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He Vivido

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nes y no tan jóvenes, con el bastón al hombro ensartado en dulces rosquillas.<br />

¡Sabrosas rosquillas que se vendían en cestos elegantes!<br />

<strong>He</strong> llegado a la plaza y ni rastro del kiosco. Ha desaparecido aquel kiosco<br />

que nos posibilitó acercarnos a las chiquillas que antaño, en sus juegos de infancia,<br />

nos agasajaban con unos gritos aborrecibles. Los gusanos se convirtieron<br />

en mariposas y nosotros, fanfarrones tramposos, comenzamos a<br />

acercarnos a disfrutar de su hermosura y amabilidad, aunque la música no<br />

nos dijera gran cosa. No pocas veces me pregunté qué podían ver de atractivo<br />

aquellas chicas esbeltas en estar torpemente atadas a unos tipos desgarbados<br />

que en vez de manos poseían grandes tenazas, como si quisieran<br />

enseñarles a bailar. ¿De qué podían hablar con aquellos chicos que sólo sabían<br />

decir gansadas de taberna? ¿Y yo? ¿Qué era yo dentro de aquel alboroto<br />

chirriante? ¿Mejor? ¡Ni por asomo!<br />

Ante Dios guardábamos un comportamiento falso, y gracias a la confesión<br />

anual –la época de Pascua era la más propicia–, con sesenta credos y cien<br />

avemarías nos daban el beneplácito celestial para seguir siendo sucios pecadores.<br />

A pesar de que perdí mi fe en Dios, creía que unas criaturas tan<br />

preciosas como las chicas sólo podían ser obra de aquél. El kiosco guardaba<br />

muchas promesas de amor, cantidad de acuerdos de matrimonio que provocaron<br />

la evolución milagrosa de numerosos toros bravos a mansos. Muchas<br />

parejas debían su felicidad al kiosco, que nos convirtió en niñeros dóciles<br />

con aspecto de grandes gorilas.<br />

Pasamos, vaya que sí pasamos, del txorro morro, alebi, pote-pote y las tabas<br />

de las niñas al descubrimiento de nuevas estrellas y galaxias. Las lanzadoras<br />

de carburo se convirtieron en experimentos para el futuro. Después de la guerra,<br />

cuando salimos de los campos de concentración, utilizamos esas ciencias<br />

para construir candiles de cocina, con sus leyes de tolerancia inclusive. Marcos<br />

Vitoria pagó caro su valor, pues olvidó las reglas básicas –como la que dice<br />

que el tubo de salida del gas debe ser estrecho y largo– aprendidas en los lugares<br />

secretos del pueblo. El candil le estalló y perdió parte de la vista.<br />

En primavera las calles se vestían de diferentes colores y los jardines de<br />

Viteri estaban realmente hermosos. Los trabajadores del Ayuntamiento estarían<br />

cerca, intentando cubrir los agujeros de la carretera con brea y guija-<br />

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