Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

vez muerto éste, fue desginado Anselmo como Arzobispo por el rey Guillermo II. La
verdad es que en numerosas oportunidades se le había ofrecido esta dignidad, pero
de manera igualmente reiterada la había rechazado. Cierto relato al respecto cuenta
que encontrándose el rey en su lecho de enfermo, Anselmo tuvo que concurrir ante
él, y que sus amigos, tanto de la Iglesia como seculares, lo sostuvieron firme delante
del rey al momento que éste lo nombraba Arzobispo y que incluso levantaron su
brazo al jurar por el nuevo cargo, forzándolo por último a sostener el báculo, símbolo
del mando. Entonces ya era 1093 y Anselmo tenía 60 años. En razón de este
nombramiento es que Anselmo es conocido en la historia como San Anselmo de
Canterbury.
Mas, con razón que Anselmo tenía enormes dificultades con éste como
por lo demás con cualquier nombramiento. Desde entonces se las tuvo que ver
con los entuertos de la política y de la siempre compleja relación de la realeza
británica con el Vaticano. Es así como leemos en una carta dirigida al Papa:
“Ya hace 4 años que soy Arzobispo y no he alcanzado nada; de manera
inútil he vivido en medio de tremendos y desdeñables enredos de mi alma, de
tal modo que frecuentemente quisiera que me sea lícito morir lejos de Inglaterra
que tener que vivir allí”.
Respecto de la relación entre razón y fe, que constituía el primerísimo
tema indagado y discutido en aquellos años, claramente San Anselmo pone el
mayor énfasis en la fe, dado que se trata de que ella es lo primero, sólo ella
toca lo esencial y la razón tiene la misión de explicar aquello. Esto lo desarrolla
en sus principales y más conocidas obras – Monologion y Proslogion. En este
sentido, nos dice que:
“El recto orden exige que primero creamos en las profundidades de la fe
cristiana, antes que osemos, indagarlas por medio de la razón”.
Ello se condensa en definitiva en la sentencia “credo ut intelligam”, “creo
para comprender”, y que si la interpretamos por el lado negativo, supone que
toda comprensión del mundo, del hombre, del sentido, recién se inicia con la fe,
que, mientras no hay tal, toda comprensión es superficial y aparente.
138.San Anselmo y la formulación del llamado “argumento ontológico”.
En la historia de la filosofía nos encontramos en particular desde Aristóteles en
adelante con reiteradas demostraciones de la existencia de Dios.
Independientemente que se esté o no de acuerdo con ellas, claramente
podemos reconocer como con ellas la razón asciende a un elevadísimo nivel.
Probablemente lo que tiene más fuerza de las demostraciones aristotélicas es
lo que atañe a una exigencia – y agreguemos, una necesidad – del
pensamiento. Éste exige que haya una primera causa de todo, y esta causa,
por definición, no puede ser efecto de una causa anterior (como, por ejemplo,
el fuego que es causa del humo, a su vez es efecto de qué o quién lo
encendió); ahora bien, si la supuesta primera causa es absolutamente tal,
entonces ella, al no tener una causa anterior que la produzca, tiene que ser
causa de sí misma, y a esto le llamamos Dios.
Tal vez no menor es la lucidez de la demostración de San Anselmo, que
viviera entre 1033 y 1109, de la existencia de Dios, expuesta en su Proslogion.
Veamos como discurre:
"Así, pues, ¡oh Señor!, Tú que das inteligencia a la fe, concédeme,
cuanto conozcas que me sea conveniente, entender que existes, como lo