PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario
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-Está bueno el sermón, no hay que hacer; tu padre, hermano, erró la vocación de medio a medio. Era mejor para misionero que para casado; pero consejos y bigotes, dicen que ya no se usan. La herencia está muy buena, aunque yo no daría por ella una peseta. Si como tu padre te dejó advertencias, te hubiera dejado monedas, se las deberías agradecer más; porque, amigo, un peso duro vale más que diez gruesas de consejos. Guarda esta carta, y salte a ver qué haces con lo que ha dejado tu padre, porque tu madre ¿qué ha de hacer? En cuatro días lo gasta y se acaba, y ni tú ni ella lo disfrutan. Yo le agradecí aquellos que me parecían buenos consejos, y le dije que le propusiera a mi madre mi salida, pretextándole mi enfermedad y lo útil que yo le podía ser a su lado. Januario me ofreció desempeñar el asunto y volver al otro día con la razón. Inquietísimo me quedé yo esperando la resolución de mi madre, no porque yo quería captar su venia, pues no la juzgaba necesaria, sino para con esta hipocresía atarle la voluntad de modo que me flanqueara sin reserva todos los mediecillos que mi padre había dejado, y se fiara de mí, como si yo fuera un buen hijo. Todo me salió según me lo propuse, pues al día siguiente volvió Januario, y me dijo que todo estaba corriente; que él había ponderado mucho mi falsa enfermedad a mi madre, y díchole que yo lloraba mucho por ella, que tanto por mi salud, como por servirla y acompañarla, deseaba salirme; pero que esperaba su parecer, porque era tan bueno su hijo, que sin su licencia no daría un paso. A lo que mi madre le contestó que saliera enhorabuena, pues mi salud valía más que todo, y en todas partes se podía servir a Dios. -Oídos que tales orejas -dije yo al escuchar estas razones-. Mañana comemos juntos, Januario... -Y al instante vamos a visitar a Poncianita -me dijo él-, que cada día está más chula el diantre de la muchacha.
En conversaciones tan edificantes como éstas, pasamos el rato que me permitió la campana, a cuyo toque se despidió Januario, quedándome yo deseando llegara la noche para avisarle mi determinación al padre maestro de novicios. Llegó en efecto, y a mi parecer más tarde que otras veces. Luego que tuve lugar me entré en su celda, y le dije que estaba enfermo, y a más de eso, que mi madre había quedado viuda, pobre y sin más hijo que yo, y que así pensaba volverme al siglo; que me hiciera favor de facilitarme mi ropa. El buen religioso me escuchó con santa paciencia, y me dijo que viera lo que hacía; que ésas eran tentaciones del demonio; si estaba enfermo, médicos y botica tenía el convento y que allí me curarían con el mismo cuidado que en mi casa; que si mi madre había quedado viuda y pobre, no había quedado sin Dios, que es padre universal y no desampara a sus criaturas; y por último, que lo pensara bien. -Ya lo tengo bien pensado, padre nuestro -le dije-, y no hay remedio, yo me salgo, porque ni la religión es para mí, ni yo para la religión. Enfadóse su paternidad con estas razones, y me dijo: -La religión es para todos los que son para ella; mas su caridad dice bien, que no es para la religión, y así me lo ha parecido algunas veces. Vaya con Dios. Mañana temprano mandaré avisar a nuestro padre provincial, y se irá a su casa o donde le parezca. Me retiré de su vista, y esa noche ya no quise ir a coro ni a refectorio (ni me hicieron instancia tampoco), y al otro día, entre nueve y diez de la mañana, me llamó el padre maestro de novicios, me despojó solemnemente de los hábitos, me dio mi ropa, y me marché para la calle; dirigiéndome inmediatamente para México. Después que descansé un rato en un asiento de la alameda, y me sacudí el polvo del camino que había hecho desde Tacubaya, me dirigía a mi casa, e iba yo envuelto en mi capa con mi pañuelo amarrado en la cabeza y lleno de confusión pensando que estaba como
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se usan. La herencia está muy buena, aunque yo no daría por ella una peseta. Si como tu<br />
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salte a ver qué haces con lo que ha dejado tu padre, porque tu madre ¿qué ha de hacer? En<br />
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Yo le agradecí aquellos que me parecían buenos consejos, y le dije que le propusiera a mi<br />
madre mi salida, pretextándole mi enfermedad y lo útil que yo le podía ser a su lado.<br />
Januario me ofreció desempeñar el asunto y volver al otro día con la razón.<br />
Inquietísimo me quedé yo esperando la resolución de mi madre, no porque yo quería captar<br />
su venia, pues no la juzgaba necesaria, sino para con esta hipocresía atarle la voluntad de<br />
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fiara de mí, como si yo fuera un buen hijo.<br />
Todo me salió según me lo propuse, pues al día siguiente volvió Januario, y me dijo que<br />
todo estaba corriente; que él había ponderado mucho mi falsa enfermedad a mi madre, y<br />
díchole que yo lloraba mucho por ella, que tanto por mi salud, como por servirla y<br />
acompañarla, deseaba salirme; pero que esperaba su parecer, porque era tan bueno su hijo,<br />
que sin su licencia no daría un paso.<br />
A lo que mi madre le contestó que saliera enhorabuena, pues mi salud valía más que todo, y<br />
en todas partes se podía servir a Dios.<br />
-Oídos que tales orejas -dije yo al escuchar estas razones-. Mañana comemos juntos,<br />
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