PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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Yo le di las gracias por su favor, prometiéndole admitirlo siempre que me descompusiera con el amo, pues por entonces no tenía motivo de dejarlo. En efecto, yo me pasaba una vida famosa y tal cual la puede apetecer un flojo. Mi obligación era mandar por la mañana al mozo que barriera la botica, llenar las redomas de las aguas que faltaran y tener cuidado de que hubiera provisión de éstas, destiladas o por infusión; pero de esto no se me daba un pito, porque el pozo me sacaba del cuidado, de suerte que yo decía: En distinguiéndose los letreros, aunque el agua sea la misma, poco importa, ¿quién lo ha de echar de ver? El médico que las receta quizá no las conoce sino por el nombre; y el enfermo que las toma las conoce menos y casi siempre tiene perdido el sabor, conque esta droga va segura. A más de que ¡quién quita que o por la ignorancia del médico o por la mala calidad de las hierbas, sea nociva una bebida más que si fuera con agua natural! Conque poco importa que todas las bebidas se hagan con ésta; antes el refrán nos dice: que al que es de vida el agua le es medicina. No dejaba de hacer lo mismo con los aceites, especialmente cuando eran de un color así como los jarabes. Ello es que el quid pro quo, o despachar una cosa por otra juzgándola igual o equivalente, tenía mucho lugar en mi conciencia y en mi práctica. Éstos eran mis muchos quehaceres y confeccionar ungüentos, polvos y demás drogas según las órdenes de don José, quien me quería mucho por mi eficacia. No tardé en instruirme medianamente en el despacho, pues entendía las recetas, sabía dónde estaban los géneros y el arancel lo tenía en la boca como todos los boticarios. Si ellos dicen, esta receta vale tanto, ¿quién les va a averiguar el costo que tiene, ni si piden o no contra justicia? No queda más recurso a los pobres que suplicarles hagan alguna baja; si no quieren van a otra botica, y a otra, y a otra, y si en todas les piden lo mismo, no hay más que endrogarse y sacrificarse, porque su enfermo les interesa, y están persuadidos a que con aquel remedio sanará. Los malos boticarios conocen esto y se hacen de rogar grandemente, esto es, cuando no se mantienen inexorables. Otro abuso perniciosísimo había en la botica en que yo estaba, y es comunísimo en todas las demás. Éste es que así que se sabía que se escaseaba alguna droga en otras partes, la encarecía don José hasta el extremo de no dar medios de ella, sino de reales arriba; siguiéndose de este abuso (que podemos llamar codicia sin el menor respeto) que el miserable que no tenía más que medio real y necesitaba para curarse un pedacito de aquella droga, supongamos alcanfor, no lo conseguía con don José ni por Dios ni por sus santos,
como si no se pudiera dar por medio o cuartilla la mitad o cuarta parte de lo que se da por un real por pequeña que fuera. Lo peor es que hay muchos boticarios del modo de pensar de don José. ¡Gracias a la indolencia del protomedicato, que los tolera! En fin, éste era mi quehacer de día. De noche tenía mayor desahogo, porque el amo iba un rato por las mañanas, recogía la venta del día anterior y ya no volvía para nada. El oficial, en esta confianza, luego que me vio apto para el despacho, a las siete de la noche tomaba su capa y se iba a cumplimentar a su madama; aunque tenía cuidado de estar muy temprano en la botica. Con esta libertad estaba yo en mis glorias; pues solían ir a visitarme algunos amigos que de repente se hicieron míos, y merendábamos alegres y a veces jugábamos nuestros alburitos de a dos, tres y cuatro reales, todo a costa del cajón de las monedas, contra quien tenía libranza abierta. Así pasé algunos meses, y al cabo de ellos se le puso al amo hacer balance, y halló que, aunque no había pérdida de consideración, porque pocos boticarios se pierden, sin embargo, la utilidad apenas era perceptible. No dejó de asustarse don Nicolás al advertir el demérito, y reconviniendo a don José por él, satisfizo éste diciendo que el año había sido muy sano, y que años semejantes eran funestos, o a lo menos de poco provecho para médicos, boticarios y curas. No se dio por contento el amo con esta respuesta, y con un semblante bien serio, le dijo: -En otra cosa debe consistir el demérito de mi casa, que no en las templadas estaciones del año; porque en el mejor no faltan enfermedades ni muertos. Desde aquel día comenzó a vernos con desconfianza y a no faltar de su casa muchas horas, y dentro de poco tiempo volvió a recobrar el crédito la botica, como que había más eficacia en el despacho; el cajón padecía menos evacuaciones y él no se iba hasta la noche, que se llevaba la venta. Cuando algún amigo lo convidaba a algún paseo, se excusaba diciéndole
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con el amo, pues por entonces no tenía motivo de dejarlo.<br />
En efecto, yo me pasaba una vida famosa y tal cual la puede apetecer un flojo. Mi<br />
obligación era mandar por la mañana al mozo que barriera la botica, llenar las redomas de<br />
las aguas que faltaran y tener cuidado de que hubiera provisión de éstas, destiladas o por<br />
infusión; pero de esto no se me daba un pito, porque el pozo me sacaba del cuidado, de<br />
suerte que yo decía: En distinguiéndose los letreros, aunque el agua sea la misma, poco<br />
importa, ¿quién lo ha de echar de ver? El médico que las receta quizá no las conoce sino<br />
por el nombre; y el enfermo que las toma las conoce menos y casi siempre tiene perdido el<br />
sabor, conque esta droga va segura. A más de que ¡quién quita que o por la ignorancia del<br />
médico o por la mala calidad de las hierbas, sea nociva una bebida más que si fuera con<br />
agua natural! Conque poco importa que todas las bebidas se hagan con ésta; antes el refrán<br />
nos dice: que al que es de vida el agua le es medicina.<br />
No dejaba de hacer lo mismo con los aceites, especialmente cuando eran de un color así<br />
como los jarabes. Ello es que el quid pro quo, o despachar una cosa por otra juzgándola<br />
igual o equivalente, tenía mucho lugar en mi conciencia y en mi práctica.<br />
Éstos eran mis muchos quehaceres y confeccionar ungüentos, polvos y demás drogas según<br />
las órdenes de don José, quien me quería mucho por mi eficacia.<br />
No tardé en instruirme medianamente en el despacho, pues entendía las recetas, sabía<br />
dónde estaban los géneros y el arancel lo tenía en la boca como todos los boticarios. Si<br />
ellos dicen, esta receta vale tanto, ¿quién les va a averiguar el costo que tiene, ni si piden o<br />
no contra justicia? No queda más recurso a los pobres que suplicarles hagan alguna baja; si<br />
no quieren van a otra botica, y a otra, y a otra, y si en todas les piden lo mismo, no hay más<br />
que endrogarse y sacrificarse, porque su enfermo les interesa, y están persuadidos a que con<br />
aquel remedio sanará. Los malos boticarios conocen esto y se hacen de rogar grandemente,<br />
esto es, cuando no se mantienen inexorables.<br />
Otro abuso perniciosísimo había en la botica en que yo estaba, y es comunísimo en todas<br />
las demás. Éste es que así que se sabía que se escaseaba alguna droga en otras partes, la<br />
encarecía don José hasta el extremo de no dar medios de ella, sino de reales arriba;<br />
siguiéndose de este abuso (que podemos llamar codicia sin el menor respeto) que el<br />
miserable que no tenía más que medio real y necesitaba para curarse un pedacito de aquella<br />
droga, supongamos alcanfor, no lo conseguía con don José ni por Dios ni por sus santos,