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He Vivido

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tado en casa de mi tía, las picaduras de millones de chinches me invitaron a<br />

vestir la indumentaria de Adán y salí al balcón medio desnudo. Desde allí<br />

tuve oportunidad de escuchar, prolongada y nítidamente y con una emoción<br />

propia de un niño, el ruido transparente de los tranvías, característica de la<br />

modernidad de las grandes capitales.<br />

Me encontraba en Bilbao y se estaba transformando en realidad aquel<br />

mundo onírico e irreal que comenzaba a tomar cuerpo en mí tan pronto<br />

como el coche de caballos de Atxa acometía la subida a Kanpanzar. Allí estaban<br />

las calles anchas y bulliciosas. En uno de aquellos tranvías llegué hasta<br />

Algorta. ¡Vi carteles multicolores de cabaret! Ya tenía qué contar a mis compañeros<br />

de trabajo y amigos, a pesar de que hubiera preferido comprobar las<br />

cualidades de aquellas bailarinas en directo, aun a riesgo de que en el pueblo<br />

mi osadía hubiera sido considerada pecaminosa. Pero decían que en Bilbao<br />

la libertad era total.<br />

Volví al pueblo intentando ahuyentar el sueño acumulado en la macrociudad<br />

y, sobre todo, con la esperanza de volver al buen camino, sin caer en<br />

tentación alguna. Ya conocía Bilbao y eso no era moco de pavo en mi breve<br />

curriculum. Entonces comprendí a la perfección la reacción del hijo más<br />

joven del caserío Txaeta que, dirigiéndose a cumplir el servicio militar,<br />

cuando el tren pasaba por Deba comenzó a gritar que entre los árboles se vislumbraba<br />

un río inmenso.<br />

Transcurridos unos días desde que llegué de Bilbao, Don Ricardo Axal<br />

Azkoaga me llamó a su oficina y me enseñó recortes de prensa de ciertos periódicos<br />

bilbaínos. En aquellos papeles se podía leer mi nombre, informando<br />

de que había recibido el primer premio del concurso. En aquel instante me<br />

vino a la mente la imagen de Don Félix Arano, preguntándose en alto cómo<br />

era posible que yo, siendo un alumno tan malo en su escuela, me hubiera desenvuelto<br />

tan bien en un trabajo de dibujo. Dicha imagen borrosa del pasado<br />

me animó a tomarme más en serio los estudios, sobre todo porque sentía la<br />

necesidad de dar un soporte teórico a mi práctica fabril.<br />

El dibujo presentado en el Concurso de Bilbao, así como otros más de la<br />

época, me los trajo mi madre en su único viaje a Montevideo. Fue una sorpresa<br />

para mí y no me hizo mucha gracia, ya que me pareció que el templo<br />

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