PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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–Te he suplido este dinero y he hecho estas diligencias por tres motivos: porque no maltrates más esa ropa que no es tuya; porque no te exponga ella misma a un bochorno, y porque tu amo te trate como a un hombre fino y civilizado, y no como a un payo silvestre. Hace mucho al caso el traje en este mundo, y aunque no debemos vestirnos con profanidad, debemos vestirnos con decencia y según nuestros principios y destinos. A los tres días vino el sastre con la ropa; me planté con capote y chaquetita, pero al estilo de México. Pelayo fue conmigo al mesón, donde le entregué el caballo y sus arneses; volvimos a la Profesa, hice una lista de todo lo que le entregaba, y al otro día puso Martín todo aquello en poder del capitán de la Acordada, para que éste solicitara sus dueños o viera lo que hacía. No restando ya más que hacer sobre esto, y llegado el día en que había de recibir la tienda y el mesón, fuimos a San Agustín de las Cuevas; me entregué de todo a satisfacción; mi amo y el padre volvieron a México, y yo me quedé en aquel pueblo manejándome con la mayor conducta, que el cielo me premió con el aumento de mis intereses y una serie de felicidades temporales. CAPÍTULO XII EN EL QUE REFIERE PERIQUILLO SU CONDUCTA EN SAN AGUSTÍN DE LAS CUEVAS, Y LA AVENTURA DEL AMIGO ANSELMO, CON OTROS EPISODIOS NADA INGRATOS Así como se dice que el sabio vence su estrella, se pudiera decir con más seguridad que el hombre de bien con su conducta constantemente arreglada domina casi siempre su fortuna, por siniestra que sea. Tal dominio experimenté yo, aun en las ocasiones que observé un proceder honrado por hipocresía; bien que luego que trastrabillaba y me descaraba con el vicio, volvían mis adversas aventuras como llovidas.
Desengañado con esta dolorosa y repentina observación, traté de pensar seriamente, considerando que ya tenía más de treinta y siete años, edad harto propia para reflexionar con juicio. Procuré manejarme con honor y no dar qué decir en aquel pueblo. Cada mes, en un domingo, venía a México, me confesaba con mi amigo Pelayo, y con él me iba después a pasar el resto del día en la casa y compañía de mi amo, quien me manifestaba cada vez más confianza y más cariño. A la tarde salía a pasear a la alameda o a otras partes. Cuántas veces me decía Pelayo: “Sal, expláyate, diviértete. No está la virtud reñida con la alegría ni con la honesta diversión. La hermosura del campo, para recreo de los sentidos y la comunicación recíproca de los hombres por medio de la explicación de sus conceptos para desahogo de sus almas, es bendita por el mismo Dios, pues Su Majestad crió así la belleza, aromas, sabores, virtudes y matices de las plantas, flores y frutos, como la viveza, gracias, penetración y sublimidad de los entendimientos, y todo lo hizo, crió y destinó para recreo y utilidad del hombre; y si no ¿a qué fin sería dotar a las criaturas subalternas de bellezas, y al racional de espíritu para percibirlas, si no nos había de ser lícito ejercitar sobre ellas nuestro talento ni sentidos? Sería una creación inútil por una parte, y por otra una tiranía que degradaría a la deidad, pues probaría que había criado entes espectables y deliciosos, y nos había dotado de apetitos, prohibiéndonos a aplicación de éstos y la fruición de aquéllos. Pena que los gentiles la hallaron digna de ser castigo infernal para los crueles y avaros como Tántalo, a quien concedieron la vista inmediata de las manzanas y el agua que llegaban a su boca, y no podía satisfacer su sed ni su hambre. “Ya se ve que esto sería un absurdo pensarlo, pero, aunque sin malicia, no forman mejor concepto de la Divinidad los que creen que se ofende de nuestras diversiones inocentes. “El abuso y no el uso es lo que se prohíbe hasta en las obras de virtud. Yo tengo esta opinión por muy segura, y como tal te la aconsejo: no peques y diviértete cuanto quieras, porque Dios nos quiere santos, no monos, ridículos, hurones, ni tristes. Eso quédese para los hipócritas, que los justos, en esta expresión del santo David, deben alegrarse y regocijarse en el Señor, y pueden muy bien cantar y saltar con su bendición al son de la cítara, la lira y el salterio.
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Desengañado con esta dolorosa y repentina observación, traté de pensar seriamente,<br />
considerando que ya tenía más de treinta y siete años, edad harto propia para reflexionar<br />
con juicio. Procuré manejarme con honor y no dar qué decir en aquel pueblo.<br />
Cada mes, en un domingo, venía a México, me confesaba con mi amigo Pelayo, y con él<br />
me iba después a pasar el resto del día en la casa y compañía de mi amo, quien me<br />
manifestaba cada vez más confianza y más cariño. A la tarde salía a pasear a la alameda o<br />
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Cuántas veces me decía Pelayo:<br />
“Sal, expláyate, diviértete. No está la virtud reñida con la alegría ni con la honesta<br />
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recíproca de los hombres por medio de la explicación de sus conceptos para desahogo de<br />
sus almas, es bendita por el mismo Dios, pues Su Majestad crió así la belleza, aromas,<br />
sabores, virtudes y matices de las plantas, flores y frutos, como la viveza, gracias,<br />
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utilidad del hombre; y si no ¿a qué fin sería dotar a las criaturas subalternas de bellezas, y al<br />
racional de espíritu para percibirlas, si no nos había de ser lícito ejercitar sobre ellas nuestro<br />
talento ni sentidos? Sería una creación inútil por una parte, y por otra una tiranía que<br />
degradaría a la deidad, pues probaría que había criado entes espectables y deliciosos, y nos<br />
había dotado de apetitos, prohibiéndonos a aplicación de éstos y la fruición de aquéllos.<br />
Pena que los gentiles la hallaron digna de ser castigo infernal para los crueles y avaros<br />
como Tántalo, a quien concedieron la vista inmediata de las manzanas y el agua que<br />
llegaban a su boca, y no podía satisfacer su sed ni su hambre.<br />
“Ya se ve que esto sería un absurdo pensarlo, pero, aunque sin malicia, no forman mejor<br />
concepto de la Divinidad los que creen que se ofende de nuestras diversiones inocentes.<br />
“El abuso y no el uso es lo que se prohíbe hasta en las obras de virtud. Yo tengo esta<br />
opinión por muy segura, y como tal te la aconsejo: no peques y diviértete cuanto quieras,<br />
porque Dios nos quiere santos, no monos, ridículos, hurones, ni tristes. Eso quédese para<br />
los hipócritas, que los justos, en esta expresión del santo David, deben alegrarse y<br />
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cítara, la lira y el salterio.