta<br />

forma de saber no acompaña al amor, en términos tomasianos también, no<br />

estaríamos amando lo que nuestra “razón amorosa” descubre como conforme<br />

al bien.<br />

Si el juego no anima a los otros horizontes de sentido, todo se vuelve de<br />

una seriedad y rigidez que con preclara visión Nietzsche ha criticado y<br />

ridiculizado.<br />

Si la creación no abre esos otros horizontes hacia nuevas posibilidades<br />

y perspectivas, fundando con ello nuevos mundos, todo se vuelve anodina<br />

repetición y rutina.<br />

Si la muerte no enseña la otra cara, la inevitable vanidad de lo humano y<br />

de justificar absolutamente nuestro estar aquí a través cada una de esas<br />

tentativas, todo se vuelve pretenciosa institución (que ciertamente en polvo se<br />

convertirá).<br />

Pero, si el amor no es capaz de contrarrestar, aunque parcialmente, la<br />

fatalidad de la muerte a través del intento de llenar los momentos, perpetuando<br />

el presente, mucho me temo, que no resta sino el severo "soporta y aguanta"<br />

de los estoicos.<br />

161.¿El amor como una vivencia filosófica?<br />

Cuando nos hacemos la pregunta por el sentido en su dimensión existencial, es<br />

decir nos preguntamos por el sentido de estar aquí, patentemente el amor se<br />

hace merecedor de constituir una respuesta a ello. Estamos aquí en este<br />

mundo, nacemos, vivimos y morimos, podríamos decir, para amar. El amor se<br />

presenta como una respuesta para la ética, la política, la educación, y en fin,<br />

para todos los quehaceres del humano. Bien podríamos estar tentados a decir<br />

que estamos aquí, como diría Fichte o de manera distinta, Marx, para hacer,<br />

para actuar, para transformar el mundo y la sociedad, mas ese hacer sólo<br />

puede legitimarse, si es un hacer y un actuar con amor.<br />

Es a partir del amor que impregnamos de sentido a lo que hacemos,<br />

pensamos, recordamos, imaginamos o creamos. El amor es la clave absoluta,<br />

y aunque él sea aquilatado como ideal, corresponde a uno tal que es realizable<br />

y con el poder de transformarnos y transformar el mundo que creamos.<br />

El cogito cartesiano, la sentencia “pienso luego existo”, se mueve en el<br />

plano de la certidumbre e implica un corte de la realidad, entre res cogitans – la<br />

cosa pensante que soy – y la res extensa – las cosas extensas, espaciales del<br />

mundo. Ella puede ser la primera verdad desde el punto de vista del<br />

conocimiento, pero no lo es para lo humano en toda su amplitud y radicalidad.<br />

El hombre propiamente es, en tanto que ama, en tanto impregna de<br />

amor lo que vive, logrando además con ello precisamente vivificar, darle vida a<br />

lo que vive.<br />

La primera certeza humana es por lo tanto “amo luego existo”. Quien no<br />

ama sólo es un humano a medias, un medio-hombre, alguien que ha errado el<br />

camino, porque se ha salido del camino de hacerse cada vez más hombre.

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