He Vivido

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09.05.2013 Views

Así pues, cuando con dieciocho años partí a Bilbao a recoger aquel premio de dibujo, supe que los niños no los traía el doctor Urbina ni de París ni de Vitoria. Los razonamientos “absurdos” escuchados a mis amigos hasta entonces tenían más visos de ser verdad que las explicaciones de curas, frailes y monjas. Y éstos tampoco se libraban de orinar alzándose el hábito o la sotana, tal y como hacía el carbonero Nicolás Kamiñero Altuna. No sé si la inocencia y el desarrollo prudente deben de ir de la mano, ni si alguna vez llegaron a ser sinónimos. Pero el acercamiento a la ciencia provocaba un significativo gesto de rechazo en mi difunto padre, así como en la mayoría de la gente de su edad. Nacido en el último cuarto del siglo XIX, consideraban una maldad diabólica la loca osadía por favorecer el progreso de hombres y mujeres, como si la sociedad que ha olvidado los consejos religiosos estuviera abocada a la perdición. Mi padre –a las madres se les suponía sumisión– pregonaba el rechazo al cientificismo, por el daño que éste podía causar en el alma. Así las cosas, recuerdo que una vez, siendo yo aún muy joven, ocurrió algo que, con la ayuda de los periódicos de la época, vino a consolidar la fe ciega de mi padre en su base supersticiosa. Ocurrió que un aviador llamado “El berlinés” desapareció con su avión para siempre dentro de una vorágine de nubes negras. Mi padre decía que Dios creó al hombre para vivir en la tierra y no para estar continuamente hostigando al creador con la magia de la brujería. Manteniendo el respeto debido a mis padres, el miedo hacia dioses conocidos esculpió la totalidad de mis vivencias de aquellos tiernos años. No obstante, tampoco faltaban los que despreciaban olímpicamente la ira de Dios y el respeto hacia el prójimo, o por lo menos eso era lo que recalcaba mi padre; ahora bien, aquellos nunca adolecieron de falta de humor y abierto espíritu bromista. Con el paso de los años he podido comprender que su actitud osada tampoco era de tanta gravedad, si bien hay que aceptar que a menudo se pasaban de la raya. Valga como ejemplo lo acaecido una mañana de domingo a una señora elegantemente vestida que se disponía a entrar en la Plaza de Abastos. Resulta que un amigo mío se acercó a esta señora gorda y de culo inmenso y, con gran disimulo, le pegó un cartón en la parte inferior de la espalda, que decía: “Se alquila el cuarto trasero”. ¡Menudo jaleo se armó en las inmediaciones del Portalón! 50

Desde muy joven me atrajo la fotografía y una muestra de ello es este retrato que le hice a Guillermo Lasagabaster en pleno esfuerzo dirigiendo la banda de música municipal, a mediados de los años 20. Acostumbrábamos a gastar muchas bromas en la Unión Cerrajera, sobre todo dirigidas a los principiantes, e incluso los oficiales más serios participaban con entusiasmo en estos juegos. Alguien de nosotros se acercaba al pobre joven y lo mandaba a otra Sección, diciéndole: Vete a donde Juan Txantxote y dile que te dé la plantilla del fuelle. ¡Aquel embrollo era el precio que el nuevo trabajador debía pagar por su inocencia! Con frecuencia veía el coche de Atxa a punto de partir hacia Elorrio, preparándose para subir hasta lo alto de Kanpanzar tirado por cinco caballos. Al parecer, se trataba de una enorme aventura, ya que en la estación de Elorrio había que coger el tren para llegar hasta Bilbao. Nunca olvidaré los abrazos interminables entre los viajeros y los que se quedaban en el pueblo. ¡Era como si se despidieran para siempre! Pocos mencionaban la alternativa de enviar cartas... pues no todos sabían escribir. Bilbao era un gran vacío, un gran fantasma ciego e inimaginable. Decían que los tranvías recorrían 51

Desde muy joven me atrajo la fotografía y una muestra de ello es este retrato que le hice<br />

a Guillermo Lasagabaster en pleno esfuerzo dirigiendo la banda de música municipal, a<br />

mediados de los años 20.<br />

Acostumbrábamos a gastar muchas bromas en la Unión Cerrajera, sobre<br />

todo dirigidas a los principiantes, e incluso los oficiales más serios participaban<br />

con entusiasmo en estos juegos. Alguien de nosotros se acercaba al<br />

pobre joven y lo mandaba a otra Sección, diciéndole: Vete a donde Juan<br />

Txantxote y dile que te dé la plantilla del fuelle. ¡Aquel embrollo era el precio<br />

que el nuevo trabajador debía pagar por su inocencia!<br />

Con frecuencia veía el coche de Atxa a punto de partir hacia Elorrio, preparándose<br />

para subir hasta lo alto de Kanpanzar tirado por cinco caballos.<br />

Al parecer, se trataba de una enorme aventura, ya que en la estación de Elorrio<br />

había que coger el tren para llegar hasta Bilbao. Nunca olvidaré los<br />

abrazos interminables entre los viajeros y los que se quedaban en el pueblo.<br />

¡Era como si se despidieran para siempre! Pocos mencionaban la alternativa<br />

de enviar cartas... pues no todos sabían escribir. Bilbao era un gran vacío,<br />

un gran fantasma ciego e inimaginable. Decían que los tranvías recorrían<br />

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