PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
Descansaba yo enteramente en su buena conducta y lo procuraba granjear por lo útil que me era. Llamábase don Hilario, y le daba tal aire al trapiento, que más de dos veces estuve por creer que era el mismo, y por desengañarme le hacía dos mil preguntas, que me respondía ambigua o negativamente, de modo que siempre me quedaba en mi duda, hasta que un impensado accidente me proporcionó descubrir quién era en realidad este sujeto. CAPÍTULO XIII EN EL QUE REFIERE PERICO LA AVENTURA DEL MISÁNTROPO, LA HISTORIA DE ÉSTE Y EL DESENLACE DEL PARADERO DEL TRAPIENTO, QUE NO ES MUY DESPRECIABLE Aunque mi cajero era, como he dicho, muy hombre de bien, exactísimo en el cumplimiento de su obligación, y poco amigo de pasear, los domingos que no venía yo a la ciudad cerraba la tienda por la tarde, tomaba mi escopeta, le hacía llevar la suya, y nos salíamos a divertir por los arrabales del pueblo. Esta amistad y agrado mío le era muy satisfactorio a mi buen dependiente, y yo lo hacía con estudio, pues a más de que él se lo merecía, consideraba yo que sin perder nada granjeaba mucho, pues vería aquellos intereses más como de un amigo que como de un amo, y así trabajaría con más gusto. Jamás me equivoqué en este juicio, ni se equivocará en el mismo todo el que sepa hacer distinción entre sus dependientes, tratando a los hombres de bien con amor y particular confianza, seguro de que los hará mejores. En una de las tardes que andábamos a caza de conejos, vimos venir hacia nosotros un caballo desbocado, pero en tan precipitada carrera, que por más que hicimos no fue posible detenerlo; antes, si no nos hacemos a un lado, nos arroja al suelo contra nuestra voluntad. Lástima nos daba el pobre jinete, a quien no valían nada las diligencias que hacía con las riendas para contenerlo. Creímos su muerte próxima por la furia de aquel ciego bruto, y más cuando vimos que, desviándose del camino real, corrió derecho por una vereda, y encontrándose con una cerca de piedras de la huerta de un indio, quiso saltarla, y no pudiendo, cayó en tierra, cogiendo debajo la pierna del jinete.
El golpe que el caballo llevó fue tan grande, que pensamos que se había matado y al jinete también, porque ni uno ni otro se movían. Compadecidos de semejante desgracia corrimos a favorecer al hombre, pero éste, apenas vio que nos acercábamos a él, procuró medio enderezarse, y arrancando una pistola de la silla, la cazó, dirigiéndonos la puntería, y con una ronca y colérica voz nos dijo: –Enemigos malditos de la especie humana, matadme si a eso venís, y arrancadme esta vida infeliz que arrastro... ¿Qué hacéis perversos? ¿Por qué os detenéis, crueles? Este bruto no ha podido quitarme la vida que detesto, ni son los brutos capaces de hacerme tanto mal. A vosotros, animales feroces, a vosotros está reservado el destruir a vuestros semejantes. Mientras que aquel hombre nos insultaba con éstos y otros iguales baldones, yo lo observaba con miedo y atención, y cierto que su figura imponía temor y lástima. Su vestido negro y tan roto, que en parte descubría sus carnes blancas; y su cara descolorida y poblada de larga barba; sus ojos hundidos, tristes y furiosos; su cabellera descompuesta; su voz ronca; su ademán desesperado, y todo él manifestaba el estado más lastimoso de su suerte y de su espíritu. Mi cajero me decía: –Vámonos, dejemos a este ingrato, no sea que perdamos la vida cuando intentamos darla a este monstruo. –No, amigo –le dije–; Dios, que ve nuestras sanas intenciones, nos la guardará. Este infeliz no es ingrato como usted piensa. Acaso nos juzga ladrones porque nos ve con las escopetas en las manos, o será algún pobrecito que ha perdido el juicio o está para perderlo por alguna causa muy grave; pero sea lo que fuere, de ninguna manera conviene dejarlo en este estado. La humanidad y la religión nos mandan socorrerlo. Hagámoslo.
- Page 595 and 596: Como a la una de la mañana se acos
- Page 597 and 598: Aprended, hombres, de mí. Muy bien
- Page 599 and 600: Advirtiendo esta ridiculez y querie
- Page 601 and 602: Empapado en mil funestos pensamient
- Page 603 and 604: Acabada la comida nos dio por su ma
- Page 605 and 606: -Hermano -le dije-, no sólo es con
- Page 607 and 608: -Esto es -decía uno de ellos todo
- Page 609 and 610: aquella vida que no podía ser muy
- Page 611 and 612: Quedéme aturdido con el encargo; p
- Page 613 and 614: En estos cálculos pasé la noche,
- Page 615 and 616: -¿Que estás temblando, sinvergüe
- Page 617 and 618: Cansado, lleno de miedo y con el ca
- Page 619 and 620: de mis orejas, y balas que ciertame
- Page 621 and 622: -¡Qué picardía! -decía el tenie
- Page 623 and 624: las ilusiones. Tu cadáver yerto pr
- Page 625 and 626: cierto en que hay premios y castigo
- Page 627 and 628: Entré con él y me llevó a un cua
- Page 629 and 630: -¡Qué enojo ni qué calabaza! -de
- Page 631 and 632: Entre la conversación, le dije: -H
- Page 633 and 634: Le di los debidos agradecimientos,
- Page 635 and 636: Desengañado con esta dolorosa y re
- Page 637 and 638: En el brasero no había lumbre ni p
- Page 639 and 640: “Al paso que crecían los gastos
- Page 641 and 642: -Sin embargo -decía la pobre toda
- Page 643 and 644: -No, no he tenido el gusto de saber
- Page 645: Es verdad que hay mendigos falsos y
- Page 649 and 650: -¿De nosotros? -preguntaba muy adm
- Page 651 and 652: Semejante espectáculo concilió mu
- Page 653 and 654: A este tiempo entró mi cajero muy
- Page 655 and 656: “Cuando me vi sin el amparo y som
- Page 657 and 658: -¿Y qué hizo usted, don Tadeo -le
- Page 659 and 660: por lo que, después de darle los p
- Page 661 and 662: Casualmente encontré un día al pa
- Page 663 and 664: Cosa de cuatro años viví muy cont
- Page 665 and 666: con esta pobre señora, a quien he
- Page 667 and 668: desengañado del mundo, he variado
- Page 669 and 670: con muchachos; pero es ardua empres
- Page 671 and 672: Luego que pasaron las primeras salu
- Page 673 and 674: Esta alegre comitiva nos condujo al
- Page 675 and 676: CAPÍTULO XV EN EL QUE PERIQUILLO R
- Page 677 and 678: -Pues tan lejos estaría yo de inco
- Page 679 and 680: Corté el hilo de mi historia; pero
- Page 681 and 682: Sólo en este caso se debe empuñar
- Page 683 and 684: distribuya lo sobrante en favor de
- Page 685 and 686: vivas; no tomes por modelo de tu co
- Page 687 and 688: como lo he observado en otros morib
- Page 689 and 690: que proteges benigno los seres que
- Page 691 and 692: Por fin se trató de darle sepultur
- Page 693 and 694: No todos tienen tal suerte; antes d
- Page 695 and 696: A este cadáver, que una losa fría
Descansaba yo enteramente en su buena conducta y lo procuraba granjear por lo útil que<br />
me era. Llamábase don Hilario, y le daba tal aire al trapiento, que más de dos veces estuve<br />
por creer que era el mismo, y por desengañarme le hacía dos mil preguntas, que me<br />
respondía ambigua o negativamente, de modo que siempre me quedaba en mi duda, hasta<br />
que un impensado accidente me proporcionó descubrir quién era en realidad este sujeto.<br />
CAPÍTULO XIII<br />
EN <strong>EL</strong> QUE REFIERE PERICO LA AVENTURA D<strong>EL</strong> MISÁNTROPO, LA HISTORIA<br />
DE ÉSTE Y <strong>EL</strong> DESENLACE D<strong>EL</strong> PARADERO D<strong>EL</strong> TRAPIENTO, QUE NO ES MUY<br />
DESPRECIABLE<br />
Aunque mi cajero era, como he dicho, muy hombre de bien, exactísimo en el cumplimiento<br />
de su obligación, y poco amigo de pasear, los domingos que no venía yo a la ciudad cerraba<br />
la tienda por la tarde, tomaba mi escopeta, le hacía llevar la suya, y nos salíamos a divertir<br />
por los arrabales del pueblo.<br />
Esta amistad y agrado mío le era muy satisfactorio a mi buen dependiente, y yo lo hacía con<br />
estudio, pues a más de que él se lo merecía, consideraba yo que sin perder nada granjeaba<br />
mucho, pues vería aquellos intereses más como de un amigo que como de un amo, y así<br />
trabajaría con más gusto. Jamás me equivoqué en este juicio, ni se equivocará en el mismo<br />
todo el que sepa hacer distinción entre sus dependientes, tratando a los hombres de bien con<br />
amor y particular confianza, seguro de que los hará mejores.<br />
En una de las tardes que andábamos a caza de conejos, vimos venir hacia nosotros un<br />
caballo desbocado, pero en tan precipitada carrera, que por más que hicimos no fue posible<br />
detenerlo; antes, si no nos hacemos a un lado, nos arroja al suelo contra nuestra voluntad.<br />
Lástima nos daba el pobre jinete, a quien no valían nada las diligencias que hacía con las<br />
riendas para contenerlo. Creímos su muerte próxima por la furia de aquel ciego bruto, y<br />
más cuando vimos que, desviándose del camino real, corrió derecho por una vereda, y<br />
encontrándose con una cerca de piedras de la huerta de un indio, quiso saltarla, y no<br />
pudiendo, cayó en tierra, cogiendo debajo la pierna del jinete.