Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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09.05.2013 Views

leemos que tras la muerte de Dios lo que se esconde es la muerte de quien es (cita): «/... / 'padre', en relación al cual uno se salva, la 'personalidad' con la que se comercia y se expresa, el juez, con el que se regatea, el 'recompensador', respecto del cual uno se hace pagar por sus virtudes, aquel dios con el que se hacen sus 'negocios'» 155.El ateísmo de Proudhon. Pierre-Joseph Proudhon, que podría considerarse como el padre del socialismo francés, así como Marx lo fue del socialismo alemán, vivió entre 1809 y 1865. Era de origen muy humilde, de familia de artesanos y campesinos. Su padre era tonelero, oficio que el propio Pierre-Joseph también practicó, junto con muchos otros similares, como mozo de labranza o tipógrafo; su madre era cocinera. Mas, Proudhon desde temprano manifestó talento como escritor, y ello se tradujo en 1840 en su obra ¿Qué es la propiedad? Con esta obra pasó a ser conocido en toda Francia. Más tarde en 1843 aparece su obra fundamental, el Sistema de contradicciones económicas o la Filosofía de la Miseria. Al año siguiente, en respuesta Marx acusa recibo de este texto y escribe por su parte Miseria de la filosofía. Y si bien en La sagrada familia Marx tendrá palabras de elogio para Proudhon, tenderá a polemizar con él. Por ello se explica que Proudhon le escriba a Marx sobre este punto lo siguiente: “Después de haber demolido todos los dogmas a priori, no caigamos, a nuestra vez, en la contradicción de vuestro compatriota Lutero; no pensemos también nosotros en adoctrinar al pueblo; mantengamos una buena y leal polémica. Demos al mundo el ejemplo de una sabia y previsora tolerancia, pero, dado que estamos a la cabeza del movimiento, no nos transformemos en jefes de una nueva intolerancia, no nos situemos como apóstoles de una nueva religión, aunque ésta sea la religión de la lógica”. Y en cuanto al ateísmo de Proudhon, proclama él en su “Sistema de contradicciones económicas” la lucha contra Dios, el cual es el enemigo del hombre, al que le usurpa su libertad. Cuando hablamos de ateísmo, y no solamente de aquél de Proudhon, sino de Diderot, del Barón de Holbach, u otro, cabe considerar que el tono general de estos discursos varía, correspondiendo a un rechazo a toda religión o al cristianismo en particular, y, por lo tanto, en cada caso hay que deslindar el alcance respectivo. Así, por ejemplo, el Holbach sostiene en el Systeme de la nature de 1821 que dios «es la causa incomprensible de los efectos, que nos sorprenden y no podemos comprender»; y él mismo propone en otro pasaje, en cierta forma, un deus sive natura, como queda de manifiesto en las siguientes palabras: «Todo nos demuestra entonces que no debemos buscar la divinidad fuera de la naturaleza. Si queremos tener una idea de ella, debemos decir que sería la naturaleza». En fin, hay además curiosas formas de ateísmo, por lo demás, sin duda muy frecuentes en la cotidianidad, como el ateísmo de Hobbes, el cual trae a colación Karl Löwith, diciendo que: «Hobbes, que sabido es, era ateo, mas suficientemente inteligente como para estimar «no-inteligente» la negación de Dios /... /».

Lo anterior nos muestra así la ilegitimidad de cierto uso indiscriminado del término 'ateísmo'. Si se restringe éste exclusivamente a la negación del dios cristiano, sería, por ejemplo, ateo un musulmán, lo cual es absurdo. Si se restringe éste a la negación de un dios personal, diversas religiones naturales de algunas tribus serían ateas, lo cual ciertamente, también es absurdo. Si, por último, se restringe aquel a la negación del dios personal cristiano, entonces varias de las concepciones filosóficas en que se trata de dios (como singularmente es el caso de Spinoza) serían también ateas; y esto es igualmente absurdo, aunque este carácter absurdo sea más difícil de comprender y aceptar. 156.”Amo, luego existo”. Descartes sostuvo “pienso, luego existo”, en lo que obviamente la expresión ‘luego’ no tiene el alcance de ‘después’ o ‘más tarde’, sino que más bien de lo que se sigue de algo, de lo que algo supone, porque está implícito en ello. Según leemos en las más relevantes obras cartesianas – Discurso del método y Meditaciones metafísicas – alcanzamos esta primera verdad incuestionable, siguiendo el método de la duda, de dudar de lo que sea posible, de todo lo que no se le presente a mi mente de manera “clara y distinta”. Y así resulta que podemos dudar de todo, hasta de si tenemos un cuerpo, si es de día, pero no de que dudamos, y ya tan sólo al dudar pensamos. Ello quiere decir que somos algo, al menos algo que piensa. Por lo tanto, “pienso, luego existo”. Martin Heidegger ha criticado esto que se conoce como el “cogito cartesiano”, aduciendo que con él se demuestra un sujeto abstracto sin mundo – sin cuerpo, sin entorno, sin los otros. El cogito cartesiano, la sentencia “pienso luego existo”, se mueve ya en el plano de la certidumbre e implica un corte de la realidad. Ella puede ser la primera verdad desde el punto de vista del conocimiento, pero no lo es para lo humano en toda su amplitud y radicalidad. El hombre propiamente es, en tanto que ama, en tanto impregna de amor lo que vive, logrando además con ello precisamente vivificar, darle vida a lo que vive. En razón de estas consideraciones, me atrevo a sostener que en verdad lo más radical no es “pienso, luego existo”, sino “amo, luego existo”. Verdaderamente existo, estoy vivo en este planeta, me completo a mí mismo, encuentro un camino en el mundo, tan sólo en tanto que amo. Existir no está concebido así como algo meramente dado, sino que tiene que desplegarse, ir en busca de su completud, y esta la da precisamente el amar. A veces, en ciertas situaciones que se dan en las que vamos a las raíces de la existencia y del mundo, advertimos que si alguien nos preguntara por el sentido de estar aquí, el sentido de aquello por lo que nos esforzamos, luchamos, por lo que nos preocupa, nos desvela, nos inquieta, y también nos hace creer, soñar, proyectarnos, diría que es en primerísimo lugar el amar. Hay en esto algo tan simple como profundo, esencial y radical: amar. No hay otra receta. Incluso toda ética tiene que arrancar de aquí, desplegarse, y por último volver precisamente hasta aquí mismo, a este mismo punto de partida: amar, sólo amar.

