PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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pero le advertí que estaba muy indecente para subir arriba. El escribano me dijo que no me apurara por eso, y, en efecto, al día siguiente me habilitó de camisa, chaleco, chupa, calzones, medias y zapatos; todo usado, pero limpio y no muy viejo. Me planté de punta en blanco, de suerte que todos los presos extrañaban mi figura renovada; ¿mas qué mucho si yo mismo no me conocía al verme tan otro de la noche a la mañana? Comencé a servir a éste mi primer amo con tanta puntualidad, tesón y eficacia, que dentro de pocos días me hice dueño de su voluntad, y me cobró tal cariño, que no sólo me socorrió en la cárcel, sino que me sacó de ella y me llevó a su casa con destino, como veréis en el capítulo siguiente. CAPÍTULO III EN EL QUE ESCRIBE PERIQUILLO SU SALIDA DE LA CÁRCEL. HACE UNA CRÍTICA CONTRA LOS MALOS ESCRIBANOS, Y REFIERE, POR ÚLTIMO, EL MOTIVO POR QUÉ SALIÓ DE LA CASA DE CHANFAINA Y SU DESGRACIADO MODO Hay ocasiones de tal abatimiento y estrechez para los hombres que los más pícaros no hallan otro recurso que aparentar la virtud que no tienen para granjearse la voluntad de aquellos que necesitan. Esto hice yo puntualmente con el escribano, pues aunque era enemigo irreconciliable del trabajo, me veía confinado en una cárcel, pobre, desnudo, muerto de hambre, sin arbitrio para adquirir un real, y temiendo por horas un fatal resultado por las sospechas que se tenían contra mí; con esto le complacía cuanto me era dable, y él cada vez me manifestaba más cariño, y tanto, que en quince o veinte días concluyó mi negocio; hizo ver que no había testigos ni parte que pidiera contra mí, que la sospecha era leve y quién sabe qué más. Ello es que yo salí en libertad sin pagar costas, y me fui a servirlo a su casa. Llamábase este mi primer amo don Cosme Casalla, y los presos le llamaban el escribano Chanfaina, ya por la asonancia de esta palabra con su apellido, o ya por lo que sabía revolver.
Era tal el atrevimiento de este hombre que una ocasión le vi hacer una cosa que me dejó espantado, y hoy me escandalizo al escribirla. Fue el caso que una noche cayó un ladrón conocido y harto criminal en manos de la justicia. Tocóle la formación de su causa a otro escribano, y no a mi amo. Convencióse y confesó el reo llanamente todos sus delitos, porque eran innegables. En este tiempo, una hermana que éste tenía, no mal parecida, fue a ver a mi amo empeñándose por su hermano y llevándole no sé qué regalito; pero mi dicho amo se excusó diciéndole que él no era el escribano de la causa, que viera al que lo era. La muchacha le dijo que ya lo había visto, mas que fue en vano, porque aquel escribano era muy escrupuloso y le había dicho que él no podía proceder contra la justicia, ni tenía arbitrio para mover a su favor el corazón de los jueces; que él debía dar cuenta con que resultase de la causa, y los jueces sentenciarían conforme lo que hallaran por conveniente, y así, que él no tenía que hacer en eso; que ella, desesperada con tan mal despacho, había ido a ver a mi amo sabiendo lo piadoso que era y el mucho valimiento que tenía en la sala, suplicándole la viese con caridad; que, aunque era una pobre, le agradecería este favor toda su vida, y se lo correspondería de la manera que pudiese. Mi amo, que no tenía por dónde el diablo lo desechara, al oír esta proposición, vio con más cuidado los ojillos llorosos de la suplicante, y no pareciéndole indignos de su protección, se la ofreció diciéndole: -Vamos, chata, no llores, aquí me tienes; pierde cuidado, que no correrá sangre la causa de tu hermano; pero... Al decir este pero, se levantó y no pude escuchar lo que le dijo en voz baja. Lo cierto es que la muchacha, por dos o tres veces le dijo “sí, señor”, y se fue muy contenta. Al cabo de algunos días, una tarde en que estaba yo escribiendo con mi amo, fue entrando la misma joven toda despavorida, y entre llorosa y regañona, le dijo: -No esperaba yo esto, señor don Cosme, de la formalidad de usted, ni pensaba que así se había de burlar de una infeliz mujer. Si yo hice lo que hice, fue por librar a mi hermano,
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Era tal el atrevimiento de este hombre que una ocasión le vi hacer una cosa que me dejó<br />
espantado, y hoy me escandalizo al escribirla.<br />
Fue el caso que una noche cayó un ladrón conocido y harto criminal en manos de la<br />
justicia. Tocóle la formación de su causa a otro escribano, y no a mi amo. Convencióse y<br />
confesó el reo llanamente todos sus delitos, porque eran innegables. En este tiempo, una<br />
hermana que éste tenía, no mal parecida, fue a ver a mi amo empeñándose por su hermano<br />
y llevándole no sé qué regalito; pero mi dicho amo se excusó diciéndole que él no era el<br />
escribano de la causa, que viera al que lo era. La muchacha le dijo que ya lo había visto,<br />
mas que fue en vano, porque aquel escribano era muy escrupuloso y le había dicho que él<br />
no podía proceder contra la justicia, ni tenía arbitrio para mover a su favor el corazón de los<br />
jueces; que él debía dar cuenta con que resultase de la causa, y los jueces sentenciarían<br />
conforme lo que hallaran por conveniente, y así, que él no tenía que hacer en eso; que ella,<br />
desesperada con tan mal despacho, había ido a ver a mi amo sabiendo lo piadoso que era y<br />
el mucho valimiento que tenía en la sala, suplicándole la viese con caridad; que, aunque era<br />
una pobre, le agradecería este favor toda su vida, y se lo correspondería de la manera que<br />
pudiese.<br />
Mi amo, que no tenía por dónde el diablo lo desechara, al oír esta proposición, vio con más<br />
cuidado los ojillos llorosos de la suplicante, y no pareciéndole indignos de su protección, se<br />
la ofreció diciéndole:<br />
-Vamos, chata, no llores, aquí me tienes; pierde cuidado, que no correrá sangre la causa de<br />
tu hermano; pero...<br />
Al decir este pero, se levantó y no pude escuchar lo que le dijo en voz baja. Lo cierto es<br />
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Al cabo de algunos días, una tarde en que estaba yo escribiendo con mi amo, fue entrando<br />
la misma joven toda despavorida, y entre llorosa y regañona, le dijo:<br />
-No esperaba yo esto, señor don Cosme, de la formalidad de usted, ni pensaba que así se<br />
había de burlar de una infeliz mujer. Si yo hice lo que hice, fue por librar a mi hermano,