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PERIQUILLO SARNIENTO EL - Taller Literario

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-Tú harás y dirás todo eso por no gastar en el hábito y en la profesión; pero para eso no es<br />

menester que quites de las piedras para poner en mi hijo. Aún tiene tíos, y cuando no, yo<br />

pediré los gastos de limosna.<br />

Así se explicó mi madre, a quien mi padre, con mucha prudencia, contestó:<br />

-No seas tonta, mujer. No son los gastos, sino la experiencia que tengo la que me hace<br />

desconfiar de Pedro. Conozco su genio, y tengo examinado su carácter, por eso dudo que<br />

sea cierta su vocación. Él es mi hijo, lo amo, y lo amo mucho; pero este amor no me quita<br />

el conocimiento que tengo de él. Sé que no le gusta el trabajo, que le agrada la libertad, los<br />

amigos, y el lujo demasiado, y que es muy variable en su modo de pensar. A más de esto,<br />

es muy joven, le falta mucho para saber distinguir bien las cosas, y todo ello me hace creer<br />

que apenas estará en el convento dos o tres meses, verá el trabajo de la religión y se saldrá.<br />

Esto es lo que deseo excusar, no los gastos, pues siempre he erogado gustoso cuantos he<br />

considerado concernientes a su bien. No obstante, yo de buena gana y con la misma<br />

voluntad que otras veces gastaré en esta ocasión cuanto sea necesario, y me daré los<br />

plácemes de que sea con provecho suyo.<br />

Aquí paró la sesión, y salieron los dos buenos viejos a comer.<br />

A la noche me llamó mi padre a solas, me hizo mil preguntas, a las que yo contesté amén,<br />

amén, con la misma hipocresía que al provincial; me echó su merced mi buen sermón,<br />

explicándome qué cosa era la vida de un religioso; cuál la perfección de su estado; cuáles<br />

sus cargos; cuán temibles son las resultas que se debe prometer el que abraza sin vocación<br />

un estado semejante, y qué sé yo qué otras cosas, todas ciertas, justas, muy bien dichas y<br />

para mi bien; pero esto es lo que los muchachos oyen con menos atención, y así no es<br />

mucho se les olvide pronto. Ello es que yo estuve en el sermón, con los ojos bajos y con<br />

una modestia tal que ya parecía un novicio. Tan bien hice el papel que mi padre creyó que<br />

era la pura verdad, y me ofreció ir por la mañana a ver al padre provincial; me dio su<br />

bendición, le besé la mano y nos fuimos a acostar.<br />

Yo dormí muy contento y satisfecho, porque los había engañado a todos, y me había<br />

escapado de ser aprendiz o soldado.

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