He Vivido
He Vivido He Vivido
Yo no tenía enemigos, o por lo menos eso era lo que creía. Estando en la Plaza, vi a un amigo de los tiempos de la escuela de Txorta, Pedro Azkarraga, dirigiéndose al Círculo, siendo carlista como era. Me acerqué a él y le informé en el portal de la situación del momento. Le aconsejé que se fuera a casa. Y eso fue lo que mi amigo hizo, después de despedirnos con un abrazo. Cuando a las ocho de la mañana enviaron el relevo, me dirigí a la Casa del Pueblo y una vez allí me remitieron junto a otros a detener a Marcelino Oreja, el “jabalí”. Fui con precaución, pues pensaba que estaría con sus guardaespaldas. Semanas atrás, Oreja había dicho que los de UGT íbamos a comer hierba, y desde entonces las cosas no pintaban muy bien para él. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando lo vimos bajar por las escaleras con su mujer... y casi nos convenció de que era un ángel gordo y sin ningún peligro. Poco más tarde supe que, junto a Oreja también se encontraban en la secretaría Dagoberto Resusta y Ricardo Azkoaga. El hecho de mezclar a estos dos últimos con el director de la fábrica me causó estupor, pues allí podía ocurrir cualquier cosa. Hablé con Celestino Uriarte y le di razones para no mantener a los tres juntos. Tras escuchar mis palabras Uriarte me ordenó que trasladara a Dagoberto y Ricardo a otro lugar. Justamente iba a hacerlo cuando apareció Juanito Sanverde avisando que desde Vitoria se acercaban tres camiones de soldados. Alborotados por tal aviso, en la puerta del Trinquete se organizó una especie de representación teatral de resistencia disparatada, y entre algunos volcaron un camión para escudarse tras él y organizar la defensa de la Casa de Pueblo. No se dieron cuenta de que con aquella acción estaban construyendo una ratonera para todos nosotros. Entonces apareció el peligroso fanático, trayéndose con él a los tres detenidos, y preguntó a Celestino: –¿Qué vamos a hacer con éstos? –Llévalos de nuevo y... Celes no sabía nada de estrategia militar, ni siquiera había hecho el servicio militar. 82
Ante el repugnante crimen, quedé sumido en la desesperación, sin palabras, pues la ola me había pillado en medio de la intervención armada y a pesar de que quise actuar como un hombre, mi esfuerzo no sirvió de nada. Sentí profundamente la muerte de Dagoberto; el recuerdo de Dago me transportaba al día de mi primera comunión, pues fue el autor de la única foto que me hicieron en la celebración. La muerte de Oreja no me resultó tan dura, ya que siempre había arremetido contra los trabajadores y yo, desde mi afiliación a UGT, no podía aceptar una actitud tan despreciable. El despido de Lafitte había que achacárselo a Oreja. En cambio, al saber que Ricardo Azkoaga había podido escapar, me embargó la alegría. Creo que Azkoaga me apreciaba y, si mal no recuerdo, fue él quien habló bien de mí en el Consejo de Administración diciendo que tenía capacidad para desempeñar nuevas y mejores tareas. Dos muertes y, ante todo, una frustración: estaba claro que el camino de la violencia no nos llevaría a ninguna parte. Al parecer, aquel desgraciado día de Octubre, y mientras yo hacía guardia, estuvieron vigilándome desde las ventanas y balcones de Erdiko Kale e Iturriotz. Tres personas presentaron denuncia contra mí, diciendo haberme visto armado con un fusil. Uno de ellos, cuyo nombre no voy a citar pero sí diré que quedó exento del servicio militar por ser el único soporte familiar, no sabía distinguir entre un fusil y una escopeta de caza de dos cañones del calibre 12. El segundo, que por entonces era un muchacho, confundió un Mauser y una escopeta. El tercero era Ignacio Chacón, ingeniero de la fábrica. Era católico y apostólico y nunca hubiera pensado que podría reaccionar tan ciegamente en mi contra. Vino a la cárcel de Guadalupe a preguntarme si cierto plano que habían requisado a alguien del pueblo era obra mía. Al parecer, según el profesor de dibujo, exceptuándome a mí, en el pueblo no había nadie capaz de hacer un plano tan exacto, y eso era lo que quería comprobar. Así las cosas, debido a mi paternidad sobre un plano, algo que nunca pudieron demostrar, me clasificaron entre las nueve personas más peligrosas del pueblo. Después de aquella descabellada acción del 5 de Octubre, huimos al monte, temerosos de los soldados que llegaban desde Vitoria. Pero al día siguiente, al no contar con infraestructura alguna para resistir, nos entregamos, pues los incidentes se habían desbordado repentinamente. Antes de 83
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Yo no tenía enemigos, o por lo menos eso era lo que creía. Estando en la<br />
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dirigiéndose al Círculo, siendo carlista como era. Me acerqué a él y le<br />
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Oreja, el “jabalí”.<br />
Fui con precaución, pues pensaba que estaría con sus guardaespaldas.<br />
Semanas atrás, Oreja había dicho que los de UGT íbamos a comer hierba,<br />
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Dagoberto Resusta y Ricardo Azkoaga. El hecho de mezclar a estos<br />
dos últimos con el director de la fábrica me causó estupor, pues allí podía<br />
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tres camiones de soldados.<br />
Alborotados por tal aviso, en la puerta del Trinquete se organizó una especie<br />
de representación teatral de resistencia disparatada, y entre algunos<br />
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de Pueblo. No se dieron cuenta de que con aquella acción estaban construyendo<br />
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trayéndose con él a los tres detenidos, y preguntó a Celestino:<br />
–¿Qué vamos a hacer con éstos?<br />
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Celes no sabía nada de estrategia militar, ni siquiera había hecho el servicio<br />
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