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HE VUELTO PARA TRES DÍAS<br />
Han pasado los años y la transformación habida en el pueblo desde mi infancia<br />
está bien a la vista. Dicen que la memoria es la base del carácter de<br />
los hombres, mientras que la tradición sería la base del de los pueblos. A<br />
decir verdad, la definición me parece correcta, aunque a veces me cuesta<br />
admitirlo. Me estoy haciendo viejo y mi espíritu querría recorrer caminos de<br />
libertad; me gustaría vivir cielos más amplios. A menudo me siento como un<br />
pájaro deseoso de volar, como si las calles y rincones se hubieran vuelto demasiado<br />
estrechos. Pero hay momentos de silencio en los que, al sentir la<br />
sangre caliente de mis venas llegando al corazón, el temblor de las raíces me<br />
indica que soy de aquí, que no debo dejar la casa de mi madre. Y surge en<br />
mí el conflicto, como si lo local y lo universal fueran enemigos acérrimos. Son<br />
incontables las ocasiones en las que he recordado a mi padre diciendo refranes<br />
tan plenos de significado como Auzoko beixak esne geixau –La vaca<br />
del vecino siempre da más leche– o Urriñeko ederra baño, inguruko eskasa<br />
obe –Mejor que lo hermoso lejano es lo escaso cercano.<br />
Aquí estoy de nuevo. Han pasado cincuenta años desde aquel duro día en<br />
que tuve que dejar atrás mi lugar de origen. Y mi mente, como si de un radar<br />
de giro lento se tratara, me dice que está preparada para captar incluso los<br />
detalles más nimios, para marcar, en cada movimiento, aquellos antiguos<br />
edificios, para recuperar a las personas que allí vivían con sus circunstancias,<br />
y después, si fuera posible, valorar todo eso al objeto de saber si he ido pro-<br />
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