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sombrero de paja y sosteniendo un bastón, gustaba de observar la entrada<br />
de los trabajadores de la Unión Cerrajera, y disfrutaba con las carreras de<br />
los que se apresuraban para llegar justo antes de que el portero Patxi Yarza,<br />
haciendo caso a la sirena de la fábrica, cerrara la puerta. Una mañana de domingo,<br />
Tambor entró en una taberna donde se encontraba un grupo de amigos<br />
y con gesto ostentoso dijo al tabernero que él pagaría toda la<br />
consumición. Los allá reunidos tributaron un gran aplauso al fanfarrón, pero<br />
Venancio Sandios Aranburu, que estaba sentado en una mesa, se fue incorporando<br />
poco a poco para acercarse a Tambor:<br />
–¡Chico, cómete el huevo de la gallina, pero jamás te comas la gallina!<br />
–¿Qué pues?<br />
–¡Ya lo verás!<br />
Tras aquella breve conversación y habiéndose hecho un silencio sepulcral,<br />
Venancio le dirigió a Tambor unas rotundas palabras que todos pudieron oír:<br />
–Agustín, te voy a echar una maldición... ¡Ojalá vivas muchos años!<br />
En aquel momento pocos pudieron comprender la amargura que encerraban<br />
tanto el serio consejo como la ridícula maldición proferida por Venancio.<br />
A los pocos años a Tambor se le acabó la gallina de los huevos de oro<br />
y tuvo que presentarse en la Unión Cerrajera para poder ganar unas pesetas.<br />
Lo colocaron de portero en la zona de la Concepción.<br />
A mi juicio, el seudo-progreso ha aflorado el mal. En mi viaje de vuelta<br />
no he encontrado la estación de tren ya que, en nombre de la modernidad,<br />
el servicio quedó suspendido hace unos quince años, tras ofrecer a los vecinos<br />
del pueblo falsas explicaciones sobre rentabilidad. Excusas baratas. Las<br />
razones que llevaron a la desaparición de los coches de caballos y las que provocaron<br />
el fin del ferrocarril son harina de diferentes costales, por mucho que<br />
se diga. Por otro lado, el tren no podía hacernos olvidar el peligro que entrañaban<br />
las carreteras modernas. En la zona de Muxibar, una bicicleta<br />
acabó con la vida de Diego Maala Txiki Lizarralde, que venía de Aretxabaleta<br />
caminando con unos amigos. Aquel día se cumplieron los más oscuros<br />
augurios de la modernidad. Recuerdo que la primera aparición pública del<br />
automóvil también se dio en aquella época. Fue entonces cuando, contando<br />
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