He Vivido

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09.05.2013 Views

En la parte alta, en los números 56, 58, 60 y 62 de la calle Ferrerías, había unas casas que pertenecieron a la familia Sola. El ayuntamiento las derruyó y construyó un centro escolar en el solar. Aunque el proyecto era de 1928, no pudieron llevarlo a cabo hasta 1932, justo en la época de la República. El alcalde del pueblo era Eugenio Karrikiri Resusta y creyó que lo más apropiado sería dar a aquel complejo escolar el nombre de algún mondragonés reputado. Una vez hecha la consulta a Juan Carlos Guerra y tras conocer su opinión, el Ayuntamiento tramitó el expediente por el que se solicitaba al Ministerio permiso para poner a la nueva escuela el nombre “ Doctor Zaraa Bolibar”, personaje del siglo XVI, afamado rector de Salamanca. Al parecer, Juan Carlos Guerra no dio a conocer a los miembros de la corporación que el mondragonés Zaraa Bolibar había sido teólogo dominico y al percatarse de ello las autoridades del pueblo, decidieron no ponerle ningún nombre al complejo escolar. Cuando los Viatoristas llegaron a Arrasate, dieron al centro el nombre de San José. Bajando de Gazteluondo hacia Zurgin Kale pero sin dejar la zona alta, nos encontrábamos con el cuartel de la Guardia Civil. Allí vivía un guardia al que yo consideraba como a un tío. Al tener gran amistad con mi padre, me acogía cariñosamente siempre que iba a visitarlo. Aunque estaba casado, no tenía hijos. En aquella época se conoce que había en el cuartel un comandante de carácter muy violento y cierta tarde se produjo un altercado entre mi tío y su superior. Aquél le pegó al comandante con su fusil, por lo que fue arrestado. Fue condenado a muerte pero mi padre logró la intermediación de D. Félix Arano y le conmutaron la pena capital por 20 años de presidio. Cumplió la pena en las cárceles de Cercedilla y Ocaña. Lo dejaron en libertad en 1935 y se fue a vivir a Vitoria. Al producirse el alzamiento de 1936, el comandante interpuso una falsa acusación en contra del guardia, y éste tuvo que hacer frente a un nuevo juicio. Tuvo mala suerte y lo ajusticiaron mediante garrote vil. ¡Sólo de pensarlo me entran escalofríos! Subiendo por la calle Iturriotz, el primer establecimiento con el que nos encontrábamos era el de Olia, de los Markaide, y luego la zapatería de Fidel Txoroka Azkonaga. En el portal situado entre estos dos establecimientos vivía nuestra familia, justo encima de la carnicería de Benita. Más arriba estaba la casa de Fermín Maixor Resusta. Uno de los Resusta 5 fue el que luego dio nombre a la calle, pero no llegué a conocer a dicho personaje. Los edificios 64

