He Vivido

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09.05.2013 Views

El tiempo cálido de Junio y Julio avivó en todos nosotros el sueño de darnos un chapuzón en el mar, pero las autoridades del campo no estaban dispuestas a concedernos el permiso para ello, pese a que sólo una red metálica nos separaba de la playa. Aun así, los miembros de la Brigada Internacional presentaron reclamaciones una y otra vez ante la jefatura del campo. Como no les hacían caso, una mañana provocaron una enorme trifulca en la que incluso hubo tiros, y los franceses tuvieron que desplazar una unidad de guerra flotante para vigilarnos. Como consecuencia de todo ello, a la mañana siguiente quitaron la red metálica y nos pudimos bañar en el mar. Los miembros de la Brigada Internacional eran idealistas y, en muchas ocasiones, tanto su audacia como su habilidad para organizarse nos resultaron de gran ayuda. Por ejemplo, estando en Gurs, los franceses quisieron extraditarnos a España e incluso prepararon camiones para hacerlo. Pero los brigadistas hicieron frente a gendarmes y soldados y lograron hacerles desistir. Los brigadistas organizaron escuelas en el campo de concentración de Argeles sur Mer y muchos de nosotros tuvimos la oportunidad de asistir a las clases. ¡Sí señor, los brigadistas se portaron fenomenalmente con nosotros! Los meses sin esperanza alguna resultaban demasiado largos para los que no podíamos dejar de pensar que quizás algún día seríamos abandonados en la frontera con España. Dentro de aquel ambiente angustioso, recibí una carta de unos amigos de Toulouse en la que me pedían que guardara calma, pues estaban tramitando mi traslado a un cuartel cercano a Marsella. Sin embargo, en una nueva misiva que recibí días después, me hicieron saber que habían fracasado en su propósito. No obstante, mis amigos también explicaban que estaban planeando una fuga para mí, y que sería un visitante dominical quien me informaría sobre el asunto. Aquella misma semana infligieron terrible castigo a algunos que habían tratado de huir. Un gitano fue atado a la red metálica y sus guardianes lo estuvieron golpeando durante toda una noche. Los gritos de aquel pobre hombre me llegaron a lo más profundo del corazón. Eso ocurrió un jueves y, según el plan, mi fuga sería tres días más tarde. El domingo por la mañana un hombre vino a buscarme y me proporcionó un falso pasaporte. Salí del campo a las diez y media. Los vigilantes a ca- 96

allo me hicieron parar y me pidieron los papeles. “¿Nombre?”, me preguntó uno de ellos. “Messeguer Mondragón” le respondí en lo que fue el estreno público de mi nueva identidad. Me dejaron ir, y tras recorrer unos kilómetros a pie llegué hasta un bar. Mientras esperaba que llegara el tren de Toulouse pude comer algo, gracias a unas palabras en francés aprendidas en las clases de los brigadistas. Aunque el moreno que me propició la estancia de cinco largos meses en Argeles sur Mer me delataba, parece que mi actitud decidida y seria no dio lugar a duda y me dejaron en paz. Gracias al recuento de juntas de vía que avanzábamos por minuto, no me resultó difícil calcular la velocidad del tren: 108 kilómetros por hora. El convoy iba lleno hasta los topes, mis compañeros de viaje eran campesinos y llegué a Toulouse sin sufrir percance alguno. En esa ciudad volví a tener problemas, ya que no era fácil encontrar trabajo, sobre todo para alguien sin papeles como yo. Sólo una cédula de apellido catalán validaba mi identidad. Podía caer preso en cualquier momento, en cualquier registro de los gendarmes en la calle u otro lugar público. Por si acaso, compré una de esas cuerdas gruesas utilizadas en albañilería, con su gancho incorporado, y durante varios meses por la noche la tuve preparada, pues podían venir a por mí cuando menos me lo esperara, y en ese caso la cuerda me habría sido de gran ayuda para una hipotética fuga desde mi ventana, que daba al río Garona. Mientras permanecí en el campo de concentración de Argeles sur Mer, al que denominábamos “El Arca de Noé”, mis padres regresaron a Mondragón. Por lo tanto, al no conocer a nadie en Toulouse, mi situación fue empeorando día a día. Tenía que hacer algo, inventar algo, y aprovechando mi habilidad para el dibujo artístico, comencé en labores de retoque de fotografías, en mi habitación de la casa que tenía alquilada. Me puse a trabajar apoyado en la publicidad “boca a boca” y enseguida empezaron los encargos. Así fue como me convertí en un verdadero maestro en arreglos de negativos fotográficos. Gracias a la blusa de trabajo y a una pequeña boina adquirí aspecto francés. Eso y el llevar conmigo a todas partes una carpeta de cartón hicieron que nunca levantara sospechas ante la policía, por lo que pude dedicarme a aquel seudo-oficio con tranquilidad. Con todo, no logré dar la vuelta a mi situación calamitosa. A finales de mes las solía pasar canutas para conseguir bonos alimenticios... ¿Dónde?... 97

El tiempo cálido de Junio y Julio avivó en todos nosotros el sueño de darnos<br />

un chapuzón en el mar, pero las autoridades del campo no estaban dispuestas<br />

a concedernos el permiso para ello, pese a que sólo una red metálica<br />

nos separaba de la playa. Aun así, los miembros de la Brigada Internacional<br />

presentaron reclamaciones una y otra vez ante la jefatura del campo. Como<br />

no les hacían caso, una mañana provocaron una enorme trifulca en la que<br />

incluso hubo tiros, y los franceses tuvieron que desplazar una unidad de guerra<br />

flotante para vigilarnos. Como consecuencia de todo ello, a la mañana siguiente<br />

quitaron la red metálica y nos pudimos bañar en el mar.<br />

Los miembros de la Brigada Internacional eran idealistas y, en muchas<br />

ocasiones, tanto su audacia como su habilidad para organizarse nos resultaron<br />

de gran ayuda. Por ejemplo, estando en Gurs, los franceses quisieron extraditarnos<br />

a España e incluso prepararon camiones para hacerlo. Pero los<br />

brigadistas hicieron frente a gendarmes y soldados y lograron hacerles desistir.<br />

Los brigadistas organizaron escuelas en el campo de concentración de Argeles<br />

sur Mer y muchos de nosotros tuvimos la oportunidad de asistir a las<br />

clases. ¡Sí señor, los brigadistas se portaron fenomenalmente con nosotros!<br />

Los meses sin esperanza alguna resultaban demasiado largos para los que<br />

no podíamos dejar de pensar que quizás algún día seríamos abandonados en<br />

la frontera con España. Dentro de aquel ambiente angustioso, recibí una<br />

carta de unos amigos de Toulouse en la que me pedían que guardara calma,<br />

pues estaban tramitando mi traslado a un cuartel cercano a Marsella. Sin<br />

embargo, en una nueva misiva que recibí días después, me hicieron saber que<br />

habían fracasado en su propósito. No obstante, mis amigos también explicaban<br />

que estaban planeando una fuga para mí, y que sería un visitante dominical<br />

quien me informaría sobre el asunto.<br />

Aquella misma semana infligieron terrible castigo a algunos que habían<br />

tratado de huir. Un gitano fue atado a la red metálica y sus guardianes lo estuvieron<br />

golpeando durante toda una noche. Los gritos de aquel pobre hombre<br />

me llegaron a lo más profundo del corazón. Eso ocurrió un jueves y,<br />

según el plan, mi fuga sería tres días más tarde.<br />

El domingo por la mañana un hombre vino a buscarme y me proporcionó<br />

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