PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario

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09.05.2013 Views

-¿Cómo puede ser eso -decía el capitán-, cuando usted mismo ha dicho que las penas deben agravarse o disminuirse a proporción del intento y deliberación con que se cometen los delitos? Según esta doctrina, y probada la embriaguez de mi ahijado cuando mató al hombre, claro es que hizo la muerte sin plena deliberación, y de consiguiente no merece la pena capital. -Así parece que debía ser a primera vista, pero las leyes, dice el señor Lardizábal, deben hacer distinción, para la imposición de las penas, entre el que se embriagó por casualidad u otro motivo extraordinario y el que lo hace por hábito y costumbre. Al primero, si delinque estando privado de su juicio, se le debe disminuir, y tal vez remitir la pena, según las circunstancias; el segundo debe ser castigado como si hubiera cometido el delito estando en su acuerdo, sin tener respeto ninguno a la embriaguez, si no es acaso para aumentarle la pena, pues ciertamente no debería tenerse por injusto el legislador que quisiese resucitar la ley de Pitaco, el cual imponía dos penas al que cometía un delito estando embriagado, una por el delito y otra por la embriaguez.[90] “Este mismo autor cita sobre lo dicho unas palabras de Aristóteles, dignas de que usted las sepa para su inteligencia. Dice, pues, este político pagano: Siempre que por ignorancia se cometa algún delito, no se hace voluntariamente, y por consiguiente no hay injuria. Pero si el mismo que comete el delito es causa de la ignorancia con que se comete, entonces hay verdaderamente injuria y derecho para acusarle, como sucede en los ebrios, los cuales, si cuando están poseídos del vino causan algún daño, hacen injuria, por cuanto ellos mismos fueron causa de su ignorancia, pues no debieron haber bebido tanto.” -Pues mal estamos -dijo el defensor-, porque los testigos que declararon que mi ahijado estaba ebrio cuando cometió el asesinato, afirmaron que acostumbraba embriagarse, y en este caso yo conozco que no le favorece la excepción. -Ya se ve que no -dijo el coronel-, y más si se considera que en cualquier caso que el hombre cometa un delito embriagado, es en mi juicio reo de él; porque en ninguna ocasión debe arriesgarse a que se extravíe su razón. A más de que si se reflexiona seriamente, merece alguna indulgencia el ebrio que solamente comete delitos que no perjudican sino muy indirecta y remotamente a la sociedad; tales son las injurias que dice uno estando ebrio, aun cuando toquen al honor de alguno, por dos razones: la primera, porque el ebrio tiene la lengua muy fácil, y la experiencia enseña que no hay uno que no hable

despropósitos con voz balbuciente; y la segunda, que por esta misma razón apenas habrá quien haga caudal de las producciones de un borracho. “No así cuando en el delito intervienen acción y otras circunstancias que claramente denotan bastante conocimiento y deliberación en lo que se hace, como el caso de un homicidio; pues entonces el agresor se previene de arma, busca el objeto de su ira, dispone la ocasión a su venganza y asegura el golpe fatal con tanta fuerza y tino como pudiera el hombre más en su juicio. Por cierto que yo jamás perdonaría la vida al que se la quitara a otro so pretexto de estar ebrio. Los que beben con demasía, lo que pierden es la vergüenza, y hay muchos que toman un poco de licor y se hacen más borrachos de lo que están, para con esta máscara cometer mil infamias y ponerse a cubierto de la pena que merecen; pero a más de que éstos no son acreedores a ninguna disculpa, aun cuando en realidad estén con la razón trastornada, la merecen menos, porque aunque padezcan esta falta, la padecen por su causa y son acreedores a dos penas, como se ha dicho. “Verdad es que la embriaguez es una locura pasajera; pero es una locura voluntaria, como dijo Séneca; y así como se reputa delincuente al suicida, aunque de su voluntad se quita la vida, así debe reputarse tal al que comete un crimen borracho, porque él de su voluntad se embriagó. “Fuera de que, según mi modo de pensar, sólo en un caso es el ebrio acreedor a la indulgencia, y es cuando no está en estado de poder cometer ningún delito ni de dañar a otro. ¿Y cuándo será esto? Cuando está tirado y narcotizado en términos de no poder moverse, ni oír, ni conocer, ni hablar, o a lo más cuando no puede levantarse, y si habla es con lengua tartamuda y sin conocimiento. Ello será una paradoja, pero éste será mi modo de pensar toda la vida; porque mientras el borracho habla, anda, conoce, se enoja y se procura precaver de los peligros, es mentira que esté, como vulgarmente se dice, privado de razón. Cierto es que usa de ella trastornadamente en algunas cosas, pero la tiene y la usa con mucho acuerdo en su provecho. Yo, a lo menos, no he visto un borracho que se tire de una azotea abajo, ni que cuando hiere a otro le dé con el puño del cuchillo, ni que por darle a Juan le dé a Pedro, ni cosa semejante. Ellos son locos, es verdad; mas no hay loco que coma lumbre; y últimamente, yo, en clase de juez, había de tener por regla, para juzgar de la más o menos deliberación de un ebrio, el orden o desorden de sus acciones inmediatas, anteriores y posteriores al momento en que cometiera el crimen: de suerte, que si daba algunos pasos para cometer el delito, y daba otros para huir después de cometido, temeroso de la pena que merecía, sin duda que yo no usaba con él de misericordia, pues el que es dueño de sus pies mejor lo puede ser de su cabeza. En esta inteligencia, usted sabrá lo que hay en el particular acerca de su ahijado, y hará la defensa como le pareciere; pero si la ha de hacer como Dios y el rey mandan, creo que no puede defender a ese pobre.”

