PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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En medio de esta triste situación y para coronar la obra, el pícaro de Januario enredó a un payo para que pusiera un montecito, diciéndole que tenía un amigo muy hábil, hombre de bien, para que le tallara su dinero. El pobre payo entró por el aro y quedó en ponerlo al día siguiente. Januario me avisó lo que había pasado, diciéndome que yo había de ser el tallador. Convinimos en que había de amarrar los albures de afuera para que él alzara, y otro amigo suyo que había vendido un caballo para apuntarse, pusiera y desmontara, y que concluida la diligencia nos partiríamos el dinero como hermanos. No me costó trabajo decir que sí, como que ya era tan ladrón como él. Llegó el día siguiente; fue Juan Largo por el payo; me dio éste cien pesos y me dijo: -Am ito, cuídelos, que yo le daré una buena gala si ganamos. -Quedamos en eso -le respondí. Y me puse a tallar a mi modo y según, y como los consejos de mi endemoniadísimo maestro. En dos por tres se acabó el monte, porque el dinero del caballo vendido eran diez pesos, y así, en cuatro albures que amarré y alzó Januario, se llevó el dinero el tercero en discordia. Este se salió primero para disimular, y a poco rato Januario, haciéndome señas que me quedara. El pobre payo estaba lelo considerando que ni visto ni oído fue su dinero; sólo decía, de cuando en cuando: “¡Mire, señor, qué desgracia!, ni me divertí”. Pero no faltó
un mirón que nos conocía bien a mí ya Januario: advirtió los zapotes que yo había hecho, y le dijo al payo, con disimulo y a mis excusas, que yo había entregado su dinero. Entonces el barbaján, con más viveza para vengarse que para jugar, me llevó a su mesón con pretexto de darme de comer. Yo me resistía no teniendo lo que me iba a suceder, sino deseando ir a cobrar el premio de mis gracias; pero no pude escaparme; me llevó el payo al mesón, se encerró conmigo en el cuarto y me dio tan soberbia tarea de trancazos que me dislocó un brazo, me rompió la cabeza por tres partes, me sumió unas cuantas costillas, y a no ser porque al ruido forzaron los demás huéspedes la puerta y me quitaron de sus manos, seguramente yo no escribo mi vida; porque allí llega su último fin. Ello es que quedé a sus pies privado de sentido, y fui a despertar en donde veréis en el capítulo que sigue. CAPÍTULO XVIlI VUELVE EN SÍ PERICO Y SE ENCUENTRA EN EL HOSPITAL. CRITICA LOS ABUSOS DE MUCHOS DE ELLOS. VISÍTALO JANUARIO. CONVALECE. SALE A LACALLE. REFIERE SUS TRABAJOS. INDÚCELO SU MAESTRO A LADRÓN. ÉL SE RESISTE Y DISCUTEN LOS DOS SOBRE EL ROBO Yo aseguro que si el payo me hubiera matado, se hubiera visto en trapos pardos, pues la ley lo habría acusado de alevoso, como que pensó y premeditó el hecho, y me puso verde a palos sin defensa, cuya venganza, por su crueldad y circunstancias, fue una vileza abominable; pero no se quedó atrás la mía de haberle entregado a otros su dinero en cuatro albures. Alevosía y traición indigna fue la suya, y la mía fue traición y vileza endiablada; mas con esta diferencia: que él cometió la suya irritado y provocado por la mía, y la que yo hice, no sólo fue sin agravio, sino después de ofrecida por él una buena gala. De modo que, vista sin pasión, la vileza que yo cometí fue peor y más vergonzosa que la de él; y así si me matara en aquel día, muerto me habría quedado y con razón, porque si no debemos dañar ni defraudar a nadie, mucho menos a aquel que hace confianza de nosotros.
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un mirón que nos conocía bien a mí ya Januario: advirtió los zapotes que yo había hecho, y<br />
le dijo al payo, con disimulo y a mis excusas, que yo había entregado su dinero.<br />
Entonces el barbaján, con más viveza para vengarse que para jugar, me llevó a su mesón<br />
con pretexto de darme de comer. Yo me resistía no teniendo lo que me iba a suceder, sino<br />
deseando ir a cobrar el premio de mis gracias; pero no pude escaparme; me llevó el payo al<br />
mesón, se encerró conmigo en el cuarto y me dio tan soberbia tarea de trancazos que me<br />
dislocó un brazo, me rompió la cabeza por tres partes, me sumió unas cuantas costillas, y a<br />
no ser porque al ruido forzaron los demás huéspedes la puerta y me quitaron de sus manos,<br />
seguramente yo no escribo mi vida; porque allí llega su último fin. Ello es que quedé a sus<br />
pies privado de sentido, y fui a despertar en donde veréis en el capítulo que sigue.<br />
CAPÍTULO XVIlI<br />
VU<strong>EL</strong>VE EN SÍ PERICO Y SE ENCUENTRA EN <strong>EL</strong> HOSPITAL. CRITICA LOS<br />
ABUSOS DE MUCHOS DE <strong>EL</strong>LOS. VISÍTALO JANUARIO. CONVALECE. SALE A<br />
LACALLE. REFIERE SUS TRABAJOS. INDÚC<strong>EL</strong>O SU MAESTRO A LADRÓN. ÉL<br />
SE RESISTE Y DISCUTEN LOS DOS SOBRE <strong>EL</strong> ROBO<br />
Yo aseguro que si el payo me hubiera matado, se hubiera visto en trapos pardos, pues la ley<br />
lo habría acusado de alevoso, como que pensó y premeditó el hecho, y me puso verde a<br />
palos sin defensa, cuya venganza, por su crueldad y circunstancias, fue una vileza<br />
abominable; pero no se quedó atrás la mía de haberle entregado a otros su dinero en cuatro<br />
albures.<br />
Alevosía y traición indigna fue la suya, y la mía fue traición y vileza endiablada; mas con<br />
esta diferencia: que él cometió la suya irritado y provocado por la mía, y la que yo hice, no<br />
sólo fue sin agravio, sino después de ofrecida por él una buena gala.<br />
De modo que, vista sin pasión, la vileza que yo cometí fue peor y más vergonzosa que la de<br />
él; y así si me matara en aquel día, muerto me habría quedado y con razón, porque si no<br />
debemos dañar ni defraudar a nadie, mucho menos a aquel que hace confianza de nosotros.