PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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–¡Qué ha de ser –le contesté–, sino que soy el más desgraciado que ha nacido de madre! Después que me separé de mi amigo Juan Largo, que, sin agravio de lo presente, era tan hombre de bien y tan buen amigo como tú, he tenido mil aventuras favorables y adversas; aunque si vale decir verdad, más han sido las malas que las buenas. –Pues eso es cuento largo –me dijo el mulatillo interrumpiéndome–; sube a las ancas de mi caballo, nos encaramaremos sobre aquella loma, y allí podremos platicar más despacio; porque en los caminos reales espantamos la caza. –No entiendo eso de espantar la caza –le dije–, pues yo jamás he visto cazar en caminos reales, sino en los bosques y lugares no transitados por los hombres. –Tanto así tienes de guaje –me dijo el Aguilucho–; pero cuando sepas que nosotros no andamos a caza de conejos ni de tigres sino de hombres, no te hará fuerza lo que te digo. Por ahora sube a caballo, que es lo que te importa. Yo obedecí su imperioso precepto; subí y guiamos todos a un cerrito que no estaba lejos del camino. Luego que llegamos, nos apeamos, escondieron los caballos tras de su falda y nos sentamos entre un matorral, desde donde veíamos muy bien y sin poder ser vistos de cuantos pasaban en el camino real. Ya en esta disposición sacó el Aguilucho de un talego de cotense un queso muy bueno, dos tortas de pan y una botella de aguardiente. Desenvainó un cuchillo de la bota campanera, partió el pan y el queso, y comenzaron todos a darle vuelta.
Acabada la comida nos dio por su mano un traguito de aguardiente a cada uno, pero tan poquito que apenas me llegó al galillo. Los ojos se me iban tras de la botella y a los otros también, mas él la guardó, diciendo: –No hay mayor locura en los hombres que prostituirse a la bebida. Nadie debía emborracharse, pero mucho menos los de nuestro oficio, pues vamos muy arriesgados. –¿Pues cuál es tu oficio? –le pregunté muy admirado, y él sonriéndose me dijo: –Cazador, y ya vez que un cazador borracho no puede hacer buena puntería. –Pero, en tal caso –le repliqué–, lo más que puede suceder es hacer sin fruto la caravana o correría, mas hasta aquí no hay riesgo, como dices. –Sí hay –dijo él–; pueden cazarnos a nosotros, y tan bien que no nos quiten las esposas hasta después de muertos. –No me hables con enigmas –le dije–, por vida tuya; explícame lo que hablas. –Ahí lo sabrás –dijo él–-; pero cuéntanos tus aventuras. –Pues has de saber –le dije que cuando fui a dar a la cárcel, donde tuve el honor de conocerte, fue de resultas de una manotadilla de amigos, que iba a dar a la casa de una viuda mi querido Juan Largo, en cuyo lance pudo haber sido preso de los soldados y serenos, pero tuvo la fortuna de escapar con tiempo en compañía de otro amigo suyo muy hábil y valiente que se llamaba Culás el Pípilo, muchacho bueno a las derechas, y que, según me decía Januario, había aprendido a robar con escritura...
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Acabada la comida nos dio por su mano un traguito de aguardiente a cada uno, pero tan<br />
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también, mas él la guardó, diciendo:<br />
–No hay mayor locura en los hombres que prostituirse a la bebida. Nadie debía<br />
emborracharse, pero mucho menos los de nuestro oficio, pues vamos muy arriesgados.<br />
–¿Pues cuál es tu oficio? –le pregunté muy admirado, y él sonriéndose me dijo:<br />
–Cazador, y ya vez que un cazador borracho no puede hacer buena puntería.<br />
–Pero, en tal caso –le repliqué–, lo más que puede suceder es hacer sin fruto la caravana o<br />
correría, mas hasta aquí no hay riesgo, como dices.<br />
–Sí hay –dijo él–; pueden cazarnos a nosotros, y tan bien que no nos quiten las esposas<br />
hasta después de muertos.<br />
–No me hables con enigmas –le dije–, por vida tuya; explícame lo que hablas.<br />
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