PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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las aguas del Peñón o Atotonilco, y una de estas enfermedades es la epilepsia. Oigan ustedes sus palabras: Afferat ipse licet sacras Epidaurius herbas, Sanabit nulla vulnera cordis ope. En vista de esto, admírese usted, señor cura, de que se me mueran algunos enfermos, cuando a los mejores médicos se les mueren. No faltaba más sino que los hombres quisieran ser inmortales sólo con llamar al médico. Que el viejo gotoso no quisiera continuar conmigo, nada prueba, sino que conoció que su enfermedad es incurable, pues, como dijo Ovidio, loco citato, la gota no la cura la medicina: Tollere nodosam nescit medicina podagram. -Yo soy el loco -dijo el cura y el majadero y el mentecato en querer conferenciar con usted de estas cosas. -Usted dice muy bien, señor licenciado –dije yo-, si lo dice con sinceridad. En efecto, no hay mayor locura que disputar sobre lo que no se entiende. Quod medicorum est promittunt medici, tractant fabrilia fabri; decía Horacio en la ep. I del lib. I. Señor cura, dispute cada uno de lo que sepa, hable de su profesión y no se meta en lo que no entiende, acordándose de que el teólogo hablará bien de teología, el canonista de cánones, el médico de medicina, los artesanos de lo tocante a su oficio, el piloto de los vientos, el labrador de los bueyes, y así todos. Navita de ventis, de bobus naret arator. Se acabó de incomodar el cura con esta impolítica reprensión, y dando una palmada en la mesa, me dijo:
-Poco a poco, señor doctor, o señor charlatán; advierta usted con quién habla, en qué parte, cómo y delante de qué personas. ¿Ha pensado usted que soy algún topile o algún barbaján para que se altere conmigo de ese modo, y quiera regañarme como a un muchacho? ¿O cree usted que porque lo he llevado con prudencia me falta razón para tratarlo como quien es, esto es, como a un loco, vano, pedante y sin educación? Sí, señor, no pasa usted de ahí ni pasará en el concepto de los juiciosos, por más latines y más despropósitos que diga… El subdelegado y todos, cuando vieron al cura enojado, trataron de serenarlo, y yo, no teniéndolas todas conmigo, porque a las voces salieron todos los indios que ya habían acabado de comer, le dije muy fruncido: -Señor cura, usted dispense, que si erré fue por inadvertencia y no por impolítica, pues debía saber que ustedes, lo señores curas y sacerdotes, siempre tienen razón en lo que dicen y no se les puede disputar; y así lo mejor es callar y no ponerse con Sansón a las patadas. Ne contendas cum potentioribus, dijo quien siempre ha hablado y hablará verdad. -Vean ustedes –decía el cura-; si yo no estuviera satisfecho de que el señor doctor habla sin reflexión lo primero que se le viene a la boca, ésta era mano de irritarse más; pues lo que da entender es que los sacerdotes y curas, a título de tales, se quieren siempre salir con cuanto hay, lo que ciertamente es un agravio no sólo a mí, sino a todo el respetable clero; pero repito que estoy convencido de su modo de producir, y así es preciso disculparlo y desengañarlo de camino. Y volviéndose a mí, me dijo: -Am igo, no niego que hay algunos eclesiásticos que a título de tales quieren salirse con cuanto hay, como usted ha dicho; pero es menester considerar que éstos no son todos, sino uno u otro imprudente que en esto o en cosas peores manifiestan su poco talento, y acaso vilipendian su carácter; mas este caso, fuera de que no es extraño, pues en cualquiera corporación, por pequeña y lucida que sea, no falta un díscolo, no debe servir de regla para hablar atropelladamente de todo el cuerpo. Que hay algunos individuos en el mío, como los que usted dice, he confesado que es verdad, y añado que si sostienen o pretenden sostener un error conociéndolo, sólo porque son padres, hacen mal, y si ultrajan a algún secular, no por un acto primo ni acalorados por alguna grosería que se use con ellos sino sólo engreídos en que el secular es cristiano y ha de respetar su carácter a lo último, hacen muy mal, y son muy reprensibles, pues deben reflexionar que el carácter no los excusa de la observancia de las leyes que el orden social prescribe a todos. Usted y los señores que me
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cómo y delante de qué personas. ¿Ha pensado usted que soy algún topile o algún barbaján<br />
para que se altere conmigo de ese modo, y quiera regañarme como a un muchacho? ¿O<br />
cree usted que porque lo he llevado con prudencia me falta razón para tratarlo como quien<br />
es, esto es, como a un loco, vano, pedante y sin educación? Sí, señor, no pasa usted de ahí<br />
ni pasará en el concepto de los juiciosos, por más latines y más despropósitos que diga…<br />
El subdelegado y todos, cuando vieron al cura enojado, trataron de serenarlo, y yo, no<br />
teniéndolas todas conmigo, porque a las voces salieron todos los indios que ya habían<br />
acabado de comer, le dije muy fruncido:<br />
-Señor cura, usted dispense, que si erré fue por inadvertencia y no por impolítica, pues<br />
debía saber que ustedes, lo señores curas y sacerdotes, siempre tienen razón en lo que dicen<br />
y no se les puede disputar; y así lo mejor es callar y no ponerse con Sansón a las patadas.<br />
Ne contendas cum potentioribus, dijo quien siempre ha hablado y hablará verdad.<br />
-Vean ustedes –decía el cura-; si yo no estuviera satisfecho de que el señor doctor habla sin<br />
reflexión lo primero que se le viene a la boca, ésta era mano de irritarse más; pues lo que da<br />
entender es que los sacerdotes y curas, a título de tales, se quieren siempre salir con cuanto<br />
hay, lo que ciertamente es un agravio no sólo a mí, sino a todo el respetable clero; pero<br />
repito que estoy convencido de su modo de producir, y así es preciso disculparlo y<br />
desengañarlo de camino.<br />
Y volviéndose a mí, me dijo:<br />
-Am igo, no niego que hay algunos eclesiásticos que a título de tales quieren salirse con<br />
cuanto hay, como usted ha dicho; pero es menester considerar que éstos no son todos, sino<br />
uno u otro imprudente que en esto o en cosas peores manifiestan su poco talento, y acaso<br />
vilipendian su carácter; mas este caso, fuera de que no es extraño, pues en cualquiera<br />
corporación, por pequeña y lucida que sea, no falta un díscolo, no debe servir de regla para<br />
hablar atropelladamente de todo el cuerpo. Que hay algunos individuos en el mío, como<br />
los que usted dice, he confesado que es verdad, y añado que si sostienen o pretenden<br />
sostener un error conociéndolo, sólo porque son padres, hacen mal, y si ultrajan a algún<br />
secular, no por un acto primo ni acalorados por alguna grosería que se use con ellos sino<br />
sólo engreídos en que el secular es cristiano y ha de respetar su carácter a lo último, hacen<br />
muy mal, y son muy reprensibles, pues deben reflexionar que el carácter no los excusa de la<br />
observancia de las leyes que el orden social prescribe a todos. Usted y los señores que me