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He Vivido

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La dirección que había tomado la política en nada favorecía nuestros intereses.<br />

La derecha marcaba un círculo cada vez más estrecho en torno a la<br />

izquierda. Las noticias que nos llegaban a la cárcel eran bastante confusas<br />

y día a día nuestro nerviosismo iba en aumento. Los últimos detenidos trataban<br />

de explicar el ambiente de fuera y por lo que decían los recortes de<br />

prensa que de vez en cuando algún familiar nos hacía llegar dentro de una<br />

tarta, había motivos de sobra para estar preocupados.<br />

Así pues, nos quedaba la vía clandestina, y empecé a pensar que, al igual<br />

que recortes de prensa, también podíamos pasar algo más. Así fue cómo fui<br />

recopilando material de interés. Me enviaron unos finos hilos de cobre dentro<br />

de un pastel. En un envío posterior obtuve trozos de piedra galena. Con<br />

dichos componentes y una caja de puros vacía ya tenía preparado un aparato<br />

receptor de radio. En un nuevo envío de mercancía, me pasaron tres<br />

auriculares camuflados en cazuelas llenas de morcillas y con ellos pude escuchar<br />

con claridad los programas de radio del Monte Igeldo.<br />

Por lo visto, escondí correctamente aquel aparato que, por lo menos, valía<br />

para ponerme en contacto con el exterior, si bien sólo actuaba como receptor.<br />

A pesar de haber sufrido varios registros, jamás dieron con mi radio.<br />

Animado por el éxito tecnológico, me pareció que podía tratar de mantener<br />

por la noche la bombilla de nuestra celda encendida y urdí un plan. Una<br />

mañana de limpieza general, logré introducir a través de las rendijas del<br />

suelo del corredor interior unos hilos de cobre hasta mi celda y apliqué el<br />

polo negativo a las tuberías del agua. El polo positivo lo sujeté en la lámpara<br />

situada sobre la puerta de la celda y de allí deslicé el cable de la electricidad<br />

hasta mi cama. Gracias a la luz podía permanecer más horas escribiendo o<br />

dibujando. Por si acaso, al objeto de que el vigilante no me pillara con la luz<br />

encendida, preparé un puente de corriente, con una aguja sujeta a la puerta<br />

mediante hilo negro de coser. Si alguien abría la puerta la luz se apagaba automáticamente<br />

y el responsable de la vigilancia me pillaba escribiendo o leyendo...<br />

¡a oscuras!<br />

En el recinto donde estábamos nos custodiaban cuatro carceleros y a uno<br />

de ellos yo le llamaba “Tuntún”, por su parecido con Nicolás Tuntun Madinabeitia,<br />

compañero mío de Sección en la Unión Cerrajera. Aquel carcelero<br />

era tremendamente desconfiado y severo. Un día vio mis dibujos y me pidió<br />

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