PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
Fue el caso, que sepultando una tarde yo y mi compañero el muchacho a una señora rica que había muerto de repente, al meterla en el cajón advertí que le relumbraba una mano que se le medio salió de la manga de la mortaja. Al instante y con todo disimulo se la metí, echándole encima un tompiate de cal según es costumbre. Mientras que los acompañantes gorgoriteaban y el coro les ayudaba con la música, tuve lugar de decirle al compañero: -Camarada, no aprietes mucho, que tenemos despojos y buenos. Con esto, dando propiamente un martillazo en el clavo y ciento en el cajón, encerramos a la difunta en el sepulcro, cuidando también de no amontonar mucha tierra encima para que nos fuera mas fácil la exhumación. El entierro se concluyó, y los dolientes y mirones se fueron a sus casas creyendo que quedaba tan enterrado el cadáver como el que más. Luego que me quedé solo con el sacristancillo, le dije lo que había observado en la mano de la muerta, y que no podía menos sino ser un buen cintillo que por un grosero descuido u otra casualidad imprevista se le hubiese quedado. El muchacho parece que lo dudaba, pues me decía: -Cuando no sea cintillo, ella es muerta rica, y a lo menos ha de tener rosario y buena ropa; y así no debemos perder esta fortuna que se nos ha metido por las puertas, y más teniendo ahorrado el trabajo de desclavar el cajón, pues los clavos apenas agujerarían la tapa. Ello es que no es de perder esta ocasión. Resueltos de esta manera, esperamos que dieran las doce de la noche, hora en que el sacristán mayor dormía en lo más profundo de su sueño, y prevenidos de una vela encendida bajamos a la iglesia. Comenzamos a trabajar en la maniobra de sacar tierra hasta que descubrimos el cajón, el que sacamos y desclavamos con gran tiento.
Levantada la tapa, sacamos fuera el cadáver y lo paramos, arrimándose mi compañero con él al altar inmediato, teniéndolo de las espaldas sobre su pecho con mil trabajos, porque no podía ser de otro modo el despojo, en virtud de que el cuerpo había adquirido una rigidez o tiesura extraordinaria. En esta disposición acudí yo a las manos, que para mí era lo más interesante. Saqué la derecha y vi que tenía, en efecto, un muy regular cintillo, el que me costó muchas gotas de sudor para sacarlo, ya por no sé qué temor que jamás me faltaba en estas ocasiones, y ya por las fuerzas que hacía, tanto para ayudársela a tener al compañero, como para sacarle el cintillo, porque tenía la mano casi cerrada y los dedos medio hinchados y muy encogidos; pero ello es que al fin me vi con él en mi mano. Pasamos a registrar y ver el estado de la demás ropa, y observé que el compañero no se equivocó en haberla creído buena, porque la camisa era muy fina, las enaguas blancas lo mismo; tenía las de encima casi nuevas de fino cabo de China, un ceñidor de seda, un pañuelo de cambray, un rosario con su medalla que me quedé sin saber de qué era, y sus buenas, medias de seda. -Todo eso es plata -me decía mi camarada-; pero, ¿cómo haremos para desnudarla?, porque este diablo de muerta está más tiesa que un palo. -No te apures -le dije-, cógele los brazos y ábreselos, teniéndola en cruz, mientras que yo le desato el ceñidor, que debe ser la primera diligencia. Así lo hizo el compañero con harto trabajo, porque los nervios de los brazos apetecían recobrar el primer estado en que los dejó la muerte. La difunta era medio vieja y tenía una cara respetable; nuestro atrevimiento era punible; la soledad y oscuridad del templo nos llenaba de pavor, y así procurábamos apresurar el mal paso cuanto nos era dable.