despropósitos con voz balbuciente; y la segunda, que por esta misma razón apenas habrá<br />

quien haga caudal de las producciones de un borracho.<br />

“No así cuando en el delito intervienen acción y otras circunstancias que claramente<br />

denotan bastante conocimiento y deliberación en lo que se hace, como el caso de un<br />

homicidio; pues entonces el agresor se previene de arma, busca el objeto de su ira, dispone<br />

la ocasión a su venganza y asegura el golpe fatal con tanta fuerza y tino como pudiera el<br />

hombre más en su juicio. Por cierto que yo jamás perdonaría la vida al que se la quitara a<br />

otro so pretexto de estar ebrio. Los que beben con demasía, lo que pierden es la vergüenza,<br />

y hay muchos que toman un poco de licor y se hacen más borrachos de lo que están, para<br />

con esta máscara cometer mil infamias y ponerse a cubierto de la pena que merecen; pero a<br />

más de que éstos no son acreedores a ninguna disculpa, aun cuando en realidad estén con la<br />

razón trastornada, la merecen menos, porque aunque padezcan esta falta, la padecen por su<br />

causa y son acreedores a dos penas, como se ha dicho.<br />

“Verdad es que la embriaguez es una locura pasajera; pero es una locura voluntaria, como<br />

dijo Séneca; y así como se reputa delincuente al suicida, aunque de su voluntad se quita la<br />

vida, así debe reputarse tal al que comete un crimen borracho, porque él de su voluntad se<br />

embriagó.<br />

“Fuera de que, según mi modo de pensar, sólo en un caso es el ebrio acreedor a la<br />

indulgencia, y es cuando no está en estado de poder cometer ningún delito ni de dañar a<br />

otro. ¿Y cuándo será esto? Cuando está tirado y narcotizado en términos de no poder<br />

moverse, ni oír, ni conocer, ni hablar, o a lo más cuando no puede levantarse, y si habla es<br />

con lengua tartamuda y sin conocimiento. Ello será una paradoja, pero éste será mi modo<br />

de pensar toda la vida; porque mientras el borracho habla, anda, conoce, se enoja y se<br />

procura precaver de los peligros, es mentira que esté, como vulgarmente se dice, privado de<br />

razón. Cierto es que usa de ella trastornadamente en algunas cosas, pero la tiene y la usa<br />

con mucho acuerdo en su provecho. Yo, a lo menos, no he visto un borracho que se tire de<br />

una azotea abajo, ni que cuando hiere a otro le dé con el puño del cuchillo, ni que por darle<br />

a Juan le dé a Pedro, ni cosa semejante. Ellos son locos, es verdad; mas no hay loco que<br />

coma lumbre; y últimamente, yo, en clase de juez, había de tener por regla, para juzgar de<br />

la más o menos deliberación de un ebrio, el orden o desorden de sus acciones inmediatas,<br />

anteriores y posteriores al momento en que cometiera el crimen: de suerte, que si daba<br />

algunos pasos para cometer el delito, y daba otros para huir después de cometido, temeroso<br />

de la pena que merecía, sin duda que yo no usaba con él de misericordia, pues el que es<br />

dueño de sus pies mejor lo puede ser de su cabeza. En esta inteligencia, usted sabrá lo que<br />

hay en el particular acerca de su ahijado, y hará la defensa como le pareciere; pero si la ha<br />

de hacer como Dios y el rey mandan, creo que no puede defender a ese pobre.”

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