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He Vivido

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lizando mantas de escasa calidad. Miles de personas deambulábamos de acá<br />

para allá sin saber muy bien en busca de qué. Y al objeto de que la enorme<br />

oleada humana no se les fuera de las manos, los franceses cercaron el gigantesco<br />

campo con red metálica. No obstante, por primera vez en mucho tiempo<br />

pudimos dormir a salvo de los ataques de los aviones fascistas.<br />

Estábamos bajo la vigilancia de los terroríficos “swai”, miembros de la<br />

tropa africana al servicio de Francia, que nos cuidaban con sus espadas y sus<br />

látigos; gente despiadada, capaz de propinar palizas a mujeres o a niños,<br />

sólo por el hecho de estar buscando un trozo de leña para hacer fuego. Para<br />

la quinta noche pudimos organizar mejor nuestra nueva casa. Y cierto anochecer,<br />

como queriéndonos transmitir energía los unos a los otros, organizamos<br />

una enorme y sonora tamborrada, provistos de botes y cazuelas viejas.<br />

En la estación de tren cercana al pueblo habían adecuado un lugar para<br />

atender a heridos y enfermos, pero la paja que cubría el suelo provocó una<br />

eclosión de piojos que inmediatamente propagó la epidemia por todo el<br />

campo. Trajeron ataúdes a un almacén de la estación, ya que diariamente<br />

había necesidad para siete u ocho cadáveres.<br />

En los gélidos amaneceres, como bestias de la selva profunda, ocupábamos<br />

todos los rincones del campamento, pero no con el objetivo de cazar<br />

presas, sino a fin de realizar nuestras necesidades fisiológicas. Era algo que<br />

había de hacerse en algún momento y parecía que, con la complicidad de la<br />

oscuridad, las idas y venidas de los refugiados eran más veloces. Está claro<br />

que la sabia naturaleza facilita los mecanismos adecuados para la adaptación<br />

de las especies a cada lugar y a cada momento.<br />

Sin embargo, los momentos más agradables –¡si es que se puede hablar<br />

de momentos agradables!– eran aquellos en los que el sol nos acariciaba con<br />

sus rayos dorados. Es más, en aquellos instantes parecía que, incluso, éramos<br />

capaces de pensar y percibíamos las sonrisas en nuestros semblantes,<br />

como si al huir del infierno al otro lado de los Pirineos hubiéramos alcanzado<br />

la gloria celestial. Uno de los primeros días de mi estancia allá, perdí una maleta<br />

fabricada por mí en una carpintería, cuando en tiempo de guerra me hirieron<br />

en el tobillo. La cerradura de letras de madera tenía más de cuatro mil<br />

combinaciones, fruto de la aplicación directa de la tecnología aprendida en<br />

la Unión Cerrajera.<br />

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