- Page 401 and 402: pierda tan temprano por un camino t
- Page 403 and 404: accidente está en libertad; el Car
- Page 405 and 406: “Cuando mi padre supo su fallecim
- Page 407 and 408: A pocos momentos de esta conversaci
- Page 409 and 410: Me metí en él oliendo y atisbando
- Page 411 and 412: a gran prisa, de manera que si lo q
- Page 413 and 414: Me hizo lugar y yo admití el favor
- Page 415 and 416: -Y como que sí -decía el coime-;
- Page 417 and 418: Roque me dijo que él me serviría
- Page 419 and 420: que juzgará que tiene minas o haci
- Page 421 and 422: Luego que el almonedero me la prese
- Page 423 and 424: frecuente era ganar, y partidas con
- Page 425 and 426: CAPÍTULO X EN EL QUE SE REFIERE C
- Page 427 and 428: -Todo está muy bien -le contesté-
- Page 429 and 430: mejor que pueda, y cuando logre sus
- Page 431 and 432: “No quiero aquí saber ni quién
- Page 433 and 434: Se pasaron como quince días de gus
- Page 435 and 436: con la misma prisa que si fuera de
- Page 437 and 438: almonedero fue con las llaves a sac
- Page 439 and 440: miseria empuja, digámoslo así, ha
- Page 441 and 442: A éstas añadía otras expresiones
- Page 443 and 444: -¡Oh, señor don Pedro! ¡Cómo se
- Page 445 and 446: La falsedad de los amigos es muy an
- Page 447 and 448: -Sí, señor, me he casado y con un
- Page 449 and 450: Pusiéronme en la enfermería, y co
- Page 451: No me fue difícil agradarle, porqu
- Page 455 and 456: Con este pensamiento se dirigió a
- Page 457 and 458: -Pues bien -dijo el deshilachado-,
- Page 459 and 460: Llegó a lo último la dicha Anita,
- Page 461 and 462: por el santo del día que es hoy, c
- Page 463 and 464: Al día siguiente se levantó Anita
- Page 465 and 466: La mendicidad habitual aleja la ver
- Page 467 and 468: Yo le conté todo lo que me había
- Page 469 and 470: A pesar de estar abolida la costumb
- Page 471 and 472: Éstos nos pechaban grandemente, y
- Page 473 and 474: -Señor cura, desde antenoche muri
- Page 475 and 476: El cura Franco, como si lo estuvier
- Page 477 and 478: ¡Quiera Dios que todos los pueblos
- Page 479 and 480: cierta la acusación, se depusiera
- Page 481 and 482: Entonces (yo hubiera pensado de igu
- Page 483 and 484: Cuando a los hombres no los contien
- Page 485 and 486: “Aunque hay todo esto, la ilustra
- Page 487 and 488: -Quedo enteramente satisfecho -dijo
- Page 489 and 490: despropósitos con voz balbuciente;
- Page 491 and 492: librería, que la tenía pequeña p
- Page 493 and 494: Sin embargo, como mi virtud no era
- Page 495 and 496: CONSEJOS QUE POR ESTE MOTIVO LE DIO
- Page 497 and 498: muchos amigos cuya amistad será ut
- Page 499 and 500: Una noche que estaba enfermo el pri
- Page 501 and 502: la escena senado sobre ellos), cuan
Levantada la tapa, sacamos fuera el cadáver y lo paramos, arrimándose mi compañero con<br />
él al altar inmediato, teniéndolo de las espaldas sobre su pecho con mil trabajos, porque no<br />
podía ser de otro modo el despojo, en virtud de que el cuerpo había adquirido una rigidez o<br />
tiesura extraordinaria.<br />
En esta disposición acudí yo a las manos, que para mí era lo más interesante. Saqué la<br />
derecha y vi que tenía, en efecto, un muy regular cintillo, el que me costó muchas gotas de<br />
sudor para sacarlo, ya por no sé qué temor que jamás me faltaba en estas ocasiones, y ya<br />
por las fuerzas que hacía, tanto para ayudársela a tener al compañero, como para sacarle el<br />
cintillo, porque tenía la mano casi cerrada y los dedos medio hinchados y muy encogidos;<br />
pero ello es que al fin me vi con él en mi mano.<br />
Pasamos a registrar y ver el estado de la demás ropa, y observé que el compañero no se<br />
equivocó en haberla creído buena, porque la camisa era muy fina, las enaguas blancas lo<br />
mismo; tenía las de encima casi nuevas de fino cabo de China, un ceñidor de seda, un<br />
pañuelo de cambray, un rosario con su medalla que me quedé sin saber de qué era, y sus<br />
buenas, medias de seda.<br />
-Todo eso es plata -me decía mi camarada-; pero, ¿cómo haremos para desnudarla?, porque<br />
este diablo de muerta está más tiesa que un palo.<br />
-No te apures -le dije-, cógele los brazos y ábreselos, teniéndola en cruz, mientras que yo le<br />
desato el ceñidor, que debe ser la primera diligencia.<br />
Así lo hizo el compañero con harto trabajo, porque los nervios de los brazos apetecían<br />
recobrar el primer estado en que los dejó la muerte.<br />
La difunta era medio vieja y tenía una cara respetable; nuestro atrevimiento era punible; la<br />
soledad y oscuridad del templo nos llenaba de pavor, y así procurábamos apresurar el mal<br />
paso cuanto nos era dable.