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La calle Zarugalde vista desde Kondekua, nos<br />
ofrecía en primer plano la casa de Pascasio,<br />
un pobre hombre sin arte ni oficio, que criaba<br />
perros para poder venderlos y dar de comer a<br />
su familia. Más tarde Pascasio caería en<br />
manos de las catequistas, que le prometieron<br />
solucionar su problema.<br />
75<br />
mente provenía del jardín y a<br />
continuación se abrió la<br />
puerta y apareció el guarda<br />
Luis Artetatxo <strong>He</strong>riz 6 , en<br />
busca de algún extraño.<br />
Nunca podría imaginar que<br />
nosotros estábamos allá<br />
arriba, en nuestra alfombra<br />
mágica. Al no ver nada raro,<br />
cerró de nuevo la pesada y<br />
chirriante puerta. El perro de<br />
Artetatxo murió cuando su<br />
dueño tenía los noventa años<br />
cumplidos, y Artetatxo compró<br />
otro. Informó esperanzado<br />
a sus amigos sobre la<br />
adquisición recién hecha: ¡A<br />
ver si el nuevo me da tan<br />
buen juego durante otros<br />
veinte años!<br />
Al otro lado del puente divisamos<br />
el cantón que va<br />
desde la taberna de Canuto<br />
hasta Kanpantorpe. En el espacio<br />
entre Zurgin Kale y<br />
Kondekua atisbamos la chocolatería<br />
de José Azkoaga, aún<br />
cerrada, igual que la peluquería<br />
adyacente de Artorotz. No<br />
había nadie, ni siquiera en el<br />
(6) En esta nota parece que Trincado no acierta ya que los Artetatxo tenían por apellido<br />
Erzilla. De todos modos, es la única referencia que he encontrado que puede estar equivocada.