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He Vivido

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Ante el repugnante crimen, quedé sumido en la desesperación, sin palabras,<br />

pues la ola me había pillado en medio de la intervención armada y a<br />

pesar de que quise actuar como un hombre, mi esfuerzo no sirvió de nada.<br />

Sentí profundamente la muerte de Dagoberto; el recuerdo de Dago me transportaba<br />

al día de mi primera comunión, pues fue el autor de la única foto<br />

que me hicieron en la celebración. La muerte de Oreja no me resultó tan<br />

dura, ya que siempre había arremetido contra los trabajadores y yo, desde<br />

mi afiliación a UGT, no podía aceptar una actitud tan despreciable. El despido<br />

de Lafitte había que achacárselo a Oreja. En cambio, al saber que Ricardo<br />

Azkoaga había podido escapar, me embargó la alegría. Creo que<br />

Azkoaga me apreciaba y, si mal no recuerdo, fue él quien habló bien de mí<br />

en el Consejo de Administración diciendo que tenía capacidad para desempeñar<br />

nuevas y mejores tareas. Dos muertes y, ante todo, una frustración: estaba<br />

claro que el camino de la violencia no nos llevaría a ninguna parte.<br />

Al parecer, aquel desgraciado día de Octubre, y mientras yo hacía guardia,<br />

estuvieron vigilándome desde las ventanas y balcones de Erdiko Kale e<br />

Iturriotz. Tres personas presentaron denuncia contra mí, diciendo haberme<br />

visto armado con un fusil. Uno de ellos, cuyo nombre no voy a citar pero sí<br />

diré que quedó exento del servicio militar por ser el único soporte familiar,<br />

no sabía distinguir entre un fusil y una escopeta de caza de dos cañones del<br />

calibre 12. El segundo, que por entonces era un muchacho, confundió un<br />

Mauser y una escopeta.<br />

El tercero era Ignacio Chacón, ingeniero de la fábrica. Era católico y apostólico<br />

y nunca hubiera pensado que podría reaccionar tan ciegamente en mi<br />

contra. Vino a la cárcel de Guadalupe a preguntarme si cierto plano que habían<br />

requisado a alguien del pueblo era obra mía. Al parecer, según el profesor<br />

de dibujo, exceptuándome a mí, en el pueblo no había nadie capaz de<br />

hacer un plano tan exacto, y eso era lo que quería comprobar. Así las cosas,<br />

debido a mi paternidad sobre un plano, algo que nunca pudieron demostrar,<br />

me clasificaron entre las nueve personas más peligrosas del pueblo.<br />

Después de aquella descabellada acción del 5 de Octubre, huimos al<br />

monte, temerosos de los soldados que llegaban desde Vitoria. Pero al día siguiente,<br />

al no contar con infraestructura alguna para resistir, nos entregamos,<br />

pues los incidentes se habían desbordado repentinamente. Antes de<br />

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