Lo anterior nos muestra así la ilegitimidad de cierto uso indiscriminado del<br />

término 'ateísmo'. Si se restringe éste exclusivamente a la negación del dios<br />

cristiano, sería, por ejemplo, ateo un musulmán, lo cual es absurdo. Si se<br />

restringe éste a la negación de un dios personal, diversas religiones naturales<br />

de algunas tribus serían ateas, lo cual ciertamente, también es absurdo. Si, por<br />

último, se restringe aquel a la negación del dios personal cristiano, entonces<br />

varias de las concepciones filosóficas en que se trata de dios (como<br />

singularmente es el caso de Spinoza) serían también ateas; y esto es<br />

igualmente absurdo, aunque este carácter absurdo sea más difícil de<br />

comprender y aceptar.<br />

156.”Amo, luego existo”.<br />

Descartes sostuvo “pienso, luego existo”, en lo que obviamente la expresión<br />

‘luego’ no tiene el alcance de ‘después’ o ‘más tarde’, sino que más bien de lo<br />

que se sigue de algo, de lo que algo supone, porque está implícito en ello.<br />

Según leemos en las más relevantes obras cartesianas – Discurso del<br />

método y Meditaciones metafísicas – alcanzamos esta primera verdad<br />

incuestionable, siguiendo el método de la duda, de dudar de lo que sea posible,<br />

de todo lo que no se le presente a mi mente de manera “clara y distinta”. Y así<br />

resulta que podemos dudar de todo, hasta de si tenemos un cuerpo, si es de<br />

día, pero no de que dudamos, y ya tan sólo al dudar pensamos. Ello quiere<br />

decir que somos algo, al menos algo que piensa. Por lo tanto, “pienso, luego<br />

existo”.<br />

Martin Heidegger ha criticado esto que se conoce como el “cogito<br />

cartesiano”, aduciendo que con él se demuestra un sujeto abstracto sin mundo<br />

– sin cuerpo, sin entorno, sin los otros.<br />

El cogito cartesiano, la sentencia “pienso luego existo”, se mueve ya en<br />

el plano de la certidumbre e implica un corte de la realidad. Ella puede ser la<br />

primera verdad desde el punto de vista del conocimiento, pero no lo es para lo<br />

humano en toda su amplitud y radicalidad.<br />

El hombre propiamente es, en tanto que ama, en tanto impregna de<br />

amor lo que vive, logrando además con ello precisamente vivificar, darle vida a<br />

lo que vive.<br />

En razón de estas consideraciones, me atrevo a sostener que en verdad<br />

lo más radical no es “pienso, luego existo”, sino “amo, luego existo”.<br />

Verdaderamente existo, estoy vivo en este planeta, me completo a mí mismo,<br />

encuentro un camino en el mundo, tan sólo en tanto que amo. Existir no está<br />

concebido así como algo meramente dado, sino que tiene que desplegarse, ir<br />

en busca de su completud, y esta la da precisamente el amar.<br />

A veces, en ciertas situaciones que se dan en las que vamos a las raíces<br />

de la existencia y del mundo, advertimos que si alguien nos preguntara por el<br />

sentido de estar aquí, el sentido de aquello por lo que nos esforzamos,<br />

luchamos, por lo que nos preocupa, nos desvela, nos inquieta, y también nos<br />

hace creer, soñar, proyectarnos, diría que es en primerísimo lugar el amar.<br />

Hay en esto algo tan simple como profundo, esencial y radical: amar. No<br />

hay otra receta.<br />

Incluso toda ética tiene que arrancar de aquí, desplegarse, y por último<br />

volver precisamente hasta aquí mismo, a este mismo punto de partida: amar,<br />

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