PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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-¿Y qué se le da a usted de eso? -me dijo con mucha socarra-. ¿Los padece usted? -No los padezco -le dije-, pero me lastima que los padezcan mis prójimos, a quienes debo considerar como a mis hermanos, o más bien como a partes de mí mismo. -¡Oh!, vaya -dijo el comerciante-, usted es uno de los muchos preocupados que hay en el mundo: ¡ya se ve!, es usted un pobre soldado que no tiene motivo de ser instruido. No dejé de incomodarme con tal disculpa; y así le dije: -Quizá no soy tan lerdo como usted supone, y podré hacerle ver que no todos los soldados son de principios ordinarios ni carecen tal cual de instrucción; y si no, dígame usted, ¿por qué me juzga preocupado? ¿Por qué le dije que me dolían los males que padecía mi prójimo como si fuera mi hermano o una parte de mí mismo? -Sí, señor, porque creer eso -me dijo- es una preocupación. Nosotros mismos somos nuestros hermanos, y harto haremos si vemos por nosotros solamente sin mezclarnos con el resto de los hombres, a no ser que nos redunde algún provecho particular de sus amistades. -Según eso -le dije-, no deberemos ser amigos sino de aquellos que nos sirvan o nos den esperanzas de servirnos en algún tiempo. -Cabalmente así debe ser -me contestó-, y aquí encaja bien el refrán que dice: que el amigo que no da, y el cuchillo que no corta, que se pierdan poco importa, y ya usted ve que los refranes son evangelios chiquitos. -Yo entiendo -le dije- que no todos lo son; antes hay algunos falsos y disparatados de que no se debe hacer caudal, en cuyo número pongo el que usted acaba de citarme, pues habrá
muchos amigos cuya amistad será utilísima aunque no den nada más que su estimación, sus consejos o su enseñanza, y cierto que la pérdida de éstos será sensible a quien conozca lo que valen. -Ésas son pataratas -me contestó-; consejos, estimación, enseñanza y todo lo que no es dinero o cosa que lo valga, son fantasmas agradables que sólo pueden divertir muchachos, pero que no traen gota de utilidad. Yo, por mí, detesto de semejantes amigos; no, no me empeñaré en buscarlos, y si tengo alguno sin esta diligencia, no se me dará nada de que se pierdan. -¿Conque usted sólo será amigo del que le proporcione dinero? -No hay otros que merezcan mi amistad -me respondió-; y las desgracias de éstos las sentiré por lo que puedan tocarme, que por lo demás cada uno se rasque con sus uñas. Escandalizado al escuchar tan inefables máximas, mudé de conversación y a poco rato me separé de su lado. Al día siguiente, estando peinando al coronel, le conté mi anterior conversación, y él me dijo: “No te espantes, Pedro, de haber hallado tal dureza en ese comerciante, ni te escandalice su avaricia e interés. Hay muchos en el mundo que piensan y obran lo mismo que él: ése es un gran egoísta, y como tal, es ambicioso, cruel, y adulador; vicios comunes a los que piensan que para ellos solos se hizo el mundo; pero este sujeto, a más de egoísta tiene la desgracia de ser un necio, pues se jacta de sus mismos vicios y los descubre sin disfraz, que es por lo que te has escandalizado; mas sábete que este vicio está tan extendido en el mundo, que de cada cien hombres dudo que haya uno que no sea egoísta. “Ya sabes que se entiende por egoísta el que se ama a sí propio con tal inmoderación que atropella los respetos más sagrados cuando trata de complacerse o de satisfacer sus pasiones. Según esto el egoísmo no sólo es un vicio temible, porque ha sido y es causa de cuantas desgracias han acaecido y acaecen a los mortales diariamente, sino que es un vicio
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-Ésas son pataratas -me contestó-; consejos, estimación, enseñanza y todo lo que no es<br />
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-No hay otros que merezcan mi amistad -me respondió-; y las desgracias de éstos las sentiré<br />
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Escandalizado al escuchar tan inefables máximas, mudé de conversación y a poco rato me<br />
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