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pirantes a ricos. Las puertas de entrada de las casas de estos últimos suelen<br />
estar cerradas día y noche, como si se tratara de una especie de rechazo hacia<br />
todo espíritu de hermandad. Al menos, por lo que he oído en mi casa desde<br />
siempre, con esa gente no se puede contar en caso de necesidad.<br />
La solidaridad se demuestra de diversas maneras; en los incendios, por<br />
ejemplo, tanto los curiosos como los que están dispuestos a echar una mano<br />
aparecen enseguida deseosos de ayudar directamente a la familia que ha sufrido<br />
la adversidad. Los accidentes causan honda impresión entre los vecinos<br />
del pueblo, como cuando Francisco Txumeta Zumaeta perdió un brazo<br />
en un accidente, o cuando la sierra cortó el del joven de Barrenatxo, a la altura<br />
del codo. Creo que también se puede demostrar el apoyo a los demás<br />
mediante las campanas. Por ejemplo, las campanadas de muerte no son<br />
como las demás; las mujeres salen a las ventanas para saber quién es el difunto.<br />
A menudo veo a los curas pasar delante de mi casa camino del domicilio<br />
de algún moribundo para administrarle los últimos sacramentos.<br />
A la mayoría de los vecinos del pueblo, nada más nacer, se nos incorpora<br />
a una cofradía creada al objeto de aliviar los gastos que acarrea un fallecimiento.<br />
Es como si la muerte nos pasara una factura de forma inmediata;<br />
como si quisiera demostrar su autoridad al mismo tiempo que recibimos el<br />
salvoconducto para venir al mundo.<br />
Pero voy a dejar ese camino antes de que la tristeza se apodere de mí. Voy<br />
de nuevo a mi balcón, a esa atalaya incomparable que me acerca a todo lo<br />
que en el pueblo acontece. Ayer, por ejemplo, me convertí en testigo directo de<br />
un hermoso suceso. Son las ventajas, sin duda, de quedarse enfermo en casa.<br />
Frente a la Plaza de Abastos, en lugar del coche de caballos de correos,<br />
apareció un automóvil con ruedas de goma. Tenía las ruedas cosidas con<br />
clavos, se conoce que al objeto de conservar mejor la goma interior del neumático.<br />
Las carreteras y calles del pueblo acondicionadas por la apisonadora<br />
se llenaron del ruido de un nuevo animal con motor. Los que lo vieron<br />
decían que fue un bonito espectáculo presenciar cómo tras dejar la curva de<br />
Takolo subía camino al pueblo desprendiendo una juguetona nube de polvo.<br />
Venía de Vitoria, ¡ahí es nada! En el pueblo lo acogieron como si fuera un<br />
asteroide de otro mundo, y un grupo de mujeres lo siguió hasta el centro, a<br />
la espera de ver qué salía de la barriga de aquel armatoste con ruedas. La<br />
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