PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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Estas verdades son más claras que el agua, más repetidas que los días; no hay quien diga que las ignora; y con todo eso no se ven sino muchachos malcriados y necios, que después son unos hombres vagos, viciosos y perdidos. Esto no puede estar en otra cosa sino en que obramos contra lo mismo que sabemos. Consentimos a los muchachos, por serlo, y por tenerles demasiado amor; ellos, cuando jóvenes, nos llenan de pesadumbres y disgustos, y entonces son los ojalás y los malhayas, pero sin fruto. ¿Cuánto mejor y más fácil no es domar al caballo de potro que de viejo? Tienen los padres un freno y un acicate muy oportunos para el caso, y que, sabiéndolos manejar con prudencia, es casi imposible que dejen de producir buenos efectos. El freno es la ley evangélica bien inspirada, y el acicate, el buen ejemplo practicado constantemente. Los campistas de nuestra tierra dicen que el mejor caballo necesita las espuelas; así podemos decir, que el niño más dócil y el de mejor natural ha menester observar buenos ejemplos para formar su corazón en la sana moral y no corromperse. Ésta es la espuela más eficaz para que los niños no se extravíen. El buen ejemplo mueve más que los consejos, las insinuaciones, los sermones y los libros. Todo esto es bueno, pero, por fin, son palabras, que casi siempre se las lleva el viento. La doctrina que entra por los ojos se imprime mejor que la que entra por los oídos. Los brutos no hablan, y, sin embargo, enseñan a sus hijos, y aun a los racionales, con su ejemplo. Tanta es su fuerza. No hay que admirarse de que el hijo del borracho sea borracho; el del jugador, tahúr; el del altivo, altivo, etc., porque si eso aprendió de sus padres, no es maravilla que haga lo que vio hacer. El hijo del gato caza ratón, dice el refrán. Lo que sí es maravilla, o, por mejor decir, cosa de risa, es que, como apunté poco ha, cuando el hijo o hija son grandes, y grandes pícaros, cuando cometen grandes delitos y dan grandes disgustos, entonces los padres y las madres se hacen de las nuevas y exclaman: “¡Quién lo pensara de mi hijo! ¡Quién lo creyera de Fulana!”
¡Tontos! ¿Quién lo ha de creer, quién lo ha de pensar? Todo el mundo; porque todo el mundo ha visto cuál ha sido vuestro modo de criarlos. El milagro fuera que educándolos bien y dándoles buenos ejemplos, ellos salieran indóciles y perversos; pero que salgan malos cuando la doctrina que han mamado ha sido ninguna, y los ejemplos que han visto han sido pésimos, es una cosa muy natural; porque todos los efectos corresponden a sus causas. ¿Quién se ha admirado hasta hoy de que un poco de algodón arda si se aplica al fuego, ni que se manche un pliego de papel si se mete en una olla de tinta? Nadie, porque todos saben que es propio del fuego quemar lo combustible, y de la tinta teñir lo susceptible de su color. Pues tan natural así es que los niños ardan con la mala educación y se contaminen con los malos ejemplos. Lo que importa es no darles una ni otros. Por esto entre los lacedemonios se acostumbraba castigar en los padres los delitos de los hijos, disculpando en éstos la falta de advertencia y acriminando en aquéllos la malicia o la indolencia. Wenceslao y Boleslao, príncipes de Bohemia, fueron hermanos, hijos de una madre; el primero fue un santo, a quien veneramos en los altares, y el segundo un tirano cruel que quitó la vida a su mismo hermano. Distintos naturales, distintas suertes; pero ¿a qué se atribuirán sino a las distintas educaciones? Al primero lo educó su abuela Ludmila, mujer piadosísima y santa; y al segundo, su madre Draomira, mujer loca, infame y torpísima. ¡Tal es la fuerza de la buena o mala educación en los primeros años! Cuando ponderamos lo mal que hacen los padres cuando faltan a las obligaciones que tienen contraídas respecto de los hijos, no disculpamos a éstos de sus desacatos e inobediencias. Unos y otros hacen mal, y unos y otros trastornan el orden natural, infringen la ley y perjudican las sociedades en que viven, y no enmendándose, unos y otros se condenan, pues como se lee en los sagrados libros:[18] los hijos recogen la leña, y los padres encienden el fuego. Es verdad que Dios dice que el hijo malcriado será el oprobio y la confusión de sus padres; pero también están llenas de anatemas las divinas letras contra tales hijos. Oíd algunas que constan en los Proverbios y el Eclesiástico: Se extinguirá la vida del que maldice a su padre, y pronto quedará entre las tinieblas del sepulcro. Mala será la fama, o se verá deshonrado el que menosprecia a su madre. El que aflige a su padre o huye de su madre será ignominioso e infeliz. La maldición de ésta destruye hasta los cimientos de la casa de
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Estas verdades son más claras que el agua, más repetidas que los días; no hay quien diga<br />
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Consentimos a los muchachos, por serlo, y por tenerles demasiado amor; ellos, cuando<br />
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¿Cuánto mejor y más fácil no es domar al caballo de potro que de viejo? Tienen los padres<br />
un freno y un acicate muy oportunos para el caso, y que, sabiéndolos manejar con<br />
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Los campistas de nuestra tierra dicen que el mejor caballo necesita las espuelas; así<br />
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El buen ejemplo mueve más que los consejos, las insinuaciones, los sermones y los libros.<br />
Todo esto es bueno, pero, por fin, son palabras, que casi siempre se las lleva el viento. La<br />
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no hablan, y, sin embargo, enseñan a sus hijos, y aun a los racionales, con su ejemplo.<br />
Tanta es su fuerza.<br />
No hay que admirarse de que el hijo del borracho sea borracho; el del jugador, tahúr; el del<br />
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Lo que sí es maravilla, o, por mejor decir, cosa de risa, es que, como apunté poco ha,<br />
cuando el hijo o hija son grandes, y grandes pícaros, cuando cometen grandes delitos y<br />
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