PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
“¿Qué injuria te he hecho, o qué motivo has tenido para insultarme?” El zapatero, tan necio como vano, le contestó: “Señor, el pueblo bendice vuestro amable carácter; nada tengo que sentir de vos; mas he cometido este sacrílego delito, sabiendo que he de morir, sólo porque las generaciones futuras digan que un zapatero tuvo valor para dar una bofetada al emperador Trajano.” “Pues bien -dijo éste-; si ése ha sido el motivo, tú no me has de exceder en valor. Yo también quiero que diga la posteridad, que si un zapatero se atrevió a dar una bofetada al emperador Trajano, Trajano tuvo valor para perdonar al zapatero. Anda libre.” Esta acción no necesita ponderarse; ella sola se recomienda, y usted puede deducir de ella y de miles de iguales que hay en su línea, que para vengarse es menester ser vil y cobarde; y para no vengarse es preciso ser noble y valiente; porque el saber vencerse a sí mismo y sujetar las pasiones es el más difícil vencimiento, y por eso es la victoria más recomendable, y la prueba más inequívoca de un corazón magnánimo y generoso. Por todo esto, me parece que será bueno que usted olvide y desprecie la injuria del señor Januario. -Pues, padrecito -le dije-, si más valor se necesita para perdonar una injuria que para hacerla, yo, desde ahora, protesto no vengarme ni de Juan Largo ni de cuantos me agravien en esta vida. -¡Oh, don Pedrito! -me contestó el vicario-. ¡Cuán apreciable fuera esta clase de protestas en el mundo si todas se llevasen a cabo! Pero no hay que protestar en esta vida con tanta arrogancia, porque somos muy débiles y frágiles, y no podemos confiar en nuestra propia virtud, ni asegurarnos en nuestra sola palabra. A la hora de la tempestad hacen los marineros mil promesas, pero llegando al puerto se olvidan como si no se hubieran hecho. Cuando la tierra tiembla no se oyen sino plegarias, actos de contrición y propósitos de enmienda; mas luego que se aquieta, el ebrio se dirige al vaso, el lascivo a la dama, el tahúr a la baraja, el usurero a sus lucros, y todos a sus antiguos vicios. Una de las cosas que más perjudican al hombre es la confianza que tienen en sí mismo. Esta pone en ocasión de prostituirse a los jóvenes, de extraviar a las almas timoratas, de abandonarse a los que ministran la justicia y de ser delincuentes a los más sabios y santos. Salomón prevaricó; y San Pedro, que se tenía por el más valiente de los apóstoles, fue el primero y aun el único que negó a su divino Maestro. Conque no hay que fiar mucho en nuestras fuerzas, ni que charlar sobre nuestra palabra, porque mientras no llega la ocasión, todos somos rocas; pero, puestos en ella, somos unas pajitas miserables que nos inclinamos al primer vientecillo que nos impele. Poco más duró nuestra conversación cuando se acabó la tarde y con ella aquella diversión, siéndonos preciso trasladamos a la sala de la hacienda.
Como en aquella época no se trataba sino de pasar el rato, todos fueron entreteniéndose con lo que más les gustaba, y así fueron tomando sus naipes y bandolones, y comenzaron a divertirse unos con otros. Yo entonces ni sabía jugar (o no tenía qué, que es lo más cierto) ni tocar, y así me fui por una cabecera del estrado para oír cantar a las muchachas, las que me molieron la paciencia a su gusto; porque se acercaban hacia mí dos o tres, y una decía: -Niña, cuéntame un cuento, pero que no sea el de Periquillo Sarniento. Otra me decía: -Señor, usted ha estudiado, díganos, ¿por qué hablan los pericos como la gente? Otra decía: -Ay, niña, ¡qué comezón tengo en el brazo! ¿Si tendré sarna? Así me estuvieron chuleando estas madamas toda la noche hasta que fue hora de cenar. Púsose la mesa, sentámonos todos y con todos mi amiguísimo Juan Largo, que hasta entonces se había estado jugando malilla, o no sé qué. Mientras duró la cena se trataron diversos asuntos. Yo, en uno que otro, metía mi cucharada; pero después de provocado, y siempre con las salvas de: según me parece, yo no rengo inteligencia, dicen, he oído asegurar, etc., pero ya no hablé con arrogancia, como al mediodía; ya se ve, tal me tenía de acobardado el sermón que me espetó el vicario en mis bigotes. ¡Oh, cuánto aprovecha una lección a tiempo!
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como vano, le contestó: “Señor, el pueblo bendice vuestro amable carácter; nada tengo que<br />
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las generaciones futuras digan que un zapatero tuvo valor para dar una bofetada al<br />
emperador Trajano.” “Pues bien -dijo éste-; si ése ha sido el motivo, tú no me has de<br />
exceder en valor. Yo también quiero que diga la posteridad, que si un zapatero se atrevió a<br />
dar una bofetada al emperador Trajano, Trajano tuvo valor para perdonar al zapatero. Anda<br />
libre.” Esta acción no necesita ponderarse; ella sola se recomienda, y usted puede deducir<br />
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cobarde; y para no vengarse es preciso ser noble y valiente; porque el saber vencerse a sí<br />
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recomendable, y la prueba más inequívoca de un corazón magnánimo y generoso. Por todo<br />
esto, me parece que será bueno que usted olvide y desprecie la injuria del señor Januario.<br />
-Pues, padrecito -le dije-, si más valor se necesita para perdonar una injuria que para<br />
hacerla, yo, desde ahora, protesto no vengarme ni de Juan Largo ni de cuantos me agravien<br />
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-¡Oh, don Pedrito! -me contestó el vicario-. ¡Cuán apreciable fuera esta clase de protestas<br />
en el mundo si todas se llevasen a cabo! Pero no hay que protestar en esta vida con tanta<br />
arrogancia, porque somos muy débiles y frágiles, y no podemos confiar en nuestra propia<br />
virtud, ni asegurarnos en nuestra sola palabra. A la hora de la tempestad hacen los<br />
marineros mil promesas, pero llegando al puerto se olvidan como si no se hubieran hecho.<br />
Cuando la tierra tiembla no se oyen sino plegarias, actos de contrición y propósitos de<br />
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a la baraja, el usurero a sus lucros, y todos a sus antiguos vicios. Una de las cosas que más<br />
perjudican al hombre es la confianza que tienen en sí mismo. Esta pone en ocasión de<br />
prostituirse a los jóvenes, de extraviar a las almas timoratas, de abandonarse a los que<br />
ministran la justicia y de ser delincuentes a los más sabios y santos. Salomón prevaricó; y<br />
San Pedro, que se tenía por el más valiente de los apóstoles, fue el primero y aun el único<br />
que negó a su divino Maestro. Conque no hay que fiar mucho en nuestras fuerzas, ni que<br />
charlar sobre nuestra palabra, porque mientras no llega la ocasión, todos somos rocas; pero,<br />
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Poco más duró nuestra conversación cuando se acabó la tarde y con ella aquella diversión,<br />
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