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se llenan de viajeros los espacios interiores, antes de pasar a los dos bancos<br />
dobles con respaldo situados sobre el techo, y por fin se invita a sentarse al<br />
lado del conductor trotamundos. El frío invernal no presagia un feliz retorno<br />
a los que ya tienen elegido ese medio de transporte para la vuelta a casa.<br />
Ser testigo de su partida me produce un escalofrío que me recorre la espina<br />
dorsal. Pero más temibles son los vaivenes de los coches de caballos una vez<br />
puestos en marcha y a través de las calles y estradas, pues da la sensación<br />
de que en cualquier momento pueden venirse al suelo. La resaca de Santo<br />
Tomás la llevan mejor los que se quedan a pasar la Noche Buena y la Natividad<br />
en casa de algún pariente del pueblo, sin tener que retornar a sus lugares<br />
de origen.<br />
Cuando muchos niños y niñas de mi edad aún no han salido del pueblo,<br />
yo ya he estado en La Rioja alavesa. Fue el año pasado, en una excursión inolvidable<br />
que hice con mi tío. Él es propietario de un hermoso carro de mulos<br />
que trae vino a Gipuzkoa y así es como hice este viaje de alrededor de cien<br />
kilómetros. Nos alojamos en un hostal de carretera y mi tío se levantó a las<br />
cuatro de la mañana para lavar y dar de comer a los animales. Una vez hubimos<br />
llegado a la casa de mi familia, el hermano de mi madre unció los<br />
bueyes y me llevó a conocer el Ebro. Vi las gabarras que cruzan el río de<br />
una orilla a otra, así como las enormes poleas utilizadas para que aquéllas<br />
pasen de un lado a otro. El lenguaje de la gente del lugar nada tenía que ver<br />
con el nuestro. Sólo hablaban español, con una entonación y una pronunciación<br />
limpias. De los balcones de las casas colgaban ristras de guindillas<br />
verdes y rojizas, junto a higos y frutos de muchos tipos.<br />
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