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Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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nunca somos propiamente en el instante. La mayor parte del tiempo estamos<br />

determinados por nuestras expectativas, proyectos o tal vez también por cierto<br />

malestar que nos impide ingresar propiamente en el instante. Ello nos muestra<br />

que de un lado la razón que gobierna nuestras existencias es tan poderosa y<br />

determinante que, como bien lo viera Karl Jaspers, el instante resulta<br />

penosamente sacrificado con la promesa que ya llegará – pero al final – el<br />

anhelado cumplimiento del objetivo. Mas, de otro lado, también nuestra<br />

condición física y mental, nuestro encontrarnos bien o bajo cierto malestar,<br />

pasa a ser también una barrera para acceder al instante.<br />

Ello nos hace ver que acercarnos al instante, llegar por lo menos<br />

vivencialmente a rozarlo, no es nada fácil, y el propio instante plantea sus<br />

exigencias al respecto. Ello supone encontrarse en cierta integridad.<br />

Al parecer, por lo mismo, la vivencia erótica y amorosa supone esa<br />

posibilidad. En efecto, en ella es posible que ingresemos hasta tal punto en el<br />

instante que disfrutamos entonces de cada décima de segundo. Entonces,<br />

utilizando una expresión de Heidegger, temporalizamos el tiempo de otra<br />

manera, y podríamos decir en un sentido intra-temporal, sumergiéndonos más<br />

en un tiempo intensivo que extensivo.<br />

Y esa inmersión en el instante que se da en lo erótico y amoroso, es<br />

patente que también se da en la mística, en la meditación, en la creación, más<br />

precisamente en el acto de crear. En todas estas vivencias somos succionados<br />

por el instante y lo instantáneo hasta tal punto que estamos como olvidados de<br />

nosotros mismos, haciendo lo que hacemos, sin detenernos a pensar en ello.<br />

Salta a la vista además que éstas son, por otra parte, las vivencias sanadoras<br />

en las que la razón, sus proyectos, objetivos y exigencias, como nuestro<br />

bienestar o malestar, quedan relegados a un segundo plano.<br />

Sin embargo, solemos frecuentemente ver a las personas en nuestro<br />

derredor, y en ello en general estamos incluidos nosotros mismos, como presas<br />

en una malla de historias personales, en una suerte de película de sus vidas,<br />

en que cada cual está en cierto modo más bien actuando su vida, que<br />

propiamente viviendo. Cada cual se presenta en ciertos relatos y narraciones,<br />

cierta madeja existencial, de acuerdo a la cual lo que vemos de esas personas<br />

encaja en ello, en ese hilo conductor, y ellas mismas son por supuesto las<br />

primeras en estar preocupadas de esa coherencia.<br />

Ahora bien, cuando las personas están nada más que en eso, como si<br />

fueran títeres de sí mismos, o al modo de mariposas, clavadas por ellas<br />

mismas en el insectario, entonces no se asumen en su dimensión lúdica.<br />

Hay que decir al respecto que es notable como el juego exige esa plena<br />

inmersión en el instante, tanto para el que va en la cancha de carrera a meter<br />

un gol, como para el que está en una combinación de piezas pronto a acorralar<br />

al rey. Sin duda, como en general toda partida tiene inicio y fin y se desarrolla<br />

en un tiempo limitado, estamos entonces obligados a sumergirnos en el<br />

instante. Sin embargo, en la “Gran Partida” que, en cierto modo, es la<br />

existencia, sucede que por lo general, como decíamos más arriba, el instante<br />

es penosamente sacrificado. Mas, tal vez lo propiamente sabio sería jugar esa<br />

Gran Partida de un modo similar a nuestros juegos, y por lo tanto buceando,<br />

ojalá lo más posible, en el instante.<br />

126.”Pues lo mismo es pensar y ser”.

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