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He Vivido

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andeja sacadas del mismo bar, rogando a sus compañeros de trabajo la<br />

“voluntad” de la liquidación de la quincena.<br />

El pueblo ha progresado en muchos aspectos. Pero dentro del peaje pagado<br />

por ello está el haber dejado en el camino, para siempre, numerosos<br />

matices humanos. Me viene a la mente Teodoro Larrañaga, un heladero encantador<br />

que no representa un pasado tan lejano. Cuando nevaba, iba desde<br />

su casa de la calle del Medio a Kurtze Txiki, concretamente hasta la Nevera.<br />

Una vez allí, introducía toda la nieve que podía en un profundo agujero,<br />

antes de cubrirlo de helecho. Y le estábamos sumamente agradecidos por el<br />

trabajo del invierno cuando, en los días de bochorno de verano, aparecía en<br />

la plaza del pueblo con su carrito de mano ofreciendo, para nuestro deleite,<br />

los excelentes helados creados con ayuda de aquella nieve o el agua fresca<br />

sin kezka preparada con medio limón y un porrón de agua. ¡Qué momentos<br />

más entrañables!<br />

“De chavales, los amigos de siempre de la calle, casi todas los días al<br />

anochecer nos metíamos en algún portal a contar cuentos” escribía hace<br />

mucho tiempo a un amigo mío, intentando resaltar las diferencias entre<br />

aquella época y la actual. Hoy en día es muy difícil, por no decir imposible,<br />

detectar afición alguna a narrar cuentos dentro de los juegos de niños, como<br />

ocurría en nuestros tiempos. Recuerdo lo que, según contaban, acaeció a un<br />

casero andrajoso y tacaño y a su mujer, quien, incluso después de morir su<br />

marido seguía aterrorizada, pues no podía olvidar los azotes que aquél, en<br />

vida, le propinaba con una vara fina. Cuatro hombres sacaron a hombros el<br />

ataúd del caserío cuando, al parecer, golpearon involuntariamente una rama<br />

del avellano situado frente a la casa, lo que produjo un pequeño enredo, teniendo<br />

que dejar la caja de nuevo en el suelo. ¡Tened cuidado! ¡Y lleváoslo<br />

cuanto antes, por Dios... que incluso ahora está buscando ése el látigo...! –<br />

rogó la viuda del difunto a los que transportaban el féretro, incapaz de ahuyentar<br />

su miedo.<br />

El sucedido histórico protagonizado por Agustín Tambor Aranzabal lo escuché<br />

también por primera vez en una de aquellas tertulias, en una conversación<br />

habitual en la que la alegría y la tristeza pueden ir unidas de la mano.<br />

Correría el año 1906 cuando Aranzabal regresó de Cuba enriquecido, con ese<br />

aspecto tremendamente extraño que le daba el dinero. Vistiendo ropa blanca,<br />

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