PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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informe qué se dice por ahí de Periquillo Sarniento, pues usted visita a muchos sabios, y aun a los más rudos suele honrarlos algunas veces como a mí. -¿Usted me habla de esa obrita reciente, cuyo primer tomo ha dado usted a luz? -Sí, señor –le respondí-, y me interesa saber qué juicio forma de ella el público para continuar mis tareas, si lo forma bueno, o para abandonarlo en el caso contrario. -Pues oiga usted, amigo –me dijo Conocimiento-; es menester advertir que el público es todos y ninguno; que se compone de sabios e ignorantes, que cada uno abunda en su opinión, que es moralmente imposible contentar al público, esto es, a todos en general, y que la obra que celebra el necio, por un accidente merece la aprobación del sabio, así como la que éste aplaude, por maravilla la celebra el necio. Siendo éstas unas verdades de Pero Grullo, sepa usted que su obrita corre en el tribunal público casi los mismos trámites que han corrido sus compañeros, quiero decir, las de su clase. Unos la celebran más de lo que merece; otros no la leen para nada; otros la leen y no la entienden; otros la leen y la interpretan; y otros, finalmente, la compraran a los Anales de Volusio o al espinoso cardo, que sólo puede agradar al áspero paladar del jumento. Estas cosas debe usted tenerlas por sabidas, como que no ignora que es más fácil que un panal se libre de la golosina de un muchacho, que la obra más sublime del agudo colmillo del zoylo. -Es verdad, señor, que lo sé, y sé que mis obrillas no tienen cosa que merezca el más ligero aplauso, y esto lo digo sin gota de hipocresía, sino con la sinceridad que lo siento; y admiro la bondad del público cuando lee con gusto mis mamarrachos a costa de su dinero, disimulando benigno lo común de los pensamientos, lo mal limado del estilo, y tal vez algunos yerros groseros, y entonces no puedo menos que tenerlos a todos por más prudentes que a Horacio, pues éste decía en su Arte poético que en una obra buena perdonaría algunos defectos: Non ego paucis offendar maculis y también dijo que hay defectos que merecen perdón: Sunt delicta tamen quibus ignovisse velimus; pero mis lectores, a cambio de tal cual cosa que le sale a gusto en mis obritas, tienen paciencia para perdonar los innumerables defectos en que abundan. Dios se los pague y les conserve esa docilidad de carácter. Tampoco soy de los que aspiran a tener un sinnúmero de lectores, ni apetezco los vítores de la plebe ignorante y novelera. Me contento con pocos lectores, que siendo sabios no me haría daño su aprobación, y para no cansar a usted, cuando le digo esto, me acuerdo del sentir de los señores Horacio, Juan Owen e Iriarte, y digo con el último en su fábula del oso bailarín:
Si el sabio no aprueba, malo: si el necio aplaude, peor. (Fáb. III). Es verdad que apetecería tener no ya muchos lectores, sino muchos compradores; a lo menos tantos cuantos se necesitan para costear la impresión y compensarme el tiempo que gasto en escribir. Con esto que no faltara, me daría por satisfecho, aunque no tuviera un alabador, acordándome de lo que acerca de ellos y los autores dice el célebre Owen en uno de sus epigramas: Bastan pocos,[61] basta uno en quien aplausos desee, y si ninguno me lee, también me basta ninguno. Mas, sin embargo de estas advertencias, yo quisiera saber cómo se opina de mi obrita para hacer la cuenta con mi bolsa, pues no vaya usted a pensar que por otra cosa. -Pues, amigo -me dijo Conocimiento-, tenga usted el consuelo que hasta ahora yo más he oído hablar bien de ella que mal. -¿Luego también hay quien hable mal de ella? -le pregunté. -¿Pues no ha de haber? -me dijo-. Hay o ha habido quien hable mal de las mejores obras, ¡y se había de quedar Periquillo riendo de los habladores! -Pero ¿qué dicen de Perico? -le pregunté-; y él me contestó:
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-¿Usted me habla de esa obrita reciente, cuyo primer tomo ha dado usted a luz?<br />
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general, y que la obra que celebra el necio, por un accidente merece la aprobación del<br />
sabio, así como la que éste aplaude, por maravilla la celebra el necio. Siendo éstas unas<br />
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mismos trámites que han corrido sus compañeros, quiero decir, las de su clase. Unos la<br />
celebran más de lo que merece; otros no la leen para nada; otros la leen y no la entienden;<br />
otros la leen y la interpretan; y otros, finalmente, la compraran a los Anales de Volusio o al<br />
espinoso cardo, que sólo puede agradar al áspero paladar del jumento. Estas cosas debe<br />
usted tenerlas por sabidas, como que no ignora que es más fácil que un panal se libre de la<br />
golosina de un muchacho, que la obra más sublime del agudo colmillo del zoylo.<br />
-Es verdad, señor, que lo sé, y sé que mis obrillas no tienen cosa que merezca el más<br />
ligero aplauso, y esto lo digo sin gota de hipocresía, sino con la sinceridad que lo siento; y<br />
admiro la bondad del público cuando lee con gusto mis mamarrachos a costa de su dinero,<br />
disimulando benigno lo común de los pensamientos, lo mal limado del estilo, y tal vez<br />
algunos yerros groseros, y entonces no puedo menos que tenerlos a todos por más<br />
prudentes que a Horacio, pues éste decía en su Arte poético que en una obra buena<br />
perdonaría algunos defectos: Non ego paucis offendar maculis y también dijo que hay<br />
defectos que merecen perdón: Sunt delicta tamen quibus ignovisse velimus; pero mis<br />
lectores, a cambio de tal cual cosa que le sale a gusto en mis obritas, tienen paciencia para<br />
perdonar los innumerables defectos en que abundan. Dios se los pague y les conserve esa<br />
docilidad de carácter. Tampoco soy de los que aspiran a tener un sinnúmero de lectores, ni<br />
apetezco los vítores de la plebe ignorante y novelera. Me contento con pocos lectores, que<br />
siendo sabios no me haría daño su aprobación, y para no cansar a usted, cuando le digo<br />
esto, me acuerdo del sentir de los señores Horacio, Juan Owen e Iriarte, y digo con el<br />
último en su fábula del oso bailarín: