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familiar dejado atrás en mi huida se empezaba a resquebrajar con el salto<br />
de los dibujos al otro lado del océano.<br />
–¡Pues, hijo mío... el dibujo es tuyo y he pensado que debería estar en tu casa!<br />
–Mi casa siempre estará donde estés tú...<br />
A decir verdad, nunca dejé de pensar que mi aventura del exilio sería pasajera.<br />
Cuando falleció mi madre me di cuenta que la situación se podría<br />
prolongar por siempre.<br />
El éxito cosechado en Bilbao me facilitó el camino en la fábrica. El jefe<br />
de personal José Añibarro me llamó a su despacho y me preguntó por el oficio<br />
que yo más desearía. Existía la posibilidad de trabajar con madera, y<br />
eso fue lo que le pedí: había que tener a punto la estructura de las máquinas<br />
para luego poder preparar los moldes. Como ejercicio, me encargaron realizar<br />
la unión de unas flores de fantasía. Los años dedicados al dibujo me<br />
aportaron un resultado semejante al que hubiera logrado siendo profesional.<br />
Vistas mis habilidades, me pusieron a grabar sellos de acero. Los preparaba<br />
en escayola y a partir de ahí lograba hacer moldes de bronce.<br />
Disponía de dos ayudantes que cobraban 10´50 pesetas al día. Yo cobraba<br />
5´50. Transcurridos unos meses, Bonifacio Potaje Maidagan me persuadió de<br />
que podía aspirar a un sueldo mejor y presenté una reclamación, pero Paco<br />
Maixor Resusta impidió que cobrara la quincena argumentando que mi trabajo<br />
lo podía hacer una mujer. “¿Y qué? –le contesté– ¿Acaso las mujeres tienen<br />
menos derechos que los hombres?”. Don Paco, que tenía el título de<br />
ingeniero que le compró su padre, me echó de su despacho. Ante eso, no<br />
tuve más remedio que presentar una denuncia en el sindicato. Así comenzó<br />
mi calvario en la Unión Cerrajera, pues en la fábrica no querían trabajadores<br />
revoltosos. Y mi dignidad tampoco estaba en venta. Al menos creía que<br />
podía luchar.<br />
Los sueldos de los trabajadores eran bajos, reducidos, y el cabeza de familia<br />
tenía que trabajar a destajo para sacar su familia adelante, incluso llevándose<br />
trabajo a casa una vez terminada la jornada en la fábrica, a fin de<br />
conseguir el dinero necesario para pasar el mes. Y si algún día enfermaba,<br />
era bastante normal verlo a la puerta del bar de Cristóbal, con una silla y una<br />
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