He Vivido

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09.05.2013 Views

No me negarás que toda guerra estalla en torno al dinero y las ansias de poder. La riqueza desmesurada ha complicado sumamente la vida. En una época, el término “caja de bienes” podía dejar mudo a todo interlocutor, al igual que lo podía hacer la lectura notarial sobre una herencia paterna. Ahora, el hijo de cualquier desaliñado puede ser escribano. Y desde la atalaya de mis noventa y dos años, resulta más interesante mirar hacia atrás que a la televisión, sumergirme en el pasado para revivir las experiencias lejanas. Despierto en la punta de Udalaitz y desde aquí puedo ver el pequeño núcleo del Portalón, llevando en mi mochila todo tipo de pormenores ligados a las experiencias vividas. En la cumbre me he topado con una enorme estatua, concretamente la imagen que todo el mundo ya conoce del humano sentado, con la cabeza apoyada en el puño del fuerte brazo que parte de su rodilla. Es, por tanto, la estatua que lleva marcado en el rostro ese ceño que sólo está reservado a los hombres y mujeres que han disfrutado profundamente de las interioridades de la vida. Tengo claro que a mi edad sólo puedo ser dueño del vacío dejado por mis padres así como del derivado de la falta de ayuda de mis amigos, que entre todos dieron forma a mi personalidad y, a su vez, valor a la vida, además de proveer de sinceridad a mi evolución vital dentro de un intervalo generacional tan breve. Tal y como, al menos a primera vista, parece indicar su gesto, la estatua pensativa gusta de oír el chirrido de las ruedas del carro transportando a la casa nueva los muebles que constituyen la aportación de los padres a la dote de sus hijos recién casados. Desde el magnífico observatorio de Udalaitz, el imaginario hombre pensativo también divisa un carro tirado por unos bueyes de fuerza extraordinaria portando flejes de chapa laminada desde Altos Hornos de Bergara a los talleres de la Unión Cerrajera. Y la estatua ha reconocido la cara de algunas personas que tras salir de la fábrica se dirigen hacia sus casas subiendo por la Avenida Viteri. Si bien algunos tejados obstaculizan la visión, no le cuesta mucho adivinar la vestimenta humilde de los trabajadores que caminan con la chaqueta al hombro. Los propietarios de ligeras alpargatas recosidas mil veces son el contrapunto de los oficinistas de cuello blanco. Pero todos sirven al mismo dueño. 104

Han sido años de duro trabajo, no siempre compensados por un bienestar material. Aunque no me puedo quejar. Y, he de confesarlo, mi preparación técnica se la debo, en gran medida, a lo que aprendí en la Unión Cerrajera. Empresa que me dio la formación y trabajo, y en la que despertaron en mis sentimientos de solidaridad internacionalsita 105 ¿Te he dicho en alguna ocasión que he llegado a soñar que estaba al otro lado del mundo en compañía de otras almas cándidas como yo, y que nos preguntábamos unos a otros por qué razón tuvimos que nacer tan egoístas? ¿Acaso era imposible construir el verdadero reino de la hermandad en lugar de tanta calamidad y tanta inflexibilidad? ¿Acaso no se podía superar el distanciamiento que provoca la riqueza desmedida? Y, como si de una película se tratara, en el techo celeste se me aparecieron imágenes de nuestra época. En primer lugar, divisé a Santos Txaparro Altuna, con el brazo apoyado en el hombro de D. Toribio Agirre. Mientras paseaban, Txaparro le explicaba a su acompañante el origen del mundo. Disertaba sobre

Han sido años de duro trabajo, no siempre compensados<br />

por un bienestar material. Aunque no me puedo quejar. Y,<br />

he de confesarlo, mi preparación técnica se la debo, en gran<br />

medida, a lo que aprendí en la Unión Cerrajera. Empresa<br />

que me dio la formación y trabajo, y en la que despertaron<br />

en mis sentimientos de solidaridad internacionalsita<br />

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¿Te he dicho en<br />

alguna ocasión<br />

que he llegado a<br />

soñar que estaba<br />

al otro lado del<br />

mundo en compañía<br />

de otras almas<br />

cándidas como yo,<br />

y que nos preguntábamos<br />

unos a<br />

otros por qué<br />

razón tuvimos que<br />

nacer tan egoístas?<br />

¿Acaso era<br />

imposible construir<br />

el verdadero<br />

reino de la hermandad<br />

en lugar<br />

de tanta calamidad<br />

y tanta inflexibilidad?<br />

¿Acaso<br />

no se podía superar<br />

el distanciamiento<br />

que<br />

provoca la riqueza<br />

desmedida? Y,<br />

como si de una película<br />

se tratara,<br />

en el techo celeste<br />

se me aparecieron<br />

imágenes de nuestra<br />

época. En primer<br />

lugar, divisé a<br />

Santos Txaparro<br />

Altuna, con el<br />

brazo apoyado en el hombro de D. Toribio Agirre. Mientras paseaban, Txaparro<br />

le explicaba a su acompañante el origen del mundo. Disertaba sobre

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