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PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario

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ajé la escalera más presto que la había subido y del más extraño modo, porque la bajé de<br />

cabeza, magullándome las costillas.<br />

La vieja estaba hecha un chile contra mí. No se compadeció ni se detuvo por mi desgracia,<br />

sino que bajó detrás de mí como un rayo con el cuchillo en la mano, y tan determinada, que<br />

hasta ahora pienso que si me hubiera cogido, me mata sin duda alguna; pero quiso Dios<br />

darme valor para correr, y en cuatro brincos me puse cuatro cuadras lejos de su furor.<br />

Porque, eso sí, tenía yo alas en los pies, cuando me amenazaba algún peligro y me daban<br />

lugar para la fuga.<br />

En lo intempestivo se pareció esta mi salida a la de la casa de Chanfaina; pero en lo demás<br />

fue peor, porque de aquí salí a la carrera, sin sombrero, bañado y chamuscado.<br />

Así me hallé como a las once de la mañana por el paseo que llaman de la Tlaxpana.<br />

Estúveme en el sol esperando que se me secara mi pobre ropa, que cada día iba de mal en<br />

peor, como que no tenía relevo.<br />

A las tres de la tarde ya estaba enteramente seca, enjuta, y yo mal acondicionado, porque<br />

me afligía el hambre con todas sus fuerzas; algunas ampollas se me habían levantado por la<br />

travesura de la vieja; los zapatos, como que estaban tan maltratados con el tiempo que se<br />

tenían en mis pies por mero cumplimiento, me abandonaron en la carrera; yo que vi la<br />

diabólica figura que hacía sin ellos a causa de que las medias descubrieron toda suciedad y<br />

flecos de las soletas, me las quité, y no teniendo dónde guardarlas, las tiré, quedándome<br />

descalzo de pie y pierna; y para colmo de mi desgracia, me urgía demasiado el miedo al<br />

pensar en dónde pasaría la noche, sin atreverme a decidir entre si me quedaría en el campo<br />

o me volvería a la ciudad, pues por todas partes hallaba insuperables embarazos. En el<br />

campo temía el hambre, las inclemencias del tiempo y la lobreguez de la noche; y en la<br />

ciudad temía la cárcel y un mal encuentro con Chanfaina o el maestro barbero; pero, por<br />

fin, a las oraciones de la noche venció el miedo de esta parte y me volví a la ciudad.<br />

A las ocho estaba yo en el Portal de las Flores, muerto de hambre, la que se aumentaba con<br />

el ejercicio que hacía con tanto andar. No tenía en el cuerpo cosa que valiera más que una<br />

medallita de plata que había comprado en cinco reales cuando estaba en la barbería; me<br />

costó mucho trabajo venderla a esas horas; pero, por último, hallé quien me diera por ella<br />

dos y medio, de los que gasté un real en cenar y medio en cigarros.

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