de al lado eran la casa de Manolo Kafekua Otaduy, la farmacia y el Batzo ki. Una vez pasado el portal de Cruz Madinabeitia nos topábamos con el del alcalde Juan Goñi y a continuación estaban la tienda de Pío Azkarate y la panadería donde mi difunto padre trabajó durante más de treinta años. Después venían la casa de Arkauz y la del doctor Urbina, y tras pasar el cantón de la Concepción, se accedía a los bajos donde vivía el párroco D. José Joaquín Arin. Encima lo hacia la familia Errasti. Una frente a la otra se encontraban la tienda de dulces de Antonio Bixkai Eizaguirre, hombre de mucho genio, y el portal de Melkiades Jauregibarria, que años más tarde llegaría a ser alcalde. La esposa de éste último, Rosario Lopardixena Etxebarria, fue durante muchos años la amortajadora de la localidad. Frente al Centro Católico vivía Evaristo Gixau Axpe. En el lugar donde confluyen la calle Iturriotz y la cuesta de Arrasate estaba el herradero de Otaduy, que posteriormente Eusebio Kapelatxo Pagalday transformaría en carpintería. Un día, el anciano de Takolo hizo una apuesta a ciertas personas de la calle. La apuesta consistía en que para cuando un corredor –fuera quien fuera–, partiendo desde la acequia del otro lado de la cuesta del Paseo Arrasate, llegara al herradero, él ya se habría comido dos kilos de pan y bebido dos litros de leche. La apuesta fue aceptada. El casero hizo sopas de pan con uno de dos kilos y antes de que el corredor hubiera llegado a Etxetxo el de Takolo ya se había tragado todo. Tan pronto como he indicado que la mujer de Melkiades Jauregibarria era la amortajadora local, me ha venido a la memoria el misterio y el rito que guardábamos ante la muerte. Antes de vestirlo, aquella mujer debía lavar el cuerpo del finado. ¡Y de qué manera! Los hombres debían ser vestidos con el hábito de San Francisco de Asís y las mujeres, en cambio, de negro, como lo estaba la Virgen del Calvario. Una vez vestido el difunto, se llamaba al rosario y la gente acudía a casa del fallecido. He tenido que velar cuerpos y rezar rosarios en muchas casas vecinas y en numerosas ocasiones, mientras mi padre estaba trabajando en la panadería y, a menudo, estando mi madre medio enferma. (5) José María Resusta Altuna, uno de los fundadores de UCEM. 65

de al lado eran la casa de Manolo Kafekua Otaduy, la farmacia y el Batzo ki.<br />

Una vez pasado el portal de Cruz Madinabeitia nos topábamos con el del alcalde<br />

Juan Goñi y a continuación estaban la tienda de Pío Azkarate y la panadería<br />

donde mi difunto padre trabajó durante más de treinta años. Después<br />

venían la casa de Arkauz y la del doctor Urbina, y tras pasar el cantón de la<br />

Concepción, se accedía a los bajos donde vivía el párroco D. José Joaquín<br />

Arin. Encima lo hacia la familia Errasti. Una frente a la otra se encontraban<br />

la tienda de dulces de Antonio Bixkai Eizaguirre, hombre de mucho genio, y<br />

el portal de Melkiades Jauregibarria, que años más tarde llegaría a ser alcalde.<br />

La esposa de éste último, Rosario Lopardixena Etxebarria, fue durante<br />

muchos años la amortajadora de la localidad. Frente al Centro Católico<br />

vivía Evaristo Gixau Axpe.<br />

En el lugar donde confluyen la calle Iturriotz y la cuesta de Arrasate estaba<br />

el herradero de Otaduy, que posteriormente Eusebio Kapelatxo Pagalday<br />

transformaría en carpintería. Un día, el anciano de Takolo hizo una<br />

apuesta a ciertas personas de la calle. La apuesta consistía en que para<br />

cuando un corredor –fuera quien fuera–, partiendo desde la acequia del otro<br />

lado de la cuesta del Paseo Arrasate, llegara al herradero, él ya se habría comido<br />

dos kilos de pan y bebido dos litros de leche. La apuesta fue aceptada.<br />

El casero hizo sopas de pan con uno de dos kilos y antes de que el corredor<br />

hubiera llegado a Etxetxo el de Takolo ya se había tragado todo.<br />

Tan pronto como he indicado que la mujer de Melkiades Jauregibarria era<br />

la amortajadora local, me ha venido a la memoria el misterio y el rito que<br />

guardábamos ante la muerte. Antes de vestirlo, aquella mujer debía lavar el<br />

cuerpo del finado. ¡Y de qué manera! Los hombres debían ser vestidos con el<br />

hábito de San Francisco de Asís y las mujeres, en cambio, de negro, como lo<br />

estaba la Virgen del Calvario. Una vez vestido el difunto, se llamaba al rosario<br />

y la gente acudía a casa del fallecido. <strong>He</strong> tenido que velar cuerpos y rezar<br />

rosarios en muchas casas vecinas y en numerosas ocasiones, mientras mi padre<br />

estaba trabajando en la panadería y, a menudo, estando mi madre medio enferma.<br />

(5) José María Resusta Altuna, uno de los fundadores de UCEM.<br />

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