PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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Llegó la noche, cenamos, me acosté, y me quedé dormido sin acordarme de la consabida cita; cuando a las horas prevenidas, el perro de Januario, que se desvelaba por mi daño, viendo que yo roncaba alegremente, se levantó y fue a despertarme, diciéndome: -Flojo, condenado, ¿qué haces? Anda, que son las once y te estará esperando Poncianita. Era mi sueño mayor que mi malicia, y así, más de fuerza que de gana, me levanté en paños menores; descalzo y temblando de frío y de miedo, me fui para la recámara de mi amada, ignorante de la trama que me tenía urdida mi grande y generoso amigo. Entré muy quedito; me acerqué a la cama, donde yo pensaba que dormía la inocente niña; toqué la almohada, y cuando menos lo pensé, me plantó la vieja madre tan furioso zapatazo en la cara, que me hizo ver el sol a medianoche. El susto de no saber quién me había dado, me decía que callara; pero el dolor del golpe me hizo dar un grito más recio que el mismo zapatazo. Entonces la buena vieja me afianzó de la camisa, y sentándome junto a sí me dijo: -Cállese usted, mocoso atrevido, ¿qué venía a buscar aquí? Ya sé sus gracias. ¿Así se honra a sus padres? ¿Así se pagan los favores que le hemos hecho? ¿Este es el modo de portarse un niño bien nacido y bien criado? ¿Qué deja usted para los payos ordinarios y sin educación? Pícaro, indecente, osado, que se atreve a arrojarse a la cama de una niña doncella, hija de unos señores que lo han favorecido. Agradezca que, por respeto a sus buenos padres, no hago que lo majen a palos mi criados; pero mañana vendrá mi marido, y en el día haré que se lleve a usted a México, que yo no quiero pícaros en mi casa. Yo, lleno de temor y confusión, me le hinqué, lloré y supliqué tanto que no le avisara don Martín, que al fin me lo prometió. Fuime a mi cama y observé que reía bastante el indigno Januario debajo de la sábana; pero no me di por entendido. Al día siguiente vino don Martín, y la señora, pretextando no sé qué diligencia precisa en la capital, hizo poner el coche, y sin volver a ver a la pobre muchacha, me condujeron a la casa de mis padres, sin darse la señora por entendida con su marido según me lo prometió.
CAPÍTULO IX LLEGA PERIQUILLO A SU CASA Y TIENE UNA LARGA CONVERSACIÓN CON SU PADRE SOBRE MATERIAS CURIOSAS E INTERESANTES Llegamos a mi casa, donde fui muy bien recibido de mis padres, especialmente de mi madre, que no se hartaba de abrazarme, como si acabara de llegar de luengas tierras y de alguna expedición muy arriesgada. El señor don Martín estuvo en casa dos o tres días mientras concluyó su negocio, al cabo de los cuales se retiró a su hacienda, dejándome muy contento porque se había quedado en silencio mi desorden. El señor mi padre un día me llamó a solas y me dijo: “Pedro, ya has entrado en la juventud sin saber en dónde dejaste la niñez, y mañana te hallarás en la virilidad o en la edad consistente, sin saber cómo se te acabó la juventud. Esto quiere decir, que hoy eres muchacho y mañana serás un hombre; tienes en tu padre quien te dirija, quien te aconseje y cuide de tu subsistencia; pero mañana, muerto yo, tú habrás de dirigirte y mantenerte a costa de tu sudor o tus arbitrios, so pena de perecer, si no lo haces así; porque ya ves que yo soy un pobre y no tengo más herencia que dejarte que la buena educación que te he dado, aunque tú no la has aprovechado como yo quisiera. “En virtud de esto, pensemos hoy lo que ha de ser mañana. Ya has estudiado gramática y filosofía; estás en disposición de continuar la carrera de las letras, ya sea estudiando teología o cánones, ya leyes o medicina. Las dos primeras facultades dan honor y aseguran la subsistencia a los que se dedican a ellas con talento y aplicación; mas es como preciso que sean eclesiásticos para que logren el fruto de su trabajo y sean útiles en su carrera, pues un secular, por buen teólogo o canonista que sea, ni podrá orar en un púlpito, ni resolver un caso de conciencia en un confesionario; y así es que estas facultades son estériles para los seculares, y sólo se pueden estudiar por ilustrarse, en caso de no necesitar los libros para comer. “La medicina y la abogacía son facultades útiles para los seculares. Todas son buenas en sí y provechosas, como el que las profese sea bueno en ellas, esto es, como salga aprovechado en su estudio; y así sería una necedad muy torpe que el teólogo adocenado, el médico
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CAPÍTULO IX<br />
LLEGA <strong>PERIQUILLO</strong> A SU CASA Y TIENE UNA LARGA CONVERSACIÓN CON<br />
SU PADRE SOBRE MATERIAS CURIOSAS E INTERESANTES<br />
Llegamos a mi casa, donde fui muy bien recibido de mis padres, especialmente de mi<br />
madre, que no se hartaba de abrazarme, como si acabara de llegar de luengas tierras y de<br />
alguna expedición muy arriesgada. El señor don Martín estuvo en casa dos o tres días<br />
mientras concluyó su negocio, al cabo de los cuales se retiró a su hacienda, dejándome muy<br />
contento porque se había quedado en silencio mi desorden.<br />
El señor mi padre un día me llamó a solas y me dijo:<br />
“Pedro, ya has entrado en la juventud sin saber en dónde dejaste la niñez, y mañana te<br />
hallarás en la virilidad o en la edad consistente, sin saber cómo se te acabó la juventud.<br />
Esto quiere decir, que hoy eres muchacho y mañana serás un hombre; tienes en tu padre<br />
quien te dirija, quien te aconseje y cuide de tu subsistencia; pero mañana, muerto yo, tú<br />
habrás de dirigirte y mantenerte a costa de tu sudor o tus arbitrios, so pena de perecer, si no<br />
lo haces así; porque ya ves que yo soy un pobre y no tengo más herencia que dejarte que la<br />
buena educación que te he dado, aunque tú no la has aprovechado como yo quisiera.<br />
“En virtud de esto, pensemos hoy lo que ha de ser mañana. Ya has estudiado gramática y<br />
filosofía; estás en disposición de continuar la carrera de las letras, ya sea estudiando<br />
teología o cánones, ya leyes o medicina. Las dos primeras facultades dan honor y aseguran<br />
la subsistencia a los que se dedican a ellas con talento y aplicación; mas es como preciso<br />
que sean eclesiásticos para que logren el fruto de su trabajo y sean útiles en su carrera, pues<br />
un secular, por buen teólogo o canonista que sea, ni podrá orar en un púlpito, ni resolver un<br />
caso de conciencia en un confesionario; y así es que estas facultades son estériles para los<br />
seculares, y sólo se pueden estudiar por ilustrarse, en caso de no necesitar los libros para<br />
comer.<br />
“La medicina y la abogacía son facultades útiles para los seculares. Todas son buenas en sí<br />
y provechosas, como el que las profese sea bueno en ellas, esto es, como salga aprovechado<br />
en su estudio; y así sería una necedad muy torpe que el teólogo adocenado, el médico