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camino de Santa Bárbara. Sin embargo, de repente una tenue luz proyectó<br />
una sombra aún más débil sobre el suelo mojado. Alguien cruzaba el puente.<br />
Agucé la vista y me di cuenta de que se trataba de Askin, el hombre que<br />
vivía en la primera casa del camino de Santamaña. Seguramente vendría de<br />
la fábrica “La Cucharera”, situada al borde del río. Recuerdo perfectamente<br />
cómo, siendo yo todavía un chiquillo, encontré, en un hoyo lleno de restos<br />
oxidados junto a la fábrica, el modelo-desarrollo troquelado de una cuchara<br />
que posteriormente utilizaría para fabricar cucharas de arcilla en mis juegos.<br />
Tras pasar junto al palacio de Hierro, condujimos nuestra alfombra en<br />
dirección a la taberna Las Columnas, justamente hasta la casa donde vivió<br />
mi primer maestro. Si bien todavía faltaba un poco para las cinco de la mañana,<br />
había luz en el bar. A continuación sobrevolamos la casa de Gomix y<br />
la de Mardo, en cuyos bajos se ofrecían sesiones de cine cada domingo. En<br />
frente, el cantón que daba a Zurgin Kale. Y un poco más adelante el edificio<br />
de Erregetxo, con acceso directo al río. Como siempre, el dueño del lugar<br />
era uno de los vecinos más tempraneros, pues también aquel día ya estaba<br />
en la acera frente a la casa de Don Toribio, sacudiendo gavillas de trigo. Inmediatamente<br />
me di cuenta de que el pueblo comenzaba a despertar: el reloj<br />
de la parroquia señaló las cinco de la mañana, el gallo de Florentino Potxo<br />
Arana cantó y los miembros de la Cofradía de la Adoración Nocturna salieron<br />
de la iglesia de San Francisco, después de pasar las últimas horas rezando.<br />
Ataviados con sus habituales capas largas y negras de cuello ancho,<br />
se dirigían a sus casas, al objeto de poder estar en el trabajo para las seis de<br />
la mañana.<br />
Nos encontrábamos frente a la Plaza de Abastos, que es, sin duda alguna,<br />
una de las zonas predilectas del pueblo. La Plaza de Abastos fue para nosotros<br />
testigo directo de muchísimos momentos gozosos e innumerables sucesos,<br />
un lugar insustituible que los mondragoneses llevamos en lo más<br />
profundo de nuestro corazón. ¡Allá, al frente, el balcón de mi casa! Una atalaya<br />
sin parangón. Estaban abriendo el bar Monte. Muchos sentían la necesidad<br />
de calentarse por dentro antes de acometer la jornada de trabajo diaria,<br />
como si ésta los fuera a dejar hechos polvo. Cada cual a su estilo y como si<br />
fueran competidores en tratar la salud, justo al lado de la taberna estaba situada<br />
la farmacia de Segura. Y tras la farmacia, la Caja de Ahorros. Un trío<br />
mágico, se mire por donde se mire. ¿Recuerdas cómo jugábamos en aquel<br />
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