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taba mucho el traje que llevaba puesto, con cuello firme y almidonado, bolas<br />
doradas en las mangas y sosteniendo un libro con tapas hechas de piel de<br />
algún animal digno de lástima. Me hizo una foto.<br />
De pequeño pasé momentos muy duros debido a mi dolor de muelas crónico.<br />
Todos los viernes venía a Mondragón desde Bergara el famoso dentista<br />
Peña y a menudo me enviaban a su consulta. No obstante, mis muelas no entendían<br />
de calendarios y una tarde que tenía dolores horribles mi madre me<br />
mandó a dar un paseo con una prima mía. Tras caminar por la fuente de<br />
agua ferruginosa de Santamaña llegamos hasta la iglesia de Uribarri y<br />
cuando nos dirigíamos a visitar a la Virgen de Santutxu nos encontramos<br />
con un mocoso con aspecto de ser de caserío que, utilizando una vara larga,<br />
se hacía con las perras chicas que la gente había arrojado frente al altar, sin<br />
que nadie le reprendiera por ello. La propia Virgen no se inmutó: ni una sonrisa,<br />
ni una mueca de enfado. Más tarde, en casa, y con el dolor de muelas<br />
ya olvidado, me pregunté cómo era posible que la Virgen tuviera que pasar<br />
día y noche tras la red metálica de Santutxu, a cambio de unas monedas que<br />
por lo visto le importaban bien poco. Es más, ¿para qué desearía el dinero<br />
si en el cielo podía comerse todos los pasteles que quisiera sin pagar nada?<br />
En la escuela estábamos sujetos a una disciplina tremenda y ni siquiera<br />
podíamos esperar que nuestros padres nos ayudaran, pues ellos mismos habían<br />
sido educados bajo métodos aún más terribles. Yo tuve un poco de<br />
suerte, ya que, tal y como ocurre con los reclutas de cuota, todas las mañanas,<br />
hacia las diez, el maestro Don Máximo de Nicolás me enviaba a comprar<br />
el diario “La Gaceta del Norte”. Aunque el pueblo no era muy grande,<br />
a veces “oía” bastante tarde las voces del vendedor, y esa sordera mía me<br />
permitía vagabundear tranquilo, sobre todo cuando hacía buen tiempo. Así<br />
me enteré de que a mi maestro, que vivía en la pensión “Las Columnas”, se<br />
le disparó la pistola que escondía bajo la almohada y eso le causó una grave<br />
herida en la pierna. Cuando dicho maestro se fue, Lucio Portillo se incorporó<br />
como guía del centro escolar.<br />
De la Escuela Vieja pasamos a la de Txorta, la escuela dirigida por Elías<br />
Txorta Aspiazu, pero para cuando yo ingresé el nuevo responsable era Francisco<br />
Urrutia. No parece que hice ningún progreso notable, pues mi padre<br />
habló con D. Félix Arano, de la Escuela Viteri, para que me admitiera en su<br />
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