PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
-Dígame usted, padre, ya que los eclises no son más que eso, ¿por qué son tan dañinos que nos pierden las siembras, los ganados, y hasta nos enferman y sacan imperfectos los muchachos? -Esa es la vulgaridad -respondió el vicario. Los eclipses en nada se meten, ni tienen la culpa de esas desgracias. Las siembras se pierden, o porque les ha faltado cultivo a su tiempo, o han escaseado las aguas, o la semilla estaba dañada, o era ruin, o la tierra carece de jugos, o está cansada, etc. Los ganados malparen, o las crías nacen enfermas ya porque se lastiman las hembras, o padecen alguna enfermedad particular que no conocemos, o han comido alguna hierba que las perjudica, etc.; últimamente, nosotros nos enfermamos o por el excesivo trabajo, o por algún desorden en la comida o bebida, o por exponernos al aire sin recato estando el cuerpo muy caliente, o por otros mil achaques que no faltan; y las criaturas nacen tencuas, raquíticas, defectuosas o muertas, por la imprudencia de sus madres en comer cosas nocivas, por travesear, corretear, alzar cosas pesadas, trabajar mucho, tener cóleras vehementes, o recibir golpes en el vientre. Conque vea usted cómo no tienen los pobres eclipses la culpa de nada de esto. -Bien -dijo don Martín-, pero ¿cómo suceden estas desgracias puntualmente cuando hay eclis? -La desgracia de los eclipses -dijo el vicario-, consiste en que suceda algo de esto en su tiempo; porque los pobres que no entienden de nada, luego luego echan la culpa a los eclipses de cuantas averías hay en el mundo. Así como cuando uno se enferma, lo primero que hace es buscar achaque a su enfermedad, y tal vez cree que se la ocasionó lo más inocente. Conque, amigo, no hay que ser vulgares, ni que quitar el crédito a los pobrecitos eclipses, que es pecado de restitución. Celebraron todos al padre vicario, y le pegaron un buen tabardillo al amigo Juan Largo, de modo que se levantó de allí chillándole las orejas. A poco rato nos fuimos a acostar. CAPÍTULO VIII
EN EL QUE ESCRIBE PERIQUILLO ALGUNAS AVENTURAS QUE LE PASARON EN LA HACIENDA Y LA VUELTA A SU CASA A otro día nos levantamos muy contentos; el señor cura hizo poner su coche, y el padre vicario mandó ensillar su caballo para irse a sus respectivos destinos. El padre vicario se despidió de mí con mucho cariño, y yo le correspondí con el mismo, porque era un hombre amable, benéfico y no soberbio ni necio. Fuéronse, por fin, y yo quedé sin tan útil compañía. El hermano Juan Largo, tan tonto y sinvergüenza como siempre (porque es propiedad del necio no dársele nada de cosa alguna de esta vida), a la hora del almuerzo me comenzó a burlar con la cometa; pero yo le rebatí defendiéndome con los disparates que él había hablado acerca del eclipse, con cuya diligencia lo dejé corrido, y él debía de haber advertido que es una majadería ponerse a apedrear el tejado del vecino el que tiene el suyo de vidrio. Fuérase porque yo era nuevo en la casa, o porque tenía un genio más prudente y jovial, las señoras, las muchachas y todos me querían más que a Juan Largo, que era naturalmente tosco y engreído. Con esto, cuando yo decía alguna facetada, la celebraban infinito, y de esto mondaba mi rival Januario, y trataba de vengarse siempre que hallaba ocasión, sin poder yo librarme de sus maldades, porque las tramaba con la capa de la amistad. ¡Abominable carácter de almas viles, que fabrican la traición a la sombra de la misma virtud! Como yo por una parte lo amaba, y él por otra tenía un genio intrigante, me disimulaba sus malas intenciones, y yo me entregaba sin recelo a sus dictámenes. Todas las tardes salíamos a pasear a caballo. Ya se deja entender qué buen jinete sería yo, que no había montado sino los caballos de alquiler barato de México; animales flacos, trabajados y de una zoncería y mansedumbre imponderable. No eran así los de la hacienda, porque casi todos estaban lozanos y eran briosos; motivo bastante para que yo les tuviera harto miedo; por esto me ensillaban los de la señora y de la niña su hija, y todas las tardes, como dije, salíamos a pasear Januario, yo y dos hijos del administrador que eran muy buenas maulas.
- Page 25 and 26: Ya ustedes verán ¿qué aprenderí
- Page 27 and 28: No digo a los viejos, pero ni a los
- Page 29 and 30: podíamos encontrar maestro más su
- Page 31 and 32: Entramos por fin a la nueva escuela
- Page 33 and 34: -Sí, señor -le dije todo enternec
- Page 35 and 36: Nada indigno del oído o de la vist
- Page 37 and 38: que veas a lo que está expuesto el
- Page 39 and 40: Mi madre, sin embargo de lo dicho,
- Page 41 and 42: los recintos de las universidades o
- Page 43 and 44: avasallar tanto del amor de Omfale
- Page 45 and 46: gramática, y quedé sobre las espu
- Page 47 and 48: Por estos principios conoceréis qu
- Page 49 and 50: insuficiencia. Con todo eso, yo est
- Page 51 and 52: Llegamos a mi casa, la que estaba l
- Page 53 and 54: Siempre he sido perverso, ya os lo
- Page 55 and 56: amigo; y cumpliendo con estos deber
- Page 57 and 58: -Eso es -respondió la madama. -Sí
- Page 59 and 60: Calló el padre gordo diciendo esto
- Page 61 and 62: esférica, y éstos, elípticamente
- Page 63 and 64: Con esta resolución me levanté de
- Page 65 and 66: estrepitosas, las risueñas fuentes
- Page 67 and 68: -Padre -le dije yo-, ¿y así expon
- Page 69 and 70: Como en aquella época no se tratab
- Page 71 and 72: muy dañinos a las sementeras, a lo
- Page 73 and 74: -Pues me ha de entender usted -repl
- Page 75: -Es verdad -decía don Martín; per
- Page 79 and 80: embarazó la carrera haciendo que t
- Page 81 and 82: dijo un antiguo: Felix quem faciunt
- Page 83 and 84: Repetí las gracias a mi grande ami
- Page 85 and 86: CAPÍTULO IX LLEGA PERIQUILLO A SU
- Page 87 and 88: “Que es como decirte: aunque teng
- Page 89 and 90: “Pues es cierto que si las fuerza
- Page 91 and 92: tonsurado y vestía los hábitos cl
- Page 93 and 94: porque no quiero que estés perdien
- Page 95 and 96: definiciones y cuatro casos los má
- Page 97 and 98: conocer que me decía el credo, por
- Page 99 and 100: anuencia de algunos romanos, hizo q
- Page 101 and 102: Un año gasté en aprender todas es
- Page 103 and 104: mi padre una palabra, y así que se
- Page 105 and 106: encajado luego luego la gala de rec
- Page 107 and 108: -No sabía yo que traías asunto, p
- Page 109 and 110: No parece sino que me ayudaba en to
- Page 111 and 112: disculpan los vicios más groseros
- Page 113 and 114: No hay que dudar ni que admirarse d
- Page 115 and 116: -Tú harás y dirás todo eso por n
- Page 117 and 118: En aquellos ocho días se prepararo
- Page 119 and 120: haciéndome ver que me quería. Con
- Page 121 and 122: Así hablaba yo conmigo mismo, y as
- Page 123 and 124: El uno de ellos, que era el más mu
- Page 125 and 126: -Sí, Perico, no harás otra cosa m
EN <strong>EL</strong> QUE ESCRIBE <strong>PERIQUILLO</strong> ALGUNAS AVENTURAS QUE LE PASARON<br />
EN LA HACIENDA Y LA VU<strong>EL</strong>TA A SU CASA<br />
A otro día nos levantamos muy contentos; el señor cura hizo poner su coche, y el padre<br />
vicario mandó ensillar su caballo para irse a sus respectivos destinos. El padre vicario se<br />
despidió de mí con mucho cariño, y yo le correspondí con el mismo, porque era un hombre<br />
amable, benéfico y no soberbio ni necio.<br />
Fuéronse, por fin, y yo quedé sin tan útil compañía. El hermano Juan Largo, tan tonto y<br />
sinvergüenza como siempre (porque es propiedad del necio no dársele nada de cosa alguna<br />
de esta vida), a la hora del almuerzo me comenzó a burlar con la cometa; pero yo le rebatí<br />
defendiéndome con los disparates que él había hablado acerca del eclipse, con cuya<br />
diligencia lo dejé corrido, y él debía de haber advertido que es una majadería ponerse a<br />
apedrear el tejado del vecino el que tiene el suyo de vidrio.<br />
Fuérase porque yo era nuevo en la casa, o porque tenía un genio más prudente y jovial, las<br />
señoras, las muchachas y todos me querían más que a Juan Largo, que era naturalmente<br />
tosco y engreído. Con esto, cuando yo decía alguna facetada, la celebraban infinito, y de<br />
esto mondaba mi rival Januario, y trataba de vengarse siempre que hallaba ocasión, sin<br />
poder yo librarme de sus maldades, porque las tramaba con la capa de la amistad.<br />
¡Abominable carácter de almas viles, que fabrican la traición a la sombra de la misma<br />
virtud!<br />
Como yo por una parte lo amaba, y él por otra tenía un genio intrigante, me disimulaba sus<br />
malas intenciones, y yo me entregaba sin recelo a sus dictámenes.<br />
Todas las tardes salíamos a pasear a caballo. Ya se deja entender qué buen jinete sería yo,<br />
que no había montado sino los caballos de alquiler barato de México; animales flacos,<br />
trabajados y de una zoncería y mansedumbre imponderable. No eran así los de la hacienda,<br />
porque casi todos estaban lozanos y eran briosos; motivo bastante para que yo les tuviera<br />
harto miedo; por esto me ensillaban los de la señora y de la niña su hija, y todas las tardes,<br />
como dije, salíamos a pasear Januario, yo y dos hijos del administrador que eran muy<br />
buenas maulas.