PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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-Mucho me desconsuela esa noticia -le dije- por dos razones: la primera por la dilación que me espera en esta infame casa; y la segunda, porque en tanto tiempo es muy fácil que me olvide de lo que ahora respondí. -Por lo que toca a la dilación -me contestó mi amigo-, no es mucha. Los tres meses que he dicho son el plazo que prudentemente considero que pasará para dar el segundo paso en su causa de usted, pero... -Dispense usted -le interrumpí-, ¿cómo es eso del segundo paso? Pues qué, ¿no es el último, y con el que, justificada mi inocencia, me echarán a la calle? Rióse mi amigo de mi simpleza, diciéndome: –¡Qué bien se conoce que en su vida de usted las ha visto más gordas! Sí, se echa de ver que usted no sólo no ha estado preso jamás, pero ni se ha juntado con quien lo haya estado. -Así es -le dije-, y me he acompañado con buenos pillos; mas de nadie he sabido que haya estado preso, y por lo mismo me cogen estas cosas de nuevo. Pero qué, ¿todavía de aquí a tres meses estará mi negocio muy espacio? -Sí, querido -me respondió mi amigo-. Las causas (no siendo muy ruidosas, ejecutivas o agitadas por parte) andan con pies de plomo. ¿No ha oído usted por ahí un axioma muy viejo que dice, que en entrando a la cárcel se detienen los reos en si es o no es, un mes; si es algo, un año; y si es cosa grave, sólo Dios sabe? Pues de esto conocerá usted que aquí se eternizan los hombres. -¿Pero en siendo inocentes? -pregunté. -No importa nada -respondió el amigo-. Aunque usted esté inocente (como no tiene dinero para agitar su causa ni probar su inocencia), mientras que ello no se manifieste de por sí, y a pasos tan lentos, pasa una multitud de tiempo.
-Ésa es una injusticia declarada -exclamé-, y los jueces que tal consienten son unos tiranos disimulados de la humanidad; pues que las cárceles que no se han hecho para oprimir, sino para asegurar a los delincuentes, mucho menos son para martirizar a los inocentes privándolos de su libertad. -Usted dice muy bien -dijo mi amigo-. La privación de la libertad es un gran mal, y si a esta privación se agrega la infamia de la cárcel, es un mal no sólo grande, sino terrible; y tanto, que tenemos leyes que quieren que en ciertos casos y a tales personas se les admitan fianzas de estar a derecho, pagar, etc., y no se sepulten en estos horrorosos lugares; pero sepa usted que los jueces no tienen la culpa de las morosidades de las causas, ni de los perjuicios que por ellas sufren los miserables reos. En los escribanos consiste este y otros daños que se experimentan en las cárceles, porque en ellos está el agitar o echar a dormir los negocios de los reos; y ya le dije a usted que las causas de oficio andan espacio porque no ofrecen mucho lugar a las tenidas. -Eso es decir -repuse yo- que los más escribanos son venales, y que sólo se afanan, trabajan y dan curso a cualquier negocio por interés; pero si este falta, no hay que contar con ellos para maldita la cosa de provecho. -A lo menos -respondió mi amigo-, yo no daría tanta extensión a la proposición, si no oyera lamentarse de sus morosidades a tantos infelices que hay en nuestra compañía; pero, don Pedro, es mucho el influjo que tienen los escribanos sobre la suerte de los reos. De manera, que si ellos quieren endulzan, y si no, agrian las causas; siendo ésta una verdad tan triste como sabida. Hasta los niños dicen que en el escribano está todo, y los no niños se consuelan cuando tienen al escribano de su parte, especialmente en las causas criminales. -Según eso -dije yo-, ¿los escribanos tienen facilidad de engañar a los jueces cuando quieren? -Y ya se ve que la tienen –me respondió mi amigo-, y que toda la responsabilidad que cargaría sobre los magistrados o jueces, carga sobre ellos por el abuso que hacen de la confianza que los dichos jueces depositan en ellos. No piense usted que es avanzada la proposición. Si me fuera lícito, contaría a usted casos modernos y originales, de que soy buen testigo, y en algunos también parte, pero ahí se irá usted comunicando con otros
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