Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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09.05.2013 Views

hay todavía tragedia. Ella se desencadena sólo en tanto Edipo sabe, ya que Tiresias finalmente le dice la verdad. El título de esta obra teatral de Giannini es muy apropiado – “La razón heroica” – puesto que ante todo Sócrates es eso. La comparación que hace Sócrates de las leyes con los muros que protegen la polis es reveladora al respecto. Hay que respetar las leyes aunque signifique ello que te condenan a morir. Pero ¿muere con ello la razón? De ninguna manera. Es justo lo contrario, es la razón, la razón que de este modo es heroica hasta las últimas consecuencias, la que triunfa, y agregaría que triunfa para siempre y se vuelve así inmortal. Por su parte, Hegel presenta a Sócrates como una figura hecha de un solo trazo, de una sola idea que habrá de seguir hasta el final, sin que nada se interponga. Lo compara con la gran obra de arte y con otras figuras como Pericles que, cual modelos clásicos de humanidad, siguen su derrotero hasta el final. Sin duda también en ello está señalada su tragedia. 135.Sócrates al modo de lo que Kierkegaard llamó “héroe del instante”. Se me ocurre que Sócrates puede ser concebido también al modo de cómo Kierkegaard pensara lo heroico. El héroe para Kierkegaard es siempre “héroe del instante”. El héroe es aquél que es capaz en un solo instante decisivo de arriesgarlo todo, de ponerlo todo en juego, sin importar cuánta sangre, sudor y lágrimas le haya costado aquello. De este modo, podemos reconocer a los que son venerados como héroes en la historia, aunque muchas leyendas se tejan en torno a ellos. Y si lo vemos por la contraparte, quien no arriesga todo en un momento, difícilmente puede ser considerado héroe. Si asumimos que es legítimo concebir al hombre desde el juego, vale decir, al hombre como jugador, como homo ludens, el tipo de juego que Roger Caillois ha clasificado como de ilinx, término griego que significa ‘vértigo’, viene a ser el tipo de juego que corresponde a las acciones heroicas. Pero, antes que eso, el supuesto héroe, como ninguno, parece ser paradigmático respecto del juego. ¿Y por qué es eso? Pues precisamente porque como ninguno es capaz de ponerlo todo en juego en un instante, nada menos que su propia vida. Esto último es muy decidor respecto del juego, ya que en verdad cuando propiamente jugamos, nos ponemos en juego, y esto quiere decir que el riesgo es parte constitutiva de lo lúdico. En otras palabras, quien no acomete riesgos, quizás no todo el rato, pero si al menos en ciertos momentos decisivos, no está propiamente jugando. Observado esto desde el pensamiento de Kierkegaard sobre el instante, podríamos decir que entonces, cuando ponemos todo en juego en un instante, el instante se eterniza, porque nos sumergimos en él, como si no hubiera nada más que importara. La expresión latina alia jacta est, “la suerte está echada” revela nítidamente lo que estamos diciendo, en cuanto interpreta a nuestro “héroe del instante”. Y en el caso de Sócrates – nuestro héroe filosófico – él se comporta precisamente así ya en la Apología, en la defensa ante los tribunales, ante la “Asamblea de los Quinientos”. No acepta el pago de una fianza, ni tampoco la huida. Él estima que si las leyes, que son como los muros que protegen la ciudad, lo condenan, igual debe acatarlas.

Y así observamos en el Fedón, el Diálogo dedicado a los últimos momentos de Sócrates, como no bastan los ruegos de los amigos que desista, ofreciéndoles ellos una salida. Nada es suficiente para Sócrates, cuya espera del momento final de beber la copa de la cicuta se ha alargado, ya que la nave que ha partido a Delos demora en volver a causa de temporales en el Egeo, lo que correspondía al ritual como agradecimiento al Dios que practicaban los atenienses por haber liberado a las víctimas del Minotauro, que en tiempos inmemoriales habían viajado con Teseo a Creta. Cuando años más tarde, debido a la muerte prematura de Alejandro Magno, los macedonios caen en descrédito, comenzó una persecución de los macedonios en Atenas, y entonces esto afectó también a Aristóteles que había sido maestro del joven Príncipe Alejandro. Mas, antes que cayera sobre él el edicto de ostracismo, Aristóteles decidió retirarse a la gran Isla de Eubea, donde poseía alguna tierra, y en palabras de él, hizo esto con el fin de impedir que los atenienses volvieran a hacerse culpables con la filosofía, como ya lo habían hecho con Sócrates. 136.Alcibíades compara a Sócrates con el sátiro Marsias. Alcibíades, nacido en el seno de una poderosa y noble familia, fue un destacado General y político ateniense que vivió entre el 450 y el 404 a.C. ;a la muerte de su padre, quedó su educación a cargo de Pericles. Alcibíades se caracterizaba sobre todo por su extravagancia. Uno de los aspectos de su personalidad que lo vinculan con la filosofía es haber sido seguidor, admirador y amigo de Sócrates. Sobre todo destaca Alcibíades en uno de los Diálogos más destacados y célebres de Platón – el Banquete – el Diálogo sobre Eros, el amor. En la última parte de éste irrumpe bruscamente, y embriagado, en la escena del Diálogo, y entonces, siendo presa de un ataque de celos por ver a Sócrates en íntima conversación con otro de los invitados, en las palabras que dice compara a Sócrates con Marsias, aquel sátiro, fauno o sileno que al recoger la flauta desechada por Atenea, desafió a Apolo a un certamen, de acuerdo a cuyo resultado, el vencedor podía tratar al vencido como quisiera. Como ganara Apolo, que estaba indignado por la presunción de Marsias, lo ató a un árbol y lo desolló vivo. Su sangre se convirtió entonces en el Río Marsias, que es un afluente del Meandro, aquel río que desemboca en Mileto, en el Asia Menor. Escuchemos a continuación la comparación de Alcibíades, refiriéndose primero a Marsias: “Éste encantaba a los hombres por medio de sus instrumentos con el poder de su boca /.../ Tú te distingues de él tan sólo en cuanto consigues lo mismo sin instrumentos, con la sola palabra /.../ Si alguien, quienquiera que sea – una mujer, un hombre o un joven – te escucha a ti mismo o a otro que cuenta de tus palabras, y aunque quien las cuenta sea completamente insignificante, entonces quedamos embelesados y en éxtasis. Yo, al menos ¡oh hombres! si acaso no me presentara completamente embriagado, les juraría y os diría lo que yo mismo he padecido y padezco debido a sus palabras. Porque, cuando las escucho, me salta el corazón mucho más que a los bailarines coribantes, y me saltan las lágrimas bajo el efecto de sus palabras. A muchos otros veo padecer lo mismo /.../ Por este Marsias he quedado varias veces en un estado tal que me parecía que no valía la pena vivir, si acaso permaneciera así como

hay todavía tragedia. Ella se desencadena sólo en tanto Edipo sabe, ya que<br />

Tiresias finalmente le dice la verdad.<br />

El título de esta obra teatral de Giannini es muy apropiado – “La razón<br />

heroica” – puesto que ante todo Sócrates es eso. La comparación que hace<br />

Sócrates de las leyes con los muros que protegen la polis es reveladora al<br />

respecto. Hay que respetar las leyes aunque signifique ello que te condenan a<br />

morir. Pero ¿muere con ello la razón? De ninguna manera. Es justo lo<br />

contrario, es la razón, la razón que de este modo es heroica hasta las últimas<br />

consecuencias, la que triunfa, y agregaría que triunfa para siempre y se vuelve<br />

así inmortal.<br />

Por su parte, Hegel presenta a Sócrates como una figura hecha de un<br />

solo trazo, de una sola idea que habrá de seguir hasta el final, sin que nada se<br />

interponga. Lo compara con la gran obra de arte y con otras figuras como<br />

Pericles que, cual modelos clásicos de humanidad, siguen su derrotero hasta el<br />

final. Sin duda también en ello está señalada su tragedia.<br />

135.Sócrates al modo de lo que Kierkegaard llamó “héroe del instante”.<br />

Se me ocurre que Sócrates puede ser concebido también al modo de cómo<br />

Kierkegaard pensara lo heroico. El héroe para Kierkegaard es siempre “héroe<br />

del instante”. El héroe es aquél que es capaz en un solo instante decisivo de<br />

arriesgarlo todo, de ponerlo todo en juego, sin importar cuánta sangre, sudor y<br />

lágrimas le haya costado aquello. De este modo, podemos reconocer a los que<br />

son venerados como héroes en la historia, aunque muchas leyendas se tejan<br />

en torno a ellos.<br />

Y si lo vemos por la contraparte, quien no arriesga todo en un momento,<br />

difícilmente puede ser considerado héroe.<br />

Si asumimos que es legítimo concebir al hombre desde el juego, vale<br />

decir, al hombre como jugador, como homo ludens, el tipo de juego que Roger<br />

Caillois ha clasificado como de ilinx, término griego que significa ‘vértigo’, viene<br />

a ser el tipo de juego que corresponde a las acciones heroicas. Pero, antes que<br />

eso, el supuesto héroe, como ninguno, parece ser paradigmático respecto del<br />

juego. ¿Y por qué es eso? Pues precisamente porque como ninguno es capaz<br />

de ponerlo todo en juego en un instante, nada menos que su propia vida.<br />

Esto último es muy decidor respecto del juego, ya que en verdad cuando<br />

propiamente jugamos, nos ponemos en juego, y esto quiere decir que el riesgo<br />

es parte constitutiva de lo lúdico. En otras palabras, quien no acomete riesgos,<br />

quizás no todo el rato, pero si al menos en ciertos momentos decisivos, no está<br />

propiamente jugando.<br />

Observado esto desde el pensamiento de Kierkegaard sobre el instante,<br />

podríamos decir que entonces, cuando ponemos todo en juego en un instante,<br />

el instante se eterniza, porque nos sumergimos en él, como si no hubiera nada<br />

más que importara.<br />

La expresión latina alia jacta est, “la suerte está echada” revela<br />

nítidamente lo que estamos diciendo, en cuanto interpreta a nuestro “héroe del<br />

instante”. Y en el caso de Sócrates – nuestro héroe filosófico – él se comporta<br />

precisamente así ya en la Apología, en la defensa ante los tribunales, ante la<br />

“Asamblea de los Quinientos”. No acepta el pago de una fianza, ni tampoco la<br />

huida. Él estima que si las leyes, que son como los muros que protegen la<br />

ciudad, lo condenan, igual debe acatarlas